domingo, 26 de noviembre de 2023

EL GRAN ZOOLÓGICO DE LA CASA BLANCA

 

                                           (Liberty, el perro de Gerald Ford, Wikimedia Commons)

Desde que en 1792 el presidente americano George Washington mandara construir la que sería conocida como La Casa Blanca, con el fin de que se convirtiera en la residencia oficial de los presidentes del país, dicha hogar se ha convertido en el lugar más visitado de toda Norteamérica con una media de más de un millón de turistas al año. Allí, obviamente, no solo moran el presidente de turno de los Estados Unidos junto con su mujer, la Primera Dama, y sus hijos, si los tuviera, sino también todo un hormiguero de funcionarios y trabajadores gracias a los cuales pude funcionar una de las casas más famosas del mundo. Pero de igual manera también los animales han tenido su hueco en allí a través de la Historia ya fueran meras mascotas o bien como instrumentos políticos para que fueran vistas por los ciudadanos y de esta manera humanizar la figura del presidente y su familia. Algunos se portaron bien y eran juguetones, otros destrozaban los jardines presidenciales, e incluso algunos hasta protagonizaron videos navideños convirtiéndose en auténticas estrellas de los mass media.

En el apartado perros, el primero en tenerlos correteando por la Casa Blanca fue, claro está, George Washington que llegó a tener un total de 12 incluidos Drunkard, Taster, Tipler o Tipsy. Franklin D. Roosevelt tuvo un terrier escocés llamado Fala del cual se cuenta una jugosa anécdota. Parece ser que en 1944 al presidente se le olvidó en una visita que realizó a las Islas Aleutianas y tuvo que enviar un destructor de la marina para recogerlo. Tanto revuelo tuvo la noticia que incluso se acusó al presidente de malversar el dinero público, cosa que el desmintió. También tuvo perro Lyndon B. Johnson, otro terrier, pero este tiene el merito de ser el primer cánido de la Casa Blanca en ser recogido. Su hija lo encontró en una gasolinera y decidió adoptarlo (al igual que son adoptados los dos pastores alemanes del actual presidente Joe Biden). Richard Nixon tuvo hasta un cocker spaniel llamado Checkers que protagonizó un discurso presidencial, el llamado Discurso de Cherckers. George H.W Bush tuvo un gran amigo en un labrador llamado Sully que le acompañó hasta su ultimo adiós. Clinton tuvo un labrador retriever llamado Buddy, y George W. Bush y su mujer Laura también disfrutaban de la compañía de unos terrier escoceses llamados Barney y Miss Beazley quienes, como ya he mencionado más arriba, protagonizaron un simpático video navideño titulado A very Beazly Christmas. Y finalmente Barack Obama tuvo dos perros de aguas portugueses, Bo y Sunny, que además de vérseles correteando con el gran mandatario norteamericano, aparecieron en cuentos infantiles. Por desgracia durante el mandato de Donald Trump no hubo mascotas que alegraran la vida de los moradores de la Casa Blanca durante el tiempo de su mandato, siendo la primera vez en cien años.

Estos son un pequeño ejemplo de algunas mascotas perrunas que han habitado la Casa Blanca, seguramente más de una habrán quedado en el tintero, pero no nos hemos de olvidar que los presidentes no solo han gozado de la amistad de los cánidos. Por ejemplo Abraham Lincoln fue el primero en introducir gatos en la residencia presidencial e incluso Clinton tenía uno que no le importaba colarse dentro del Despacho Oval y subirse a los hombros de su dueño mientras él trabajaba en algún documento importante. Pero también ha habido loros que maldecían continuamente, como el de Andrew Jackson; cabras que se comían las flores y la hierba de los jardines como las del mencionado Lincoln; una sibilina culebra perteneciente a Teddy Roosevelt; el famoso poni Macaroni de los Kennedy; una mapache llamada Rebecca que le fue enviada al presidente Calvin Coolidge para que fuera comida en Acción de Gracias y que fue indultada por el propio mandatario ya que era un gran amante de los animales; y hasta caimanes como el que tenía metido John Quincy Adams en su baño y que mostraba a las visitas, o los otros dos que trajo el hijo de Herbert Hoover a la Casa Blanca.

sábado, 18 de noviembre de 2023

TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO - Pascal Quignard

 

Todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno.

La música como lenguaje universal, como expresión pura de la naturaleza o como la forma de expresión del espíritu humano que va más allá de las palabras. La pulsación de una tecla de piano, el vibrato de un violín o la explosión de una caja de percusión hace que muchas veces algo se nos remueva por dentro y nos arranque ese algo que llevábamos dentro o esa lágrima que parte de lo más profundo de nuestro corazón. Más que mil palabras dichas en el aire y transportadas en el viento. Esto es lo que sentimos verdaderamente con la música. Desde la antigüedad esta compañera infatigable nos ha acompañado hasta nuestros días (quitando, claro está, esas horrendas cosas, a las que no llamare música,  que son el reggaetón y sus variantes escandalosas). Y es esta concepción del sentimiento humano el que nos plantea el escritor Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, Normandía, 1948) uno de los mayores escritores contemporáneos de la literatura francesa, que gusta de pergeñar pequeñas novelas que atesoran obras maestras como esta que les traigo hoy aquí: Todas las mañanas del mundo (1991). Como ya les he indicado el grosor de estas novelas no son muy grandes pero ya se sabe el dicho: las mejores esencias van en frascos pequeños.

