martes, 26 de enero de 2016

LA HEROÍNA DE BAYER



Cuando estaba a punto de acabar el siglo XIX, en 1898,  la empresa farmacéutica Bayer decidió lanzar al mercado un producto revolucionario llamado Heroína (sí, han leído bien), que junto a su otro producto estrella, la aspirina, no solo evitaba el dolor de cabeza sino que también borraba de un plumazo las enfermedades pulmonares. A este tipo de droga se la bautizó con este nombre debido a las sensaciones que producía en las personas que la habían probado en sus laboratorios. Es decir, sentían tanta estimulación que decían convertirse en héroes. Pronto la empresa Bayer comenzó a anunciar que no solo aliviaba las dolencias de las personas mayores sino que también era ideal para contrarrestar la tos infantil. ¡Imagínense a una madre de principios del siglo XX dándole heroína a su hijo!

Los “efectos milagrosos” de la heroína llegaron pronto a España y en 1912 comienzan aparecer carteles en los periódicos en los que se anuncia el famoso jarabe de heroína que evita la tos infantil. En estos anuncios siempre suelen aparecer escenificadas la bondades de la heroína en distintos momentos de la vida cotidiana, como por ejemplo cuando una madre prepara la merienda de su hijo acompañado de una jugosa ración de heroína, o cuando éste tiene que tomarla porque esta malito. Y siempre acompañado de eslóganes pegadizos como:
“En la estación lluviosa: Jarabe Bayer de Heroína”,
“En la tos fuerte; Jarabe Bayer de Heroína”
“La tos desaparece; con Jarabe Bayer de Heroína”.

Todo parecía ir viento en popa para la empresa Bayer que incluso llegó a vender su producto como un sustituto ideal de la morfina. Es por ello que en 1900 una organización en Estados Unidos llegase a enviar muestras gratuitas de heroína a las personas que estaban enganchadas a la morfina.

Pero todo se fue al traste en 1913 cuando un estudio científico demostró que la heroína no solo era más adictiva que la morfina sino que incluso era el propio hígado quien transformaba la heroína en morfina, haciendo de este nuevo producto una droga mucho más potente. Así pues ese año  Bayer dejó de fabricar Heroína quedándose solamente con la aspirina.

jueves, 21 de enero de 2016

HISTORIA INSÓLITA DE LA MÚSICA CLÁSICA I Alberto Zurrón



Yo puedo ser vulgar pero os aseguro que mi música no lo es.

En 1984 el director de cine checo Milos Forman presentó al público una de las mejores películas de la historia, Amadeus, basada en la vida del genio Wolfgang Amadeus Mozart. Uno de los puntos brillantes de aquel film fue sin duda no solo presentar al músico y redescubrirlo para expertos y profanos sino también mostrarnos como era verdaderamente en su vida interna. Y aunque muchos de los aspectos de la película son un tanto maquillados por la rumorología el enseñarnos un Mozart borrachuzo, ludópata, y mal hablado, a la par que amante de su música no tiene precio. Es decir la humanización de su ser, el bajar al genio salzburgues de su torre de marfil hace que lo apreciemos aún más, que nos acerquemos todavía más a su música. Pues es en este punto ejemplificador donde quiero poner el acento, ya que, a mi modo de ver, el gran problema existente de la música, llamémosla clásica aunque podemos remontarnos a más atrás en el tiempo, es su alejamiento del gran público. El ciudadano profano la ve como algo inaccesible solo accesible a personas con una gran cultura o un gran bolsillo lleno de dinero. No la comprenden pues ven a sus creadores como estatuas de mármol que como dice Mozart “defecan solamente mármol” Es decir dioses subidos en pedestales tiranos de las partituras. Pero si conseguimos que los vean que son seres iguales a ellos puede que abran sus oídos y comiencen a deleitarse con sus oberturas, corcheas, semicorcheas, y toda clase de artíficos musicales.

