Como el sastre
oficial de la Ciudad del Vaticano no sabe quién va a ser elegido como Sumo Pontífice
hasta que no termine el conclave papal, siempre tiene que tener preparado en un
despachito tres hábitos blancos de distintas tallas, uno pequeño, uno mediano y
otro grande, a la espera de ver quien abre su puerta y se presenta ante él.
Casi, y digo casi, nunca ha habido problemas para poner el hábito al nuevo
papa, hasta que fue elegido el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, quien sería
conocido como Juan XXIII. Cuando el sastre lo vio, no dudó en vestirle con la
talla grande, ya que Roncalli no era bajito y además era algo grueso. Pero por
desgracia para ambos incluso esa talla le estaba pequeña. Tan estrecho le
estaba el hábito que casi no podía levantar el brazo con el que debía bendecir
a la gente que le esperaba ansiosa en la Plaza de San Pedro. Así que el nuevo Papa
tuvo que presentarse ante sus fieles con un hábito tuneado. Tiempo después el
mismo Juan XXIII comentó lo siguiente: “Todos querían que fuese Papa, menos el
sastre vaticano”.