“Si no subes a
ese avión, te arrepentirás. Quizás hoy no, quizás mañana tampoco, pero pronto y
para el resto de tu vida.” (Humphrey Bogart, como Rick Blaine)
A mí me pasa
como a Woody Allen. Ahora la tengo en DVD pero hace ya muchos años, en una
galaxia muy muy lejana, la tenía en una cinta de VHS grabada de la televisión
(entonces era la Segunda, creo recordar). Y, como decía anteriormente, me
pasaba lo mismo que a Woody Allen al comienzo de Sueños de Seductor (1972), la veía una y otra vez, embobado y
repitiendo los diálogos que me sabía de memoria. En verdad, aquella cinta de
VHS la tenía bastante machacada. Puede parecer locura u obsesión, aunque no
creo que sea así ya que las dos películas más visionadas de la historia del
cine son sin duda Lo que el viento se
llevó se llevó (1939) y de la que voy a hablar a continuación: Casablanca (1942), auténtico epítome
para más señas, y el film más afortunado que existe, como muy bien nos recuerda
el escritor, periodista y especialista en el Séptimo Arte, Juan Tejero, en su
libro, que como no podía ser de otra forma se titula: Casablanca (Bookland Press editores, 2017). Hay cientos de estudios
acerca del fenómeno Casablanca además
del legado que nos dejó, no solo cinematográfico sino también filosófico,
psicológico, histórico, etc. Y todos ellos coinciden, junto con éste de Juan
Tejero, en que Casablanca no solo es
una película extraordinaria sino que es todo un símbolo o como mínimo una de
las leyendas del cine clásico estadounidense y universal por antonomasia. Al
igual que todo el mundo va al café de Rick en la ciudad homónima del norte de
África, creo que todo el mundo ha visto alguna vez en su vida este film (nunca
se fíen de alguien que no la ha visto) y se han dejado influenciar por aquel
microcosmos que representaba la Humanidad en aquellos primeros años de la
Segunda Guerra Mundial. Y si no la han visto… pues bueno, todavía tienen tiempo
de hacerlo, aun pueden redimirse de ese baldón, pero les recuerdo que no lo
dejen pasar en exceso ya que como dice el adagio: tempus fugit.
Aun así, para
situarnos, y aunque confío en que no haya nadie en la sala que no la haya
visto, pues siempre existe algún despistado, el argumento sería el siguiente: Casablanca,
como ya he mencionado antes, es una ciudad situada al norte de Marruecos que en
1941, tras la entrada en París del ejército alemán y la caída de Francia con la
instauración del gobierno títere de Vichy, se llena de refugiados que ansían
escapar de las garras de la guerra y quieren un billete de avión que les sirva
de trampolín con el que llegar a la mítica y libertadora América. Pero claro,
para poder subirse a ese avión se necesita un costosísimo salvoconducto que se
puede conseguir o bien por la vía legal a través de la corrupta policía
francesa que está a cargo del prefecto de policía Louis Renault, o bien, y como
los refugiados no pueden esperar una eternidad pues muchos de ellos son
evadidos con peligro de ser detenidos por la misma Gestapo, recurren a puestos
del mercado negro como por ejemplo el que regenta el orondo Ferrari en el Loro
Azul. Y ya sea de una forma o de otra, y mientras el tiempo languidece con monótona
languidez, como los versos de Paul Verlaine, todos pasan el rato yendo al local
más famoso de toda Casablanca: El Rick´s Café, en donde una orquesta distrae
los sueños de quienes quieren ver la antorcha de la Estatua de la Libertad.
