¡Acordaos de marzo, acordaos de los idus de
marzo! ¿No fue por hacer justicia por lo que corrió sangre del gran Julio? ¿Qué
miserable tocó su cuerpo y lo hirió que no fuera por justicia? ¡Qué! ¿Habrá
alguno de nosotros, los que inmolamos al hombre más grande de todo el universo
porque amparó bandidos, que manche ahora sus dedos con bajos sobornos y venda
la elevada mansión de nuestros amplios honores, por la vil basura que así puede
obtenerse? ¡Antes que semejante romano, preferiría ser un perro y ladrar a la
Luna! (Marco Junio Bruto a Casio. Acto cuarto, escena tercera)
En verdad el
gran Julio César (100 – 44 a.C) no murió solo una vez frente a la estatua de
Pompeyo Magno en los fatídicos Idus de Marzo, pues aquel inmortal
conquistador de las Galias, hijo de Venus, ha sucumbido ante los cuchillos de
los conspiradores cientos y cientos de veces a lo largo de los siglos. ¿Cómo es
posible? ¿A qué magia negra es debida esta afirmación? La respuesta es muy
sencilla y solo un hombre tiene la culpa de ello: William Shakespeare. Este
hechizo fantástico se viene dando desde 1599 cuando el joven Bardo de
Stratford-upon-avon estrenó en Londres el drama histórico Julio César, inspirado en las Vidas
Paralelas de Plutarco o la Vida de
César Travitas. Desde aquel día, tan redonda y eterna fue aquella
representación, que no ha habido teatro en el mundo, ni escenográfo que no se
haya interesado en representar la figura de aquel que osó cruzar el Rubicón. Y
es que esta obra de teatro es tan especial que se ha convertido con el paso del
tiempo en complemento esencial de la verdad histórica ocurrida en aquel sangriento
15 de Marzo, como si la ficción hubiera reforzado los hechos fidedignos,
dándose incluso casos en que los versos de Shakespeare a veces se confunden con
lo escrito por los historiadores. (Continua)
Hace ya muchos
años que me leí por primera vez esta obra, y es raro el año en que no la he
vuelto a visitar. Me sumerjo de nuevo en sus páginas y veo a Marco Antonio
declamando frente al cadáver de César mientras la multitud llora al escuchar
que Bruto es un hombre honrado; y siento el frío de la noche de Filipos
mientras el fantasma del dictador recorre el campamento militar atormentando a
sus asesinos. Aunque pueda parecer una costumbre tediosa cada vez que la leo es
como si fuera la primera vez pues es lo que tienen las obras inmortales y el
vino que con el paso de los años nunca envejecen sino que se enriquecen. En
verdad nos encontramos con una obra teatral curiosa pues aunque lleva el nombre
de Julio César, éste no es el verdadero
protagonista de ella, pues solamente tiene palabra en tres escenas. Si hay un
personaje al que podamos considerar el eje del drama este es Bruto, principal
conspirador (reenganchado en el último momento) para derrocar al “tirano”. A través
de sus dudas iniciales, convencimiento, ejecución de los hechos y muerte final
en Filipos podemos conocer todos los momentos históricos de la muerte de Julio
César. Shakespeare plantea su obra no como una lección de historia de una
narración bien conocida por todos, sino como el desarrollo de la historia de
una conspiración.
