Uno de los
mayores miedos que tenían los pasajeros de los barcos que iban y venían por el
mar Caribe era la aparición en el horizonte de otro barco con bandera pirata, y
no solo porque podían acabar con sus vidas sino también porque podían
igualmente morir pero después de pasar una serie de torturas. Y en eso lo
piratas, corsarios o bucaneros eran de lo más imaginativos. Pero no hay que
olvidar que también dentro de aquellos barcos existía un duro código para quien
contraviniera la ley de a bordo o mostrara alguna deslealtad al capitán de
turno. Por ejemplo existía una pena llamada maroon
(nombre derivado de la palabra “cimarrón” o carne que los bucaneros cocinaban y
tostaban en los alrededores de Tortuga) que consistía en abandonar en una isla
diminuta a un hombre solamente con una pistola y un poco de pólvora (imagínense
para qué) junto con una cantimplora. Otro castigo era el keelhauling, más conocido universalmente como “pasar por la
quilla”. Con una maroma se hacía mover al criminal de popa a proa, o viceversa,
por debajo del barco haciendo que este rozara la espalda por aquel armazón. O
bien moría de asfixia, ya que los que tiraban la soga lo hacían despacito
tomándose su tiempo, o descuartizado por el gran número de astillas y conchas
que había pegadas ahí abajo.
Aun así, estas
leyes igualmente servían para los capitanes, evitándose de esta manera que
existieran arbitrariedades. Una de estos castigos tenía el curioso nombre de
“sangrar y sudar” y consistía en que la tripulación al completo pinchara el
trasero del capitán con una aguja de coser velas, y cuando hubieran terminado
el ritual se le metiera en un barril lleno de cucarachas, sanguijuelas y otros
bichos para que lo desangraran a base de bien.