Para lo poco que
duró Amadeo de Saboya en el trono de España (1870 – 1873), casi lo sacan con
los pies por delante ya que en aquellos tres años estuvo a punto de ser
asesinado en un atentado perpetrado en la castiza calle del Arenal (Madrid) una oscura noche de 1872. El 17 de Julio, los
reyes, es decir Amadeo y su esposa María Victoria volvían de dar un paseo por
el Retiro pero llegar a la calle de Arenal la comitiva fue frenada por dos
coches de tiro y un grupo de asaltantes los cuales sin mediar palabra alguna se
liaron a tiros contra la carroza real. Al momento los reyes se encontraron tirados
en el suelo de su habitáculo en medio de un fuego cruzado entre la policía y aquellos
tiradores anónimos, con la esperanza de no sufrir daño. Uno de los asaltantes murió,
otros tres fueron detenidos y algunos consiguieron huir en dirección a la Plaza
de las Descalzas y la de Santo Domingo. Aun así, lo que más llama la atención,
es que el propio Amadeo de Saboya ya tenía noticias de que un atentado de estas
dimensiones se podía producir en cualquier momento. Se dice que un ciudadano
había informado a la policía que por casualidad había escuchado a la salida de la
Biblioteca Nacional a dos personas hablando sobre el plan regicida que acabaría
con la vida del monarca, además de que el rey había estado recibiendo semanas atrás
una serie de anónimos en los que alguien le decía: “Morirás joven, Saboya”. A
pesar de ello, Amadeo no varió sus planes, ya sea por creer que fueran fanfarronadas,
o por pensar que aquellas cartas eran obras de un perturbado.
Al día siguiente
el rey fue aclamado por la multitud, pero el idilio con su propio pueblo duró
poco ya que en cuanto pasó el momento, comenzó a funcionar de nuevo la máquina
de las intrigas y malquerencias que rodeaban al monarca. Ante esta situación no
es de extrañar que Amadeo de Saboya dijera lo siguiente: Ah, per Bacco, io
non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi (Ah, por Baco, yo no entiendo
nada. Esto es una jaula de locos). Harto de ser odiado por todos, o casi todos,
el 11 de Febrero de 1873 el rey presentó a las Cortes su renuncia a la corona,
y sin volver la vista atrás se marchó a Italia con la idea de olvidar la
pesadilla que había vivido en España.