lunes, 24 de junio de 2024

EGIPTOMANÍA - Rebeca Arranz

 

El pato egipcio es un animal peligroso: de un picotazo, te inocula el veneno y ya eres egiptólogo de por vida. (Auguste Mariette (1821 – 1881)

Allá lejos, pasadas las grandes obras de ingeniería de Roma o la sombra de sabiduría que hay en las sombras del Partenón, existe una tierra, bendecida con el don de la inmortalidad por los dioses  llamada Kemet, más conocida como Egipto. A simple vista, con los ojos de un simple turista de hoy en día, el profano solo verá ciclópeas pirámides en la lejanía, simples piedras amontonadas unas sobre otras, o tal vez columnas papiriformes de templos desmochados medio enterrados en arena. Pero en otros ojos más soñadores y evocadores, el Egipto de tierra negra y roja es la residencia de los mil y un enigmas que han fascinado a la Humanidad durante cientos de miles de años. Y es aquí donde entra el gran trabajo que ha realizado Rebeca Arranz con su ensayo Egiptomania (Nowtilus, 2024) en donde nos conduce página tras página a un verdadero viaje de redescubrimiento a aquel mundo que ha sorprendido durante siglos a tantas personas ya fueran simples curiosos o inquietos eruditos que han sentido la llamada del Nilo. Así pues les invito a que conozcan este gran trabajo y de la misma forma conocer cronológicamente como fue la fascinación de Egipto a través de los siglos y como su brillo vive todavía hoy en día en múltiples facetas de nuestra vida diaria, en nuestra  cultura de la inmediatez que en un principio puede chocar con la eternidad que esconde las arenas del tiempo allí donde gobierna Ra.

Este redescubrimiento de Egipto, como muy bien nos indica Rebeca Arranz, no es algo que se haya realizado de un día para otro en la actualidad (que también)  sino que esta fascinación por la tierra de los faraones hay que buscarla ya en la propia antigüedad estudiosos como Herodoto en sus Historias, Diodoro Sículo o el romano Plinio el Viejo ya llevaban las historias y leyendas de aquel lugar a los oídos y ojos de los fascinados griegos e hijos de la loba capitolina. En este último caso tanta era la fascinación que hubo emperadores romanos que se encargaron de trasladar y acondicionar obeliscos o particulares que hasta decidieron construir pirámides en la misma Ciudad Eterna para enterrarse como los propios faraones buscando la inmortalidad. Un ejemplo de ello es la propia Pirámide de Cestio, la cual todavía existe. Pero tras la caída de Roma y el fin de la antigüedad ese desvelo por todo lo acontecido en las tierras de Nilo se torno en una auténtico egiptofobia pues el cristianismo, en su fe y fervor por las Sagradas Escrituras, transformó  el mundo de Ramsés II en un universo de despotismo frente al ansias de libertad de Moisés por llevar a los judíos a la Tierra Prometida donde mana leche y miel. Así pues, en estos momentos, el conocimiento de Egipto llega a Occidente solamente como punto de control incluido en los peregrinajes a Tierra Santa o La Meca en donde personajes cristianos como la monja Egeria, judíos como Benjamín de Tudela, o musulmanes como el incasable Ibn Battuta, entre otros, vieron al pasar las pirámides como un elemento religioso más que reafirmara las escrituras sagradas.

A partir del Renacimiento, y del siglo XVI, esta egiptofobia comienza a descongelarse y vuelve poco a poco a renacer el interés por aquel mundo hermético y misterioso. Sería, por decirlo de alguna manera, una especie de nuevo amor por todo lo egipcio aunque a los viajeros de esa época, debido al poco conocimiento arqueológico e histórico, se les tenga que perdonar una imaginación desbordada y equivoca, rayando a veces casi en lo cómico y anacrónico. Pero esto empieza, muy lentamente, a solventarse a partir de los siglos XVII y XVIII cuando los viajeros y curiosos comienzan a tener más interés cultural en sus periplos y descubren monumentos e interiores de pirámides alejando en muchos arcos las sombras de superstición aunque trasladando todavía a Europa la sensación de que Egipto era un lugar enigmático y fascinante. El mundo, aunque solo sean  las elites pudientes las que pueden disfrutarlo, empieza a redescubrir una verdadera tierra de enigmas. Los primeros síntomas de la fiebre por los templos, pirámides y objetos de la vida diaria estaban ya inoculados y por eso las potencias europeas comienzan a enviar emisarios para entablar conversaciones diplomáticas con los mamelucos y de esta manera ganarse su confianza, obtener cuotas de poder en aquellos lares además de conseguir tratos con los que traer al Viejo Continente elementos de la cultura egipcia, teniendo como consecuencia por un lado el aumento del conocimiento a la vez que, por desgracia, sembrar el germen del saqueo comercial como las cientos de momias que principian a viajar por las procelosas aguas del Mediterráneo sin ticket de vuelta.