Esta preciosa y sensitiva novela nos transporta al siglo XVII, a la Francia del rey Luis XIV, donde se produce la curiosa amistad entre el joven Marín Marais (1656 – 1728), prestigioso violagambista y compositor de la corte del Rey Sol y el enigmático señor de Sainte Colombe, verdadera alma de esta historia y auténtico jansenista de dicho instrumento musical. Pascal Quignard nos habla de cómo el susodicho señor de Sainte Colombe es una persona no solo obsesionada con tener la viola entre sus piernas sino también con el recuerdo de su esposa fallecida pues se atormenta de que ésta hubiera muerto mientras él estaba tocando un Oficio de Tinieblas (me encanta este término) a la cabecera de un amigo que igualmente estaba falleciendo en esos momentos. Ese recuerdo funesto hace que se encierre en sí mismo, en su propia residencia, extra civitatem, y se ponga a tocar música en un cobertizo que ha fabricado a tal efecto durante 15 horas diarias, dejando por tanto que se le escape la vida y a la vez descuide la educación y los sentimientos de sus hijas Madeleine y Toinette. Tan virtuoso e increíble se vuelve con la viola que sus sonidos ya no parecen de este mundo lo que hace que el propio Luis XIV se interese por él y lo invite a ser parte de la corte versallesca. A lo que él, de forme furiosa responde, ¡al mismo roi, que prefiere ser eremita en su propia casa que bufón entre la pompa de palacio: Mi corte son los peces y los árboles.

En esto llega a su retiro, a su Xanadu privado, un joven llamado Marín Marais, que con 17 años quiere llegar a ser violagambista de prestigio ya que al cambiarle la voz fue expulsado como niño cantor de la colegiata de la iglesia perteneciente al Louvre. Aunque reticente al principio, el señor de Sainte Colombe le toma como discípulo enseñándole que la esencia de la música es la propia naturaleza, los sonidos del mundo, desde el canto de un pájaro, el tap tap de los pasos de un caminante y hasta el gorjear de la orina que cae en un montículo de nieve… todo es pura y prístina música si se utilizan los oídos del corazón y no el frufrú de las telas de la corte. La música ha de ser un regalo para uno mismo, la búsqueda de ella algo a conseguir infinitamente y nunca un mero abalorio con el que entretener a un rey cualquiera o hacer bailar a los nobles en una danza artificial de vanidad y oropel mundano. Y entre el rasgueo de la viola y la búsqueda de la esencia de la música llega el amor y éste será el detonante que cambiará nuestra historia de principio a fin. La pasión, el fatalismo y hasta la misma muerte se conjugaran en los ritmos melancólicos de una viola que desgrana sus sentimientos al son de piezas Le Tombeau des Regrets, Les Pleurs o La Barque de Charon entre otras.

Pascal Quignard además de situarnos en una época de la Historia en concreto, en pleno reinado de Luis XIV, de mostrarnos el ambiente y el entorno preciso en que se mueven los personajes principales, además de mostrarnos como eran los instrumentos, los aires que salían de ellos y de hablarnos de los músicos famosos de la época como el propio Marín Marais (que en verdad existió y que realmente fue músico de corte siendo su música todavía escuchada junto con la de otros compositores del aquel tiempo como Jean Baptiste-Lully o Charpentier, entre otros), Todas las mañanas del mundo es ante todo una novela que yo la tildaría de sensitiva. Un auténtico festín para los cinco sentidos. Los sonidos que salen de la viola de los protagonistas, y los que además transporta la naturaleza misma,  atraviesan al lector y hace que su subconsciente se retrotraiga hasta el siglo XVII en donde sentirá el viento mismo entre los árboles que rodea el cobertizo en donde el señor de Sainte Colombe, fatalista donde los haya, sueña con que la muerte le dé el último abrazo donde le espera su amada esposa. El frio que emana de las mañanas del Sena, el propio sonido del silencio en la solitaria residencia del maestro violero, hasta el olor de la tierra humedad del cementerio… todo esto puede el lector sentirlo al leer las magnificas páginas de esta sencilla novela.

Como nota final permítanme que diga dos cosas: por un lado si desean marcarse un cine-literatura no duden, tras leerse esta novela histórica y musical, lanzarse a ver la película de 1991, de homónimo nombre, en donde Jean-Pierre Merielle y Gerad Depardieu hacen una interpretación sublime; y por otro, mientras leen esta obra, ponerse de fondo la banda sonora de la susodicha película, con música de la época, interpretada por Jordi Savall, que no solo hará las delicias en los oídos del lector sino que también le sumergirá del todo en una época en donde el rasgueo de una cuerda de viola podía llevarle a uno de la tierra al Paraíso de Dios.

Pascal Quignard, Todas las mañanas del mundo (Traducción de Esther Benítez). Barcelona. Galaxia Gutenberg, 2023, 212 páginas.

También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/todas-las-mananas-del-mundo-pascal-quignard/