Cuenta la
Crónica de San Juan de la Peña, obra atribuida al rey de Aragón Pedro IV el
Ceremonioso, que el monarca Ramiro II el Monje se sentía bastante atribulado
pues continuamente era despreciado y ridiculizado por los nobles y tenía miedo de
que éstos estuvieran organizando un complot para derrocarle. El rey no sabía
que hacer así que se dirigió a su maestro, Frotardo, abad de San Ponce de
Tomeras, al cual le contó sus problemas. Cuando terminó de contárselas el buen abad
le dijo que le siguiera a dar un paseo por el jardín del claustro. El rey
Ramiro le preguntaba continuamente qué debía hacer, pero ante cada
interpelación Frotardo no hacía más que cortar con las manos los tallos más
altos del jardín.
Se dice que el rey
captó enseguida este mensaje simbólico y al regresar a la corte lo primero que
hizo fue a llamar a los nobles más problemáticos, más de una docena, y cuando
los reunió en la sala los mando decapitar ante el asombro de todo el mundo.
Hizo reunir todas las cabezas y acto
seguido comenzó a colgarlas del pelo en una sala abovedada a modo de campana
poniendo como badajo la del obispo Ordás que había sido el enemigo más acérrimo que tenía. Al terminar
de colocar las cabezas, con ánimo tranquilo, dijo a los asustados concurrentes
que esta campana se oiría en todo el Reino de Aragón como aviso a futuros
traidores a la corona.
Esta leyenda
también es el origen de la expresión estar
más sonado que la campana de Huesca que viene a decir que un suceso ha
tenido una gran repercusión.