Aunque Felipe V
había recibido de pequeño en Versalles una
educación muy estricta en lo que respecta a temas religiosos, una de las cosas
que su tutor, el padre François Fenelón (autor de la primera novela juvenil:
Las Aventuras de Telémaco), no le
pudo quitar de la cabeza fue su obsesión por el sexo. Así que cuando años después
murió su joven esposa, la reina María
Luisa Gabriela de Saboya, rápidamente sus allegados tuvieron que buscarle una
nueva reina para que satisficiera sus apetitos sexuales. Y después de cribar en
las cortes europeas, encontraron una dama algo llenita que seguramente iba a
sofocar con creces las apetencias del monarca Borbón. La elegida fue Isabel de
Farnesio, más conocida por el pueblo como la
parmesana. Tras el casamiento el monarca volvió a cumplir en la cama pero
tantas eran las ganas que tenía que un día se le ocurrió hacerlo en la misma
habitación en la que había fallecido su anterior esposa. Mucha gente le recomendó
al rey no hacerlo allí, en la misma cama en la que había yacido con María Luisa
Gabriela de Saboya, pues seguramente atraería alguna maldición a la corona. El
ardiente Felipe no les hizo caso y prosiguió con esa idea pero a la mañana
siguiente los reyes se dieron cuenta que las sabanas donde habían hecho el amor
brillaban con una misteriosa luz verdiblanca. Aquello dio mucho que hablar en
la corte y rápidamente Isabel de Farnesio mandó quemar cualquier sabana, almohada,
cortina o mantel que hubiera estado en contacto
con la anterior reina. Pero aunque esta especie de exorcismo se llevo a cabo en
uno de los patios de palacio, la extraña fosforescencia volvió a repetirse en
los ropajes nuevos del monarca y de la parmesana. Esto produjo terror en el Alcázar
y un duro golpe a la débil salud mental de Felipe V. Hay que señalar que este
misterio, el del brillo de las sabanas y las ropas reales, nunca se resolvió,
quedando como uno de los enigmas más raros acaecidos en el antiguo Alcázar de
Madrid.