Así pues llegamos al momento de presentarles el libro que seguramente ayudara a cualquier persona curiosa a amar la música clásica: Historia insolita de la música clásica I, escrito por el abogado y amante de la música Alberto Zurrón (Nowtilus 2014). Ya el subtitulo del ensayo nos pone en alerta, “la asombrosa vida de los artistas más extraordinarios”. El autor desgrana a lo largo de sus 350 páginas todo un muestrario de virtudes y vergüenzas de los compositores más famosos de la historia de la música como Wagner, Berlioz, Tchaikovsky, Schönberg, Satie, Beethoven, Strauss, Liszt, Debussy… y nos los presentan como personas como nosotros, con sus filias y sus fobias, con sus arrebatos de furia, y sus bondades, e incluso sus escarceos amorosos. Es decir seres que atesoraban, y atesoran, en su haber ser culpables de haber caído en alguno o algunos de los siete pecados capitales. Incluso hay algunos como Beethoven que además se enorgullece de ello. Además descubriremos que no eran tan perfectos musicalmente como creíamos. Algunos de ellos fueron martirizados en algunos momentos de su vida luchando por dilucidar alguna nota en concreto, e incluso algunas veces vemos como o se olvidan de sus propias partituras (famosas muchas de ellas) o ni siquiera saben interpretarlas. ¡Increíble!

Pero, aunque el autor nos los muestren al natural, como el traje invisible del emperador, Alberto Zurrón siempre es respetuoso en sus escritos, erudito y con unos conocimientos musicales impresionantes. Consigue en este libro que a través de las anécdotas, curiosidades y episodios más fascinantes e insólitos de este género musical, los que amamos la música culta la amemos todavía más, y los que son profanos en la materia se interesen por ella al deleitarse con su prosa clara y didáctica. Historia Insólita de la música clásica I (esperemos que pronto haya una segunda parte) es un tesoro para los melómanos pues les aseguro que descubrirán más de un hecho desconocido que creían saber de su compositor preferido. Así pues les animo a que abran este ensayo, por el lado que les apetezca, y gocen de la vida privada de los músicos más geniales de la historia.

miércoles, 20 de enero de 2016

EL ANIMAL MÁS BONDADOSO DEL MUNDO



Hace algún tiempo, justamente en 1861, nació en África, en lo que actualmente sería Mali un pequeño elefante que ya desde su más tierna infancia destacó por dos cualidades: uno, su gran tamaño; y dos, que era extremadamente dócil y cariñoso con los humanos. Todo el mundo, sobre todo los niños gustaban de jugar con él y es por esa razón por lo que decidieron bautizarle con el nombre de Jambo, que en el idioma de aquella zona significa “¡Hola!” Pero fueron pasando los años y muy pronto tuvo que abandonar su África natal siendo llevado primero al zoológico de París y, después, en 1865, trasladado al zoológico de Londres en donde viviría un total de 16 años haciendo las delicias de grandes y pequeños, pues todo aquel que se acercaba a su lado le saludaba con la trompa. La dirección del zoo y los londinenses estaban encantados con él, pero en 1881, debido a problemas económicos fue vendido a un circo, en concreto al más famoso de todos los que había en aquellos tiempos: el circo de Barnum & Bailey.

Los habitantes de Londres lo despidieron con lágrimas en los ojos pues pronto este circo abandonó Inglaterra rumbo al otro lado del Océano Atlántico para hacer una gira por Estados Unidos y Canadá. Y al igual que los ingleses, los americanos quedaron igualmente asombrados al ver sus casi cuatro metros de altura y la facilidad con que aprendía los trucos más complicados del espectáculo. Jumbo (como se llamaba ahora) se convirtió en la estrella y cuando el circo llegaba a cualquier ciudad venían a verlo de todas partes, convirtiéndose su nombre en sinónimo de grandeza. Pero cuando el 15 de Septiembre de 1885 llegaron a la ciudad de St. Thomas, en la zona de Ontario (Canadá), mientras ayudaba a montar la carpa central un tren sin control lo arrolló, provocándole una muerte instantánea. Se necesitaron un total de 150 personas para mover el cuerpo y aunque pudiera pensarse que aquella desgracia fue un golpe duro para el circo, éstos supieron rentabilizar los restos de Jumbo. El esqueleto fue donado al Museo de Historia Natural de Nueva York; el corazón fue vendido a la Universidad de Cornell; y el cuerpo embalsamado se convirtió en la nueva atracción del espectáculo hasta 1889 en que fue cedido a la Universidad de Tufts (Massachusetts), aunque en 1975 el centro sufrió un incendio y el cuerpo  se perdió para siempre.

