Es norma general
que a comienzos de la primavera se adelanten los relojes una hora para sacar
provecho de la luz diurna y que se retrasen de nuevo otra hora en otoño. El
origen de esta medida, que ya había sido sugerida por Benjamín Franklin en una
carta dirigida al diario Journal de París
en 1794, hay que buscarla en la Primera Guerra Mundial. El 6 de Abril de 1916
el káiser Guillermo II, debido a la crisis del carbón que estaba sufriendo
Alemania, firmó el decreto sommerzeit
(horario de verano) por el que establecía que el domingo 30 de Abril de ese año
a las 11 de la noche serían las 12 horas. De esta manera se conseguía que a la
mañana siguiente hubiera una hora más de luz y se utilizara menos carbón. Sus
aliados del Imperio Austrohúngaro hicieron el cambio a la vez, mientras que países
cercanos como Suecia, Dinamarca o los Países Bajos, que tenían fuertes lazos
económicos con Alemania, también adelantaron sus relojes unos días después.
Incluso a pesar de ser enemigos, otros países como Reino Unido (que ya lo había
intentado) Estados Unidos o Rusia aplicaron esta medida posteriormente debido a
que la consideraban muy beneficiosa para sus economías. Como curiosidad señalar
que España fue uno de los últimos países en hacerlo. En concreto en Abril de
1918. Al terminar la contienda los litigantes abandonaron esta medida pero la
Segunda Guerra Mundial y crisis posteriores como la del Petróleo de 1973
acabaron por fijar el horario de verano hasta el día el hoy.