Cuenta la
tradición que en cierta ocasión el embajador ruso en la corte del elector de
Sajonia, el conde Keyserlingk, se enteró de que Johann Sebastian Bach (1685 –
1750) se encontraba en las cercanías y por ello ordenó a su propio
clavicordista Johann Gottlieb Goldberg se pusiera urgentemente en contacto con
él para que le compusiera una partitura con la que poder aliviar el mal que
sufría desde siempre. Según parece el conde padecía insomnio y por eso muchas
noches tenía que pedir a su músico particular le tocase alguna pieza en la
antecámara con la intención de conciliar el esquivo sueño. Goldberg informó a
Bach del encargo y éste llegó a la conclusión de que lo mejor era componer una
serie de delicadas variaciones musicales (variaciones que el mismo detestaba
debido a la reiteración de fundamentos armónicos) Al conde le gustaron tanto
que todas las noches se las hacía tocar a Goldberg, y es por eso por las que
pasaron a llamarse así. Tan encantado quedó que pagó a Bach una copa repleta de
un centenar de luises de oro, o lo que es lo mismo casi un año de sueldo como
músico en la ciudad de Dresde. Esta historia es considerada por una gran
mayoría de musicólogos como espuria, pero, y hasta que no sea desmentida al 100
%, hay que reconocer que es una
curiosidad de lo más interesante.