Mientras se
desarrollaba la Guerra de Independencia, y en los campos de España se libraban
cruentas batallas, entretanto en Cádiz se estaba forjando una de las
constituciones más adelantadas de su tiempo. A aquella reunión habían acudido
grandes prohombres de todos los rincones del país e incluso de América haciendo
de la ciudad gaditana uno de los focos de libertad más grande de Europa. Pues
bien, en aquel ambiente continuo de efervescencia política era común que los
ciegos, que generalmente entonaban romances por la vía pública, ahora
utilizaran su verborrea para anunciar a todo el mundo las victorias españolas,
pero sin hacer mención a las derrotas sufridas. De esta situación se dio
cuenta uno de los diputados que iban
continuamente a las sesiones de las cortes, Nicasio Gallego, por lo que un día
se acercó a uno de aquellos ciegos y le preguntó por qué siempre anunciaba
victorias y si alguna vez los franceses habían ganado alguna batalla. Acto
seguido, y sin titubear, le respondió el aludido:
Sí, señor, pero esas
noticias les corresponde darlas a los ciegos de Francia.