Como es bien
sabido todo el mundo quiere ser el mejor en su empleo o en el campo intelectual
que domine, provocando con ello que muchas veces haya luchas, rencillas y
envidias entre compañeros de profesión. Un ejemplo de ello pasó durante el
siglo XVIII entre dos predicadores que debían dar un sermón en una ciudad de
Castilla. Cada uno creía que era el mejor hablando a los feligreses, y como dio
la casualidad de que habían de darlo en la misma iglesia se repartieron las
misas donde exponer su elocuencia. Es decir uno daría el sermón en la misa de
la mañana y otro en la de por la tarde. Pues bien, cuando el primero subió al
pulpito pronunció su discurso con verdadera sabiduría, pero al llegar al final
miró a los feligreses y con ironía les dijo que si querían saber más verdades
de la Biblia debían volver por la tarde a escuchar al predicador que le
sustituía pues éste era tan sabio que incluso les diría si el animal en que
entró Jesucristo en Jerusalén era borrico o borrica. Uno de los grandes
misterios de la Sagradas Escrituras.
Horas más tarde,
el otro predicador también subió al pulpito, y tras pronunciar su sermón dijo
los concurrentes: “Para resolver las dudas que esta mañana ha planteado mi compañero
predicador decirles que es un asno”,