El recuerdo de la bondad de Jumbo todavía perdura, pues en la misma ciudad de St. Thomas existe una avenida, una plaza y una estatua dedicada a él. Aparece mencionado en el Ulises de James Joyce e incluso Disney se inspiro en su docilidad para llevar a la pantalla la película de dibujos animados Dumbo (1941). Y actualmente la empresa Boeing decidió bautizar al famoso Boeing 747 con el nombre de Jumbo debido a su colosal figura.

sábado, 16 de enero de 2016

¿QUÉ ERA EL BATALLÓN SAGRADO?



Durante el siglo IV a. C en la ciudad de Tebas un comandante de su ejército llamado Gorgidas se le ocurrió crear un cuerpo de élite militar llamado El Batallón Sagrado, el cual en tiempos de paz defendería la ciudadela Cadmea, situada en la misma ciudad, y en tiempos de guerra se convertiría en uno de los cuerpos principales del ejercito tebano. Pero a pesar de que muchas ciudades y estados de la antigua Grecia tenían cuerpos parecidos, lo que diferenciaba al Batallón Sagrado de los demás era que sus componentes eran exclusivamente homosexuales. Estaba constituido por un total de 300 hombres valientes, es decir 150 parejas que se defendían unos a otros, y que en el caso de que uno cayera en combate el otro lo vengaría hasta alcanzar el mismo la muerte, haciendo de ellos, por tanto, una fuerza temible. A diferencia de la división homosexual que existía en Grecia de erómenos y erastés, la pareja que luchaba dentro del Batallón Sagrado se llamaban Heniochoi (conductor) que era el guerrero de más edad, y Paraibaitai (o compañero) más joven que su amado y que continuamente era entrenado en las artes bélicas. A lo largo de casi cuarenta años esta fuerza de élite fue invencible hasta que fueron derrotados en la Batalla de Queronea (338 a. C) por el ejército macedonio de Filipo II y su hijo Alejandro Magno. En el lugar donde perecieron se erigió una tumba coronado por un feroz león para recordar a todo el mundo que allí enterrados se encuentran estos valientes tebanos pertenecientes al mítico Batallón Sagrado.

martes, 5 de enero de 2016

LAS BRAGAS DE MIGUEL ÁNGEL



Mientras que en otras épocas de la Historia del Arte se preciaba el culto al cuerpo, hubo un tiempo en que la Iglesia dictaminó que éste era aberrante. A partir del Concilio de Trento (1545 – 1563) los desnudos en el arte se convirtieron en toda una obsesión, y la Iglesia dictó que no debían ser representados en los ambientes sacros. Lo contrario se consideraba una blasfemia y podía llevar al pintor o al escultor a pasar una temporadita en las cárceles de la Santa Inquisición. Es por ello que la Iglesia ordenó que se cubrieran los genitales de las estatuas con hojas de parra, o, si esto no fuera posible, se mutilaran estas partes castrándolas a martillazos. Pero estas órdenes no solo se aplicaron a las estatuas, pues hubo un sin número de cuadros y frescos a los que se les taparan sus partes pudendas supuestamente para que no ofendieran a los feligreses. Un ejemplo de esta insensatez se produjo en el mismo corazón del Vaticano. Un día el Papa Pio V (1504 – 1572) mandó cubrir los genitales del Juicio Final de Miguel Ángel poniéndoles taparrabos en sus partes. Así pues llamó a un pintor cercano al círculo del genio florentino, llamado Daniele da Volterra el cual no dudo en ponerles algo de ropa a las excelsas figuras pintadas en la Capilla Sixtina. Como recompensa por haber perpetrado tal barbaridad el pueblo le honró otorgándole un apodo por el que sería recordado por toda la Historia: Il Braghettone, o lo que es lo mismo “el que pone bragas o pantalones”.
  
Como curiosidad fue este mismo  Pio V el que también prohibió las corridas de toros en 1567 bajo pena de excomunión para quien las realizara, ya que pensaba que este espectáculo era cruel. Años más tarde, Gregorio XIII, en 1575, levantó esta prohibición en España, aunque con una única excepción: que no debían celebrarse en días festivos y que los clérigos no podían asistir a las corridas.