Quien salva una vida salva al mundo entero (proverbio judío)
Aquel verano de
1914 fue caluroso. Cientos de personas gozaban de una temperatura ideal para
disfrutar de las vacaciones fueran éstas en la montaña o en el mar. Parecía que
el mundo civilizado vivía en una nueva Edad de Oro que nada podía perturbar la
paz, nada… salvo una bala llena de rabia en una ciudad llamada Sarajevo. La
muerte del archiduque Francisco Fernando y su mujer la duquesa Sofía Chotek en
aquel mes de Junio a manos de Gravrilo Princip condujo al planeta a una pesadilla
de fuego y barro que durará casi cuatro años interminables. Unos países se
posicionaron junto a las Potencias Centrales (Alemania y el Imperio Austrohúngaro)
mientras que otros decidieron jugar a la guerra en una Entente Cordial creada por el Reino Unido, Francia y la Gran
Madre Rusia. Un eterno verano de más de medio millón de muertos no había hecho
nada más que empezar. Otros millones les seguirían tiempo después. Se pensaba
que este enfrentamiento duraría nada pero con el tiempo los ciudadanos se
dieron cuenta que la sangría iba a ser más grande, produciéndose, por tanto, lo
que se conoce como Revolución Moral de Retaguardia. Las familias, pasado el
ardor guerrero y el orgullo patrio, vieron como sus hijos desaparecían en
aquella titánica montaña de sangre y pronto comenzaron a recelar de las
promesas. Se sentían traicionados por sus dirigentes y ya nada les importaba
más que saber qué había sido de sus seres queridos. No querían medallas ni
banderas plegadas, solo noticias. Y he aquí el problema pues no podían pedir
noticias al bando contrario ya que se las negaría, así que ¿a quién? … a los países
neutrales, a los que no se habían querido ver involucrados en esa locura
militar: Suiza y España. En el país helvético tenía su sede la Cruz Roja
Internacional, pero en España ¿qué había? Un rey, Alfonso XIII, un tanto
controvertido para la posteridad pero
que creó la primera acción humanitaria gubernamental de la historia: la Oficina Pro Cautivos.
Como casi todos
los episodios vividos por España durante la Primera Guerra Mundial, éste
tampoco ha sido una excepción quedando olvidado durante mucho tiempo no solo por
los españoles, en quien es notoria su desmemoria historica, sino, y es lo más
doloroso, en gran parte de los libros de Historia de España, apareciendo
relegado a los anecdotarios. Para muchos la existencia de este país en el flujo
histórico comprendido entre 1914 y 1918 no ha existido. Se menciona de
puntillas que España se posicionó de manera neutral en el conflicto global y
que además se enriqueció, que sí es verdad, del mercadeo derivado de las
necesidades bélicas de sus vecinos. Y nada más. Los episodios vividos por los
Voluntarios Catalanes, o las gestas de arriesgados aventureros en las
trincheras de Centroeuropea han quedado enterradas en las arenas del tiempo.
Así que la existencia de esta primera misión de paz es normal que también haya
sufrido el mismo destino, aunque hemos de congratularnos al saber que todavía
existen historiadores que no cejan en la misión de rescatar pasajes de la
historia. Uno de ellos es Juan Pando con su obra Un rey para la esperanza en la que nos describe de manera
maravillosa una faceta inédita del monarca Alfonso XIII sobre su compromiso de
solidaridad al crear la Oficina de Pro Cautivos para auxiliar e identificar a
los soldados desaparecidos en la contienda fueran de un bando o de otro;
vigilar el estado de los campos de concentración y comprobar de estar manera
que no hubiera desnutrición ni malos tratos; y lo más importante intentar el
canje entre prisioneros para hacerlos llegar a sus angustiados familiares.
