Esta es
sencillamente una historia de Navidad. Pero no una historia cualquiera, pues
ésta se desarrolla en un mundo en llamas, de pólvora y sangre por doquier.
Justamente a principios de la Guerra de Independencia, en concreto la mañana
del 25 de Diciembre de 1808. Aquel día, después de atravesar los difíciles pasos
del Guadarrama, y tras perseguir con éxito al ejército británico del general
sir John Moore, Napoleón Bonaparte hizo su entrada en la localidad de
Tordesillas (Valladolid) envuelto en una borrasca de nieve. Después de indicar
a sus allegados donde tendrían que alojarse ellos y los soldados, él decidió instalarse
en la hospedería de las clarisas que estaba pegado al lado del Monasterio de
Santa Clara. Y a la vez que él se acomoda, su guardia encerró en el locutorio a
tres prisioneros españoles acusados de espionaje. Se trataba de un cura, y
otros dos patriotas que habían sido atrapados mientras tomaban nota de donde se
encontraban las tropas francesas.
Mientras pasaba
todo esto, Napoleón dándose cuenta de que era Navidad, se puso su mejor traje
de gala y acto seguido mandó llamar a la madre abadesa, María Manuela Rascón,
para departir un rato con ella. Ésta accedió de inmediato (qué iba hacer sino)
y tras sentarse delante del gran Corso, comenzaron hablar como si se tratara de
dos buenos amigos. La abadesa le preguntó a Napoleón por las medallas que llevaba
puestas, y éste, muy orgulloso, le fue contando la historia de cada una. Y así,
de manera tan cordial, fue pasando la tarde hasta que empezó a anochecer. Cuando
terminaron los cafés, Napoleón se disculpó alegando que tenía que atender otras
labores y antes de despedir a la abadesa, la quiso premiar con una bolsa de mil
monedas de oro, además de prometerla que la condecoraría con el título de
abadesa-emperatriz. Doña María se sintió muy alagada, y aprovechando que tenía
allí delante al Emperador de los franceses quiso que le permitiera una gracia
muy especial. Deseaba que pusiera en libertad a los tres españoles que estaban encerrados
en el locutorio. Y dicho y hecho, a la mañana siguiente, cuando las tropas
francesas abandonaban el lugar, aquellos tres prisioneros fueron también libertados.
Como se puede ver, también en días de guerra pueden existir los pequeños
milagros de Navidad.