A finales del
siglo XIX el Imperio Ruso tenía necesidad de expandirse hacia el Este para
poder así explotar las riquezas de esa zona además de tener conectado el
extenso territorio del imperio desde Moscú hasta el Pacífico. Para ello
lograron constuir en un tiempo record, quince años, uno de los ferrocarriles más
famosos de la Historia: el Transiberiano. En él comenzaron a desplazarse desde viajeros,
soldados o comerciantes que veían oportunidades más allá del horizonte y en
alguna ocasión incluso fue aprovechado para protagonizar una de las fugas más
rocambolescas que se recuerdan, como la efectuada por la llamada Legión Checa.
Todo ocurrió a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando en 1917 el nuevo
gobierno ruso, es decir el gobierno bolchevique, se retiró de la contienda y
firmó la paz con Alemania. Pero mientras todo se reorganizaba de nuevo, nadie
se acordó que en Siberia había un total de 50.000 soldados checos prisioneros
los cuales viendo el estado de desorganización que había decidieron crear la
Legión Checa y así, uniendo sus fuerzas, poder volver al hogar. Después de
mucho cavilar llegaron a la conclusión que lo mejor era llegar al
Transiberiano, a Vladivostok y, mientras tanto, ocupar el tramos existente entre Omsk y el lago Baikal, en medio de la guerra
civil que se estaba produciendo, y luchar contra quien fuera, daba igual si
eran soldados rojos o blancos. Al final acabaron entregando un contingente de
tropas bolcheviques al almirante
Alexander Kolchak, que en ese momento era jefe del ejército zarista, quien en
premio por su aportación les dio vía libre para llegar hasta Vladivostok y
embarcarse hacia Europa en 1920.