Como cualquier
gran movimiento social el principio fue pequeño pero se fue extendiendo en
ondas más grandes según pasaba el tiempo. Todo empezó el verano de 1914 cuando
un mayordomo del Palacio Real hizo llegar al Rey una humilde carta de una
lavandera de Baiona en la que solicitaba que intercediera por su marido el cual
había desaparecido en la Batalla de Charleroi. Le pedía (en la misiva se veía
la sombra acuosa de lágrimas derramadas al escribir) que lo buscará y que le
comunicara si estaba vivo o muerto. Alfonso XIII se sintió tan conmovido por la
angustia de esta mujer que no dudo en escribir de nuevo a esta lavandera para
decirle que haría lo posible por buscarlo y si estuviera vivo lo llevaría de
nuevo a sus anhelantes brazos. Con el tiempo esta ida y venida de
correspondencia se conoció en la prensa internacional, sobre todo de París
quien empezó a airear la gran humanidad que había tenido el monarca español al
ayudar a un extranjero a buscar a su amado soldado. Esta increíble historia
tuvo como consecuencia que en pocos días el Palacio Real comenzara a recibir un
flujo importante de cientos de cartas de personas que solicitaban noticias de
sus hijos y maridos desaparecidos. Nunca en la historia una guerra se ha
llamado con más acierto “La Guerra de las Cartas”. Alfonso XIII se tomó como una iniciativa
propia el crear una Oficina Pro Cautivos para localizar personas desaparecidas,
pero la fundó al margen del presupuesto del Estado financiándola con las rentas
del Patrimonio Real. En un principio con la nada desdeñable cifra de un millón
de pesetas de aquel tiempo. Puso la oficina en los altos del Palacio de Oriente
y contó de inicio con la magnánima colaboración de 50 voluntarios los cuales se
dedicaban a clasificar las cartas en los diferentes servicios de la agencia, ordenándolas
mediante lengüetas de distintos colores, desde pequeñas banderas nacionales
para orientar la nacionalidad de los prisioneros, hasta distintas gamas de
colores como el negro para los muertos o el blanco para los hallados
vivos.
Cientos y
cientos de cartas no paraban de llegar allí. Los ojos dolientes de los europeos
se habían vuelto hacia España. Tantas eran las misivas y solicitudes que los
voluntarios de Palacio no tenían días ni festivos libres. Entre todas aquellas
cartas destaca por ejemplo la de una niña de París que con letra infantil
encabeza la petición diciendo A Sá
Majeté… en la que cuenta con total inocencia que su madre lleva dos años
llorando porque su hermano, tío de la niña, ha desaparecido y quiere que si lo
encuentra lo lleve a Suiza y así salvarlo de una muerte segura en los campos de
concentración. Esta carta, firmada por…
su servidora Sylviane y recibida el 20 de Abril de 1917 producirá un nuevo
giro a los acontecimientos de la Oficina Pro Cautivos pues a partir de ese
momento se duplican de manera más exhaustiva sus dos servicios esenciales, a
saber: localización de prisioneros y repatriación o canje para salvarlos. A Alfonso
XIII ya no se le conoce en el mundo por su título oficial sino por el de
Redentor de los Cautivos.
Desde el
principio de esta aventura la Oficina Pro Cautivos colabora en todo momento con
la Cruz Roja Internacional pero aun así la labor de esta primera es más directa
pues gracias a su status real cuenta con embajadores en todo el mundo haciendo
que las gestiones diplomáticas de salvamento sean más rápidas y efectivas. A
esto hay que añadirle que es difícil que un rey como el inglés o el kaiser
alemán desestimaran de manera ligera una petición del mismísimo Rey de España.
Este hecho se puede ver claramente cuando por orden suya evitó el fusilamiento
de ciudadanos y soldados belgas en zona ocupada por los alemanes o en la
conmutación de la pena de muerte por la de vida a la enfermera inglesa Edith
Cavell o la condesa de Belleville quienes se encargaban por su cuenta también
de liberar prisioneros. Los resultados de la Oficina Pro Cautivos son
increíbles pues en total recibieron ayuda de ella 122.000 prisioneros franceses
y belgas, 7.950 ingleses, 6.350 italianos, 400 portugueses, 350 americanos y
250 rusos. Se repatriaron a la vez a 21.000 prisioneros enfermos y 70.000
civiles; y se recibieron nada más ni nada menos que 4000 visitas a campos de
concentración. La labor diplomática de esta agencia fue tan importante que
incluso gracia a ella se llegaron a grandes acuerdos internacionales como que
los estados beligerantes se comprometieran a no torpedear ningún buque-hospital.
El único contratiempo que sufrió la Oficina Pro Cautivos fue la de no poder
liberar a la Familia Imperial Rusa aunque estuvo a punto de conseguirlo si no
fuera por la cerrazón de las fuerzas bolcheviques. Alfonso XIII hizo todo lo
que pudo pero no fue suficiente. Este traspiés le produjo una gran pena de la
que siempre se sintió culpable.
Juan Pando nos
deja con Un rey para la esperanza, no
solo un ensayo (de los pocos que hay) sobre la Primera Guerra Mundial y España,
sino todo un legado a la posteridad pues devuelve a la luz uno de los mayores
gestos de humanidad de la Historia Universal, curiosamente nunca recompensado
con el Nóbel de la Paz en aquel momento. El autor ha hecho una labor titánica
buceando en los olvidados Archivos de la Oficina Pro Cautivos del Palacio Real
para elevar a las alturas una historia inolvidable que cualquier aficionado a
la musa Clio no ha de perderse. Un relato apasionante y sobrecogedor de un
momento en el que escribir a España era escribir a la esperanza.