Europa en el siglo XVIII estaba fascinada  por todo lo egipcio y aunque debido a la inestabilidad política y que muchos  curiosos y eruditos tengan que  viajar de manera furtiva  todo vale la pena con tal de satisfacer las ansias de conocimiento existente. En este siglo, en concreto, los libros de viaje están copiosamente ilustrados y en ellos podemos observar un estudio más sistemático acerca de los monumentos, costumbres y su biodiversidad egipcia. Podríamos considerarlos, aunque todavía les falte algo de objetividad, como los primeros libros especializados de egiptología. Y como golpe de ariete con el fin de tirar abajo las puertas del desconocimiento hemos de destacar la famosa expedición napoleónica a Egipto (1798 – 1801) y centrarnos no ya en las hazañas guerreras del mítico corso sino en el grupo de eruditos elegidos con el que Francia deseaba sacar a la luz todos los enigmas de aquella tierra, cuna de los dioses. Siguiendo el periplo obligado por las tropas francesas estos sabios mostraron al mundo las maravillas del Nilo a través de su magna obra: Decriptio de l´Egypte, una gran enciclopedia con más de 3000 ilustraciones. Y más desde que posteriormente en 1822, Jean- Françoise Champollion consiguiera descifrar la Piedra Rosetta y darle de nuevo voz a los sabios de la antigüedad.

Es a partir de entonces como los europeos se crean una idea de lo que es Egipto. Una especie de imagen evocadora y exótica en donde los escritores e ilustradores románticos nos traen visiones de oscuras pirámides, estatuas y columnas derruidas y semienterradas evocándonos pensamientos acerca del paso del tiempo y la inmortalidad.  Los grandes cambios tecnológicos del siglo XIX, en donde la velocidad del ferrocarril y de los barcos a vapor traen más turistas y sabios aumentan el número de hallazgos lo que provoca, por ende, más tráfico ilegal de objetos pues las colecciones europeas están ávidos de ellos. Ante este peligro de esquilmación del patrimonio histórico egipcio y con el fin de frenar el tráfico de momias que se habían convertido en un autentico souvenir y espectáculo, se decide crear el Museo Arqueológico del Cairo donde los eruditos deben depositar sus hallazgos.

Así pues pasamos de una egiptomía desaforada a lo que será la egiptología científica como la conocemos hoy en día. Y a esto hay que sumar que en este siglo la imagen de Egipto se democratiza y pasa de las elites a mostrarse también a las masas populares gracias a la irrupción del periodismo, sobre todo en las revistas ilustradas, la fotografía que nos trae imágenes verdaderas de cómo eran los monumentos y los objetos encontrados en ellos (esta técnica fue muy criticada por los ilustradores) y campos como la opera, Aida (1871) por ejemplo, aunque estereotipada maravillan a cientos de personas ansiosas de conocer los mitos de Kemet. Tan grande es la recepción mundial de estas noticias que ya en el siglo XX cientos de turistas siguen, como si fuera un serial, las noticias que traen los periódicos acerca del descubrimiento de la tumba de Tutankamon en 1922 realizada por el arqueólogo Howard Carter. A simple vista este descubrimiento puede parecer que se convirtió en un parque temático al observarse fotografías de colas de personas que acuden a dicha tumba, pero también era síntoma de lo que puede atraer todo lo relacionado con Egipto y como hoy en día sigue impregnando nuestra cultura.

Rebeca Arranz al final de este trabajo muestra como el siglo pasado y el nuestro han hecho suya las manifestaciones artísticas de aquella cultura y han permitido que siga viviendo con el paso de los años, muchas veces sin darnos cuenta. El cine, gracias (o por desgracia) a la famosa maldición de la momia que surgió tras el descubrimiento de Carter, creo la figura del monstruo de la Momia, señor del tiempo y de la magia, y a través de su evocación nacieron  cientos de filmes, no solo de terror sino también históricos, tan legendarios como la susodicha Momia (1932), Los diez Mandamientos (1956), Tierra de Faraones (1955), las distintas versiones de Cleopatra (1934, 1963…)  entre otras tantas que no daría tiempo de mostrarlas en esta breve reseña. La literatura también nos ha hecho viajar por las sinuosas aguas del Nilo, como ya hizo Agatha Christie. La tutmania también se vio reflejada en la moda, el maquillaje (aplicación de Kohl en los ojos) en las impresionantes obras de art deco realizadas en edificios, cines, o teatros tan alejados como en Estados Unidos; en los comics (Asterix, Tintin, Papyrus), mangas, animes, videojuegos (mi preferido es Assassins Creed Origins), o hasta la música todavía nos retrotrae a símbolos faraónicos como la antigua melodía titulada Old King Tut (1923), o la pegadiza Walk Like on Egyptian (de The Bangles, 1986), pasando por Michael Jackson y su Remember the Time (1991), o las impresionantes portadas de discos y camisetas del grupo de heavy metal Iron Maiden.

