(Foto: Wikimedia Commons)
En la antigüedad existían (y existen) distintas formas de impartir justicia basadas en que un único dios (o dioses) delegaban esta función a través de sus gobernantes terrenales lo cual justificaba que un rey o emperador pudiera aplicar la pena de muerte sin ningún cargo de conciencia pues convertía a éstos en meros tramitadores de las ordenes que recibían de un ser superior. Una de aquellos reglamentos de justicia era la famosa Ley de Talión (del latín tallos o tale que significa “idéntico” o “semejante” y que en español deriva en la palabra “tal”) plasmada en el Código de Hammurabi y en el Antiguo Testamento, y que se basa en la reciprocidad existente entre el delito y su castigo subsiguiente acabando muchas veces en la ejecución del asesino. Es decir quitar una vida por otra en un acto de venganza en vez de confiar en una posible reinserción del acusado. O como dice la Biblia: ojo por ojo, diente por diente, pan por pan.
Hammurabi (1792 – 1750 a.C) fue el sexto rey de Babilonia y en 1753 a.C procedió a redactar el llamado Código como podemos ver esculpido en una estela de diorita negra de dos metros y medio de altura que en la actualidad se encuentra en el Museo del Louvre, en París. En ella observamos como Shamas, dios de la justicia, sentado en un trono le entrega al rey Hammurabi un código donde viene estipulado el tipo de leyes que ha de aplicar entre los hombres (o lo que es lo mismo convierte a Hammurabi en un mero recadero de los dioses librándole de cualquier culpa). En éste código, y en las numerosas copias que se debieron de repartir por todo el reino, se plasma el principio jurídico de la Ley de Talión compuesto de 282 artículos acabando muchos de ellos en la condena a muerte del acusado. Con esta ley se intenta intimidar al delincuente a la vez que dar un marco de estabilidad jurídica y social en todo el Imperio babilónico. Pero aunque se muestran los distintos tipos de castigos dependiendo de la clase social a la que pertenezca una persona, al leer con detenimiento este reglamento tan estricto nos damos cuenta que quienes más sufren por ello son las clases más desfavorecidas. Nada nuevo bajo el sol.