Y aunque creo
que todos los que en este momento están leyendo estas humildes palabras alguna
vez han tenido el gusto de leer este libro, no está demás hacer un pequeño
resumen, que la obra bien lo vale. Principia la historia días antes del
asesinato de Julio César cuando éste y su corte acuden a los juegos y son
sorprendidos por un anciano ciego que previene al dictador de que se guarde de
los Idus de Marzo. Éste no le hace mucho caso y sigue a la festividad. Pero por
encima de toda la multitud destacan dos personajes: Marco Junio Bruto y Cayo
Casio Longino. Éste último a base de instigar a su amigo acaba venciendo sus
dudas iniciales y le incluye en el complot que se está preparando para matar a
César. Los conjurados, entre los que destacan también Casca, Ligario, Decio
Bruto, Cimber o Cinna, se reúnen y acuerdan matarle en el Senado el 15 de
Marzo. La noche antes, entre grandes tempestades de rayos y viento, se producen
hechos sobrenaturales en Roma que
parecen anunciar a todo el mundo lo que va a suceder al día siguiente. Aun así parece
ser que el único que no se da por aludido es que el en poco tiempo se va a
convertir en ilustre finado. El asesinato se produce en un mar de sangre y los
senadores huyen mientras a César se le escapa la vida a través de treinta y
tres puñaladas certeras. Los únicos que quedan son el núcleo de conjurados y
Marco Antonio que con sendos discursos por un lado conmueven al populacho
todavía anestesiado por la muerte de su héroe popular, mientras que por lado Antonio
les lleva a clamar venganza contra los que han osado poner el frío hierro del
cuchillo carnicero en las carnes de aquel que les ha dado medio mundo. Éstos
huyen y acuerdan plantar batalla en la llanura de Filipos al nuevo triunvirato
creado en Roma con hombres ilustres como el todavía joven Octavio, el
pusilánime Lépido y el impulsivo Marco Antonio. Ambos, Bruto y Casio mueren de
manera magistral en el campo de batalla (42 a.C), cumpliendo de esta manera la
premonición que le hizo el fantasma de César a Bruto cuando le dijo con
funestas palabras aquello de: “Me veras en Filipos”.
Esta historia es
bastante conocida por todos nosotros. Hasta los párvulos saben de ella. Pero lo
que hace distinta a la obra de Shakespeare es el tratamiento que da del hecho
histórico. Se centra en los momentos cruciales, siendo parco en escenarios y
situaciones ya que lo que más interesa al autor es presentar los distintos
conflictos internos que atenazan a cada personaje y las consecuencias que derivan
de responder en conciencia. Destacan los
soliloquios en los que se hablan de la verdadera esencia el honor, el
patriotismo, la libertad o la amistad entre camaradas. Éstos están construidos
con calidad, consistencia y, a diferencia de otras obras teatrales, muy
directos. Otra de las características que más llaman la atención es el
tratamiento de los personajes. Hace que no sean pantomimas ni figuras de cartón
piedra, sino seres humanos con sus dudas y valores propios. Cualquier otro
autor hubiera sido maniqueístas con ellos, pues sería muy fácil presentar al
público un César regio, un abnegado Marco Antonio y un feroz Bruto con ansias
de sangre vengadora. En cambio vemos que, por ejemplo, a Bruto lo mueven
motivos honorables, no personales, para evitar de este modo que Roma vuelva a
caer en una Monarquía ya derrocada por su antepasado… y eso que César ya había
rechazado la corona, ofrecida por Marco Antonio, tres veces seguidas.
Shakespeare por tanto convierte a Bruto en “el más honorable de los romanos”.
Esta forma de tratar a este personaje es lo que ha hecho que muchos
historiadores hayan afirmado que el autor deja oculto un mensaje para todos
aquellos que piensen derrocar a cualquier tirano que exista, como por ejemplo
los descontentos en su época con la reina Isabel I.
Pero que no se
asuste el lector que todavía no haya acercado sus dedos a este libro, pues no
todo él esta construido a base de eternos discursos coreados a través de los
ecos de siglos venideros, pues también sabrá apreciar la esencia de la tragedia
final de César, cómo fueron aquellos días de hierro y sangre y cuáles fueron
los motivos que llevaron a los complotados a atacar al gigante de sus días.
Toda una lección de historia que para que al lector y al publico que asistía al
teatro no se le hiciera tediosa, Shakespeare lo supo trufar de elementos de la
vida cotidiana romana, familiaridades y curiosidades como cuando César le dice
a Marco Antonio que le hable en el otro oído porque en éste no oye bien; e
incluso elementos sobrenaturales, como por ejemplo cuando la noche anterior de
su muerte Roma se llena de truenos y relámpagos, se estremecen los cimientos de
la tierra, brotan llaman de las manos, un león encolerizado aparece en el
Capitolio, caminan hombres en llamas, aves de la noche acompañan a muertos
andantes escupidos de sus tumbas, una leona pare en medio de la noche o que en
el cielo se desarrolla una guerra mientras las estatuas de César se oscurecen
por culpa de una lluvia de sangre. Se puede achacar al dramaturgo que toda su
obra esté repleta de referencias o chismorreos de autores antiguos como
Plutarco y tal vez Suetonio, pero lo que en verdad consigue, no es solo
demostrar sus vastos conocimientos sobre la Historia de Roma, sino insuflarle vida,
color y pasión a uno de los momentos cruciales del devenir humano.