sábado, 19 de agosto de 2023

EL NIÑO EN LA CIMA DE LA MONTAÑA - John Boyne

 

                                                                    (Foto: Salamandra)

Nunca finjas que no sabías lo que estaba pasando aquí. Tienes ojos y oídos. Y estuviste en esa habitación muchas veces, tomando notas. Lo oíste todo. Lo viste todo. Lo sabías todo. Y sabes también de qué cosas eres responsable. (...) Las muertes que cargas en tu conciencia. Aun eres joven, sólo tienes dieciséis años, te queda mucha vida por delante para llegar a aceptar tu complicidad en estas cuestiones. Pero nunca te convenzas de que no lo sabías. Ese sería el peor crimen de todos.

En la zona de los Alpes Bávaros, allá en lo alto, se encuentra una cadena montañosa conocida como el Obersalzberg, y  muy cerquita, a sus pies, se recuesta la famosa localidad de Berchtesgaden. A simple vista es un lugar idílico, sano, con un cielo y un aire prístino pero en el que el si el baqueteado viajante se pone las gafas de Clío podrá vislumbrar uno de los escenarios más emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial: el Berghof o residencia alpina de esparcimiento de Adolf Hitler. Allí arriba, en aquel chalet de estilo suizo, no solo descansaba junto a su querida Eva Braum o le tiraba la pelotita a su perra Blondi sino que también recibía a los jerarcas nazis que vinieran de cualquier parte de Europa ya fuera allí mismo o más arriba en el Adierhorst (Nido del Águila).  Como se podrá ver es un lugar que no puede pasar desapercibido para cualquier interesado en aquel conflicto bélico y que en el libro que les traigo representa el escenario central de una historia, de un drama, que hará las delicias de cualquier amante de la novela histórica. Se trata de El niño en la cima de la montaña, escrito por John Boyne (Salamandra, 2016).

La novela principia en los años 30 cuando un joven llamado Pierrot, medio francés medio alemán, se queda huérfano en París y aunque intenta quedarse con la familia de su mejor amigo Anshel, las circunstancias hacen que esto no pueda realizarse y acaba en un orfanato de Orleans donde pasado un breve tiempo es rescatado por su tía Beatrix que es el ama de llaves en el  mismísimo Berghof. Así pues, sin quererlo, es introducido en el círculo íntimo de la residencia de Adolf Hitler y a partir de ahí la bondad de aquel inocente niño será corrompida por el poder omnímodo y tiránico de la maquinaria nazi. Allí conoce con el paso de los años a los habitantes del idílico chalet, los secretos íntimos de los sirvientes, las visitas de los encopetados jefes nazis que vienen desde sus cercanos chalets, e incluso irá siguiendo las vicisitudes de la guerra que se produce allá abajo, en el mundo que existente tras las nubes y que parece que nunca va a llegar allí, a aquel Olimpo nacionalsocialista. Pero como el destino ese inexorable al final las bombas y las balas acaban llegando y Pieter (como ahora se llama en alemán aquel antaño muchacho francés) es capturado y llevado a un campo de internamiento donde se dará cuenta de las barbaridades que ha cometido a la sombra de aquel fanático que quiso ser pintor.

John Boyne, no sé si lo recordarán, fue el escritor que encandiló hace algunos años a cientos de miles de lectores con la novela: El niño con el pijama de rayas (también publicado por Salamandra). He de reconocer que como muchos de los que leen esta humilde reseña yo también sucumbí a su lectura y a diferencia de la gran mayoría no me gustó nada. Me pareció en su tiempo muy simplona, clicheada, y con un argumento que hacía agua por todos los lados. Pero en cambio he de decirles que esta novela está a otro nivel con respecto a la que le dio fama a este escritor. Es más profunda, dramática y mejor escrita que la del pijama de rayas. Se nota una mayor madurez que hace que el lector encuentre una lectura inolvidable en el mejor sentido. De esas que te remueven por dentro. Aun así el principio del libro puede engañarnos un poco ya que podemos caer en la trampa de creer que va a ser una lectura ñoña y maniquea cuando Pierrot es solo un niño pequeño, no solo de edad sino también de estatura, y ha de viajar a Alemania en donde parece que todos los alemanes son malos y los franceses buenos y amables. Pero esta percepción cambia de forma radical cuando el protagonista llega al Berghof y pasando los años comienza a sentir la atracción hacia el poder que emanan no solo Hitler y su mira hipnótica sino también los uniformes o las consignas nazis repetidas hasta la saciedad acerca de supremacía aria. Pierrot (ahora Pieter) aquel dulce niño inocente que venía aterrorizado por su condición de huérfano se vuelve ahora un antisemita abominable y un verdadero látigo de los sirvientes y soldados que custodian el chalet. Solo el poder de la redención podrá limpiar aquel corazón puro manchado ahora con el odio de la esvástica.