Como se pude ver, Egipto y su cultura sigue vivo entre nosotros no solo en los libros de historia sino también a través de los iconos que jalonan nuestra sociedad actual. Y todo ello gracias a los miles de viajeros, eruditos o simples curiosos que no dejaron que el Antiguo Egipto cayera en el olvido y quedara enterrado bajo las arenas del tiempo. Así que si desean conocer la épica historia de esta gran labor no duden en leer y disfrutar, como he hecho yo, de Egiptomanía, de Rebeca Arranz.

Rebeca Arranz, Egiptomanía. Madrid, Nowtilus, 2024, 383 páginas.

lunes, 17 de junio de 2024

EL HAMBRE EN EL MADRID DE LA GUERRA CIVIL (1936 - 1939) - Carmen Gutiérrez Rueda y Laura Gutiérrez Rueda

 

Hambre, hambre. Madrid empezó a sufrir hambre al mes de empezar la guerra. Una vez estuvimos tres días con un huevo frito, untándolo y guardándolo… Yo no tenía miedo a morir, lo que tenía era el dolor de estómago que da el hambre (…) Recuerdo que mi hermana (vivía en Madridejos) me puso huevos fritos para comer y yo por poco me muero, primero de placer y luego de dolor de estomago. ¡Dos huevos fritos con aceite de oliva y untando el pan! El día más feliz de mi vida. Y luego me puse mala (Gloria Fuertes)

Madrid, por culpa de otra guerra ya había pasado hambre. Este penúltimo caso se produjo durante la Guerra de Independencia, entre 1811 y 1812, en donde el soldado francés Nicolás Marcel, por citar un testigo de esa tragedia, vio como un niño que acababa de morir de inanición fue comido por sus pequeños compañeros, que devoraban delante nuestro sus miembros descarnados. Pues bien, más de un siglo después el martirio de Tántalo y la guerra volvieron a enseñorearse de la capital del Reino de España. Esta vez durante la guerra fratricida que asoló nuestro país entre 1936 y 1939. Durante esos tres años la ciudad fue asediada por las tropas nacionales, y de la misma forma las tropas republicanas consiguieron pararlas en la fortaleza en que se convirtió ese gran rompeolas de nuestro país que es Madrid. Por un lado se puede ver como un acto heroico, pero por otro lado esta defensa numantina tuvo como consecuencia el desabastecimiento de la urbe y, debido a ello, el hambre que sufrieron alrededor de un millón de personas durante más de 30 meses. Para comprender como lo vivieron, cuál fue su desarrollo y los medios de abastecimiento que emprendieron las autoridades madrileñas les invito a analizarlo (y comprenderlo) a través del interesante trabajo realizado por Carmen Gutiérrez Rueda y Laura Gutiérrez Rueda en su libro El hambre en el Madrid de la Guerra Civil (1936 – 1939) (Ediciones La Librería, 2014)

Para centrarnos en este triste episodio de nuestra Historia, las autoras, primero, encuadran la situación hablándonos del avance de las tropas sublevadas hacia Madrid y los diferentes caminos que éstas emprendieron para llegar a los alrededores de Madrid entre Octubre y Noviembre de 1936 y las disposiciones que la Junta de Defensa de Madrid tomó para repeler al enemigo creando una red de trincheras alrededor de la capital, sobre todo en el flanco Oeste, Noroeste y Sur; distintas fortificaciones claves en esos puntos y de resultas de ello las distintas batallas que se produjeron como la sangría ocurrida en Ciudad Universitaria y el Hospital Clínico, el toma y daca bélico del Retiro, y así hasta el fallido intento de toma de la ciudad cerrando el asedio por el Este en la Batalla de Guadalajara (1937) que tenía la intención cortar la carretera de Madrid-Valencia y así cerrar con condado de hierro el cerco a la capital. Al fracasar este último movimiento dicho asedio quedó parado en una guerra de desgaste que duraría tres largos años y que los madrileños sufrirían, nunca mejor dicho, en sus propias carnes.