Ahora nos queda
aclarar quién es ese famoso Rick de quien todo el mundo habla. Se trata del oscuro
Richard “Rick” Blaine del cual solo se sabe que tiene un pasado turbio y un
halo de misterio que cuadra muy bien con los otros misterios que encierra esa
pequeña ciudad marroquí. Todo son habladurías: unos te dirán que fue
contrabandista de armas; otros en cambian aseguran que fue brigadista en la
Guerra Civil Española y otros finalmente, asegurarán, ya rendida toda
certidumbre, que es una figura envuelta en tinieblas y que desconocen el motivo
por el que no se va a Estados Unidos. Lo que sí es cierto, en cambio, es que es
un verdadero apátrida cargado de resentimiento, pasado ya de rosca y con un negro
sentido del humor en el que se aprecia el dolor de vivir. Por ejemplo cuando
una vez le preguntan acerca de su nacionalidad él solamente dice: “Soy borracho”;
mientras que interpelado una vez por el prefecto de policía acerca del por qué
esta en Casablanca, él responde alegando que “vine a tomar las aguas” y que “le
informaron mal”. He aquí el dueño del único café del mundo en donde los maderos
de deriva de la civilización acaban llegando. Y uno de esos maderos es su
antigua amante Ilda Lund y su esposo, el heroico luchador de la resistencia:
Victor Lazslo. Menuda casualidad, o como Rick diría con pesar: “De todos los
cafés y locales del mundo aparece en el mío”. Ya es mala suerte. Y si además de
que ese trío amoroso no fuera suficiente en aquel ambiente asfixiante de
desesperación, se le añade el robo de dos salvoconductos nazis que permiten
llegar a América; la lucha entre los antiguos amores y la aceptación de la realidad;
la resistencia frente a los totalitarismos; la guerra, las ansias de libertad y
la ironía de vivir en un mundo que se derrumba donde los protagonistas se
enamoran.
El libro de Juan
Tejero nos lleva a contemplar la epopeya de este icono del Séptimo Arte y de la
cultura general, pues al igual que aparece en pantalla Casablanca si fue
concebida en un mundo que se derrumbaba en la Segunda Guerra Mundial. Nuestra
película tiene su origen en una obra teatral y en concreto en una experiencia personal
que le ocurrió a uno de aquellos dramaturgos. La obra de teatro se llamaba Everybody´s comes to Rick´s y fue
escrita por Murray Burnett y Joan Alison. Pues bien, la idea de esta obra
teatral la tuvo Burnett cuando en 1938 viajó al sur de Francia y allí observó
en un pequeño local, muy parecido al de Rick, a un grupo de refugiados del
nazismo que añoraban con escapar de Europa, aunque, a diferencia de la
película, éstos no miraban con anhelo la sombra de un avión que les ayudara a
salir sanos y salvos de aquel infierno. Tiempo después la idea de la obra llegó
a la productora Warner Bros, previo pago de 20.000 dólares a Murray Burnett y
Joan Alison, pero cambiando el título a algo más exótico, Casablanca, a imitación de otra anterior llamada Argel (1938) en la que destacaban el
lacónico Charles Boyer y Heidy Lamarr.
Y es aquí donde
aparece la primera casualidad (de las muchas exitosas casualidades que jalonan
la leyenda de Casablanca). El 8 de
Diciembre de 1941, justamente un día después del ataque japonés a Pearl
Harbour, y con el país supurando las heridas del ataque y la consiguiente
entrada en la guerra, llegó a los estudios de Warner Bros la idea de producir
la película. Por tanto, aunque suene un tanto fuerte, el primer escalón del
éxito del film fue la entrada de los americanos en la guerra mundial ya que a
partir de ese año, por un lado, los estudios empezaran a producir en masa
películas patrióticas, que los actores acudieran a la llamada del deber, y
sobre todo que debido a la escasez de materiales fílmicos hubiera pocos
repuestos de películas en las salas de cine y que por ello Casablanca estuviera más tiempo en cartelera que otras que antes de
la guerra solo duraban alrededor de una semana. Y, hasta finalmente la propia
guerra la que hizo el trabajo de publicidad perfecto ya que el 8 de Noviembre
de 1942 las tropas americanas desembarcaron en África, apareciendo en todos los
periódicos el nombre de la ciudad de Casablanca. Rápidamente y aprovechando el
tirón se pensó en estrenar el film antes de que terminara el año y se hizo el
26 de ese mismo mes, día de Acción de Gracias, en Nueva York. Un golpe de
suerte tras otro.
Además, Estados
Unidos, y los estudios de Hollywood se llenaron de excelentes actores europeos,
emigrados desde sus países convirtiendo el plato de rodaje en una auténtica ONU
con hasta 34 nacionalidades distintas. ¡Todo un guirigay de lenguas! Así pues
se aprovechó esta cantidad ingente de refugiados para configurar una estela de
actores secundarios que acompañarían a los actores principales a conseguir el
milagro de una película que parecía condenada al fracaso desde el principio.