El niño en la cima de la montaña, es, a mi modo de ver, una obra que se acerca más al ámbito de la novela histórica de adulto que de joven y que trata una gran variedad de temas ya sean desde el seguimiento histórico indirecto de los sucesos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, pasando por el ansía y espejismo del poder en el ser humano, hasta el antisemitismo imperante en Europa a lo largo de los años centrales del siglo XX. El niño Pierrot es sin duda el protagonista humano pero de la misma forma la sombra del Berghof, su ambiente falso, corrompido y atemorizador es igualmente importante. ¿Qué fue de él? A finales de Abril de 1945 fue bombardeado por la aviación inglesa, la RAF, y el 4 de Mayo de aquel mismo año fue saqueada por las fuerzas aliadas. Aquí existe la controversia de quiénes fueron los primeros en llegar, si la 2DB francesa o la Tercera División de Infantería americana como bien pudimos ver en la mítica serie de Hermanos de Sangre. Ya fueran unos u otros, apenas separados por unas horas, aquel chalet suizo fue demolido en los años cincuenta para evitar cualquier tipo de turismo nazi a la zona quedando actualmente solo vestigios y ruinas en las que no solo vivió Adolf Hitler sino también un pequeño niño que fue corrompido por las mismísimas fuerzas del Mal.

John Boyne. El niño en la cima de la montaña, traducción de Patricia Antón de Vez. Barcelona. Ediciones Salamandra, 2016, 251 páginas.

También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris:  https://www.hislibris.com/el-nino-en-la-cima-de-la-montana-john-boyne/

martes, 15 de agosto de 2023

LA CARRERA DEL TÉ

 

A los ingleses les encanta el té, es uno de sus símbolos nacionales y una de sus marcas registradas por excelencia. Ahora encontrar esta bebida en las tiendas o en los estantes de los supermercados es muy fácil debido al progreso y a los grandes avances en el transporte de mercancías pero antiguamente las autoridades debían ser muy diligentes para tener abastecido el mercado y así poder mantener el ritual sagrado de tomar té a las cinco. En el siglo XIX los encargados de transportar esta valiosa mercancía desde China hasta Inglaterra eran una serie de embarcaciones muy veloces y ligeras llamadas clípers (o clippers) que debido a su forma alargada, estrecha y muy aerodinámica podían alcanzar hasta los 20 nudos sin ningún problema (casi cuarenta kilómetros hora, una gran velocidad para la época).

El más famoso de todos ellos fue sin duda el Cutty Sark. Construido y botado en 1869 en Dumbarton (Escocia), su propietario, el escocés John Willis, quiso crear un embarcación tan rápida que pudiera destronar al clíper más veloz del momento, el Thermopylae, ya que el barco que hiciera la ruta Oriental en menos tiempo, bordeando África, y llegara el primero a Londres tenía el privilegio de fijar el precio del té en el mercado. Aquella fue la época dorada de los clípers pero ésta tuvo su final cuando se introdujo el vapor en los barcos mercantes y acabó con la carrera del té. En 2007 un incendio devoró la estructura del Cutty Sark cuando se encontraba en plena restauración y actualmente se puede ver expuesto en Greenwich (Inglaterra).

Aun así la leyenda del Cutty Sark no desapareció del todo pues el 1923 otro escocés, James McBey, se inspiró en este clíper para bautizar su whisky y en su estilizada figura para diseñar su logotipo. Incluso en 1973 esta marca patrocinó la carrera Cutty Sark Tall Ships’ Race, actual Tall Ships’ Race donde compiten grandes veleros de todo el mundo.