Tras ponernos en situación, Carmen y Laura Gutiérrez Rueda (entiendo por los apellidos que pueden ser hermanas) nos llevan al grueso del tema que nos tratan: el abastecimiento de Madrid, que siempre fue difícil y escaso. El causante de ello fue sobre todo la desorganización y la improvisación que hubo al iniciarse el asedio. Llama la atención el tema de la despreocupación pues aunque parezca increíble en los primeros compases del susodicho asedio hubo un gran derroche de alimentos, como si no hubiera un mañana, tanto que incluso se mató gran parte de las vacas y toros de los alrededores sin previsión alguna, sin control, echándolo de menos los años posteriores en que solamente se daba carne en las cartillas de racionamiento por prescripción médica. Y si hablamos de cartillas, éstas inevitablemente nos conduce al segundo tema: los conflictos y competencias derivadas de la multiplicidad de jerarquías que querían manejar la distribución de los alimentos en Madrid. Partidos políticos y sindicatos daban comida a sus afiliados, iban a las tiendas que empezaban a estar desabastecidas y se llevaban lo que quedara dando una especie de vales que no servían para nada. Y a esto se sumaba la lucha en la Junta de Defensa de Madrid por ver quién canalizaba la distribución alimenticia, pisándose unos a otros llegando a haber incluso cartillas de racionamiento duplicadas o triplicadas. Y si todo esto no fuera suficiente la falta de transporte dificultaba el ingreso de comida en la capital. No solo era difícil la comunicación entre Valencia y Madrid por la única vía de acceso por carretera sino que también los milicianos de retaguardia acaparaban los transportes o bien para acercar tropas al frente o acercarse a mirar las trincheras y por la tarde volverse a casa a dormir o darse un garbeo por la ciudad derrochando gasolina que hubiera sido necesaria para otros menesteres. Y finalmente, a todo este desbarajuste político-logístico que claramente repercutía en los estómagos de los famélicos madrileños que querían sobrevivir día a día, se le añadía la picaresca española: el acaparamiento de productos, el mercado negro, los fraudes (obvio) en las cartillas de racionamiento o la especulación y el trueque.

Y así durante más de 30 meses. Es por ello que este trabajo se ha complementado con casi un centenar de testimonios de personas que sobrevivieron a la gran hambruna. Cada testimonio le pone a uno los pelos de punta porque son verdaderas historias de supervivencia. No hay invención alguna. Las hay desde las más duras en las que se luchaba prácticamente por conseguir un simple alimento, como un huevo por ejemplo, carne de perro, gato o burro, pasando por las que nos ejemplifican como era la jornada cotidiana por conseguir los alimentos que aportaran las calorías necesarias con las que  pasar el día (no llegaba ni de lejos), como se hacía trueque en los pueblos de los alrededores, los viajes hasta allí por conseguir una simple berza mientras las balas le silbaban a uno cerca de la cabeza, la valentía de las madrileñas que hacían colas en las pocas tiendas que daban alimentos mientras las bombas caían a su lado y ninguna se movía para no perder la vez;  y las hay en las que dentro de la tragedia cotidiana el testigo octogenario todavía las recuerda con humor (un tanto negro, la verdad) o con asombro surrealista como aquel que rememora cuando se encontró para comer un pavo real y su carne era muy dura pero que luego se consolaron jugando con las plumas de esa bella ave.  Al final incluso tuvieron hasta problemas para tener encendido un simple fuego con el que cocinar los reducidos alimentos que se conseguían quedando muchas casas por dentro totalmente vacías pues además de los muebles habían tenido que quemar el suelo de madera (si lo había), las puertas, contraventas, libros, revistas, llegándose a darse de tortas por conseguir algún trapo con el que prender la cocina. Imagínese uno este panorama en los duros meses de invierno meseteño.

Por tanto, la carencia de alimentos y la continua lucha de la vida, pasaron factura a lo largo del tiempo. Las autoras nos cuentan que tras terminar la guerra y entrada de las tropas nacionales en Madrid el 29 de Marzo de 1939 una serie de médicos hicieron un estudio para observar que enfermedades había producido el hambre durante el asedio. Y estos fueron, en grandes líneas, las enfermedades más comunes: Pelagra, neuropatías carenciales, neuritis óptica y acústica, glositis simple y edemas de hambre. A lo que claro está hay que añadirle las cientos de personas que murieron por ésta durante aquel tiempo. Así pues, tras orientales por el libro que les traigo, El hambre en el Madrid de la Guerra Civil (1936-1939) no queda otra que recomendárselo, y aunque sea algo sintético en el tema tratado es francamente interesante de leer para que el lector se haga a la idea de uno de los episodios más duros de nuestra última guerra civil.

Carmen Gutiérrez Rueda y Laura Gutiérrez Rueda, El hambre en el Madrid de la Guerra Civil (1936 – 1939). Madrid, Ediciones La Librería, 2014, 158 páginas.