Frente a ellos se encontraban, por un lado, y en una excelente forma artística,
a Humphrey Bogart haciendo del sardónico Rick (existe el mito de que el papel se
lo ofrecieron a Ronald Regan, pero solo era eso, una leyenda urbana); a Ingrid
Bergman como Ilsa Lund; a Paul Henreid como el resistente y sacrificado Victor
Lazslo (papel que no le gustaba en absoluto), o al malvado oficial nazi
Heinrich Strasser, interpretado por alemán Conrad Veidt, que curiosamente había huido de los propios
nazis que lo perseguían. Y dirigiendo todo aquello, todo aquel conglomerado de
actores de distintas nacionalidades y con egos tan dispares, la elección de
Michael Curtiz fue todo un acierto pues era un director todoterreno y
polivalente. Pero en este campo de actores, actrices y directores, no nos
olvidemos de la segunda casualidad que ennoblece esta película. La actriz que
iba a hacer de Ilsa en un principio no iba Ingrid Bergman sino Michele Morgan,
pero el caché de la sueca era más barato, a lo que hay que añadir que Heidy
Lamarr no estaba disponible en esos momentos. Y no quiero dejar en el tintero
otra afortunada casualidad, ésta es la tercera: la música. La banda sonora
estaba en manos de Max Steiner y está tan bien escogida y elaborada que
impregna cada escena. Sobre todo lo más recordado entre todas estas
composiciones fue sin duda el tema central interpretado por el jovial pianista
Sam (Dooly Wilson): As time goes by.
Pues bien, Juan Tejero, nos informa que el tema que toca y que es un auténtico calvario
para Rick Blaine estuvo a punto de no existir ya que el compositor odiaba esa
melodía y quería que fuera cambiada por otra más amorosa y sensual cantada por
Lena Horner o Ella Fitzgerald… menos mal que se impuso el criterio de El tiempo pasará.
Y terminamos con
el asunto de las casualidades afortunadas. Cuando se quiso comenzar a rodar la
película ya se tenían elegidos los actores, las flamantes actrices, sus
secundarios, los platos que recrearían la enigmática Casablanca, pero faltaba
algo que sin ello no podía llegar a buen fin: el guión. Fue encargado a los
hermanos Epstein, Julius y Philip, y también a Howard Koch que lo llenaron no
solo de romanticismo, humor negro, cinismo y canto a la libertad frente a la
opresión. Pero dicho guión que ahora nos maravilla no estaba muy pulido y
continuamente las escenas se cambian de día en día al igual que los diálogos,
se hacían correcciones y se improvisaba en la marcha volviendo loco a los
actores, encolerizando, por ejemplo, a Bogart o despistando a la propia Bergman
que tan descolocada estaba que hasta el último momento no sabía a qué personaje
amaba, si a Rick o a Lazslo, vamos que no tenía ni idea de con quien se iba a
subir al famoso avión.
Como se pude
ver, y como muy bien nos señala Juan Tejero, Casablanca es no solo una película audaz, llena de improvisaciones
o remiendos, sino que este hito del cine es todo un milagro. Un milagro que siguiera adelante y
tuviera el existo que tuvo y que sigue teniendo hoy en día. Pudo ser un simple
folletín y no lo fue porque no se quiso desde el principio; pudo ser una mera
película romántica y no llegó a ello porque Casablanca
toca todas las fibras de nuestro ser; y tampoco fue un arma propagandística del
sueño americano y de la América redentora porque es universal en su concepción
y su espíritu y si no vean como se cuelan esas notas de la Marsellesa no solo
en la banda sonora sino también a través de las puertas del Café de Rick y como
todavía nos pone los pelos de punta verla cantarla a coro. Hay películas que se
vuelven caducas con el paso del tiempo, otras que envejecen mal, pero hay otras
que ganan cada vez que se ven pues son universales, observamos más matices en
su desarrollo y en las interpretaciones de sus actores y te quedas con ganas de
visionarla de nuevo porque ¿a quién no le gustaría tomarse algo en el Rick´s
Café? Yo creo que a todos porque verla por primera vez es como conocer a
alguien y porque, verdaderamente, es el comienzo de una hermosa amistad.
Juan Tejero. Casablanca, Bookland Press editores,
2017, 332 páginas.
También podéis
leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/casablanca-juan-tejero/