En 1536 el
virrey de Nueva España y Perú Antonio de Mendoza decidió acuñar el primera real
de a ocho en América. Se le llamó peso
duro de plata o peso fuerte.
Pasado un tiempo en 1728 el primer rey Borbón en España Felipe V pensó
otorgarle algo más de importancia a esta moneda mandando que le pusiera más
cantidad de plata y que esta fuera además de la mejor calidad. Para conmemorar
este hecho se grabó en el reverso un doble hemisferio situados entre dos
columnas las cuales estaban unidas o fajadas por una banda en la que se podía
leer “plus ultra”. Es por ello que a esta moneda se la empezó a conocer como peso de dos mundos y mares, duro de dos mundos, o duro columnario. Incluso se sabe que en
Filipinas a esta moneda también se la conoció con el familiar nombre de peso de los piratas ya que era la más
utilizada en aquellos lares por los que decidían estar por encima de la ley.
Esta moneda era
tan importante en todo el mundo que cuando se produjo la independencia
americana en 1776, los ciudadanos de aquella nueva nación decidieron utilizar
este peso de dos mundos como moneda
oficial. Y así fue hasta que en 1793 se acuñó el primer dólar. Aun así ambas
monedas convivieron en el tiempo utilizándose indistintamente en los comercios
o transacciones. Tan agradecidos quedaron los americanos que no dudaron en
conservar en su nueva moneda algunos de aquellos rasgos españoles. Por ejemplo
el mítico símbolo del dólar, una S cruzada por dos palos ($) proviene la imagen
de las dos Columnas de Hércules. Nunca su dinero ha sido tan español.
Aquel duro de dos mundos y mares era tan famoso y
fiable que incluso durante la segunda mitad del siglo se seguía utilizando en
España. Y entrado el siglo XX, en 1904 el industrial catalán Francisco Fuste
contaba que “en el imperio de China… aún circulan con bastante profusión duros
de plata españoles de acuñación antigua y singularmente de 1792”. Incluso se
tiene constancia de que el gobierno chino pidió a la Casa de la Moneda española
que fabricasen nada más ni nada menos que la friolera de veinte millones de
aquellos duros para que se los enviaran directamente a China. Obviamente el
gobierno español se negó en rotundo.