El que lee mucho y
anda mucho, ve mucho y sabe mucho (Miguel de Cervantes Saavedra)
En el momento en
que principio a escribir esta humilde reseña, no en papiro (que no tengo), sino
a través de mi ordenador, la gran mayoría de los españoles están ya con la
mente puesta en las vacaciones estivales o planificando cómo van a ser éstas. Y si
a eso le añadimos las altas temperaturas que campean por nuestros reales hoy en
día, provoca que esa urgencia vacacional se convierta en algo más perentorio.
Pero mientras llegue el día en que podamos alejarnos de la labor diaria, cual
remeros en Ben-Hur, podemos ir
entrenando nuestra imaginación con un libro que nos explica como otros
ancestros nuestros, los romanos en este caso, también les gustaba viajar no
solo dentro o cerca de la eterna Roma, sino también alejarse de ella y
solazarse con las maravillas que existían en el mundo conocido (en ese momento)
sobre todo alrededor de su propia piscina, es decir el Mare Nostrum. Así pues, para estimular su conocimiento y conocer
uno de los aspectos menos tocado dentro de los ensayos sobre la edad antigua,
les conmino a sumergirse en el gran trabajo (por no decir soberbio) del
escritor y doctor en Filología Clásica Fernando Lillo Redonet, en concreto en
su última obra: Hotel Roma, editado
por Confluencias (2022). Y quien sabe si después de su lectura no cambia de
lugar de vacaciones al que tenían pensado ir y deciden aventurarse por alguno
de los caminos que surcaron las fatigadas y polvorientas caligae romanas.
Fernando Lillo
Redonet nos lleva en primer lugar a conocer los alrededores de Roma y ver como
a éstos les gustaba pasar unos días en sus fincas alejados del bullicio de la
ciudad inspirados por un lado por lo bucólico del lugar y por lo fresquito y
tranquilo que debían ser aquellas fincas de recreo tan apartadas del calor y
del olor que había en las calles romanas. Lo bucólico, como ya he dicho, jugaba
un papel importante e incluso algunos pudientes se permitían emular a sus
ancestros practicando en alguna huerta mientras esperaban la noche en las que
podían solazarse con algún vino de calidad o tumbarse junto a sus invitados. Es decir, igual que hoy
en día cuando se invita a pasar el día a los amigos en algún chalet de la
sierra. Pero el viaje no se acaba tan pronto pues algunos romanos viajaban más
lejos y gustaban disfrutar de sus grandes villas (aquí a nivel emperador o gran
patricio) del sur de Italia o pasar directamente a conocer las maravillas de
Sicilia, la de los tres promontorios. Aquí, en la Costa Azul romana, el autor
nos deleita con los fastos que montaban los gobernantes del momento, sus
grandes jardines, cuevas a nivel de las olas donde recreaban escenas
mitológicas, y otras curiosidades de lo más pertinentes.
A los romanos
les gustaba viajar, eran muy andariegos, pues por algo el mundo era suyo y lo
querían conocer de un lado a otro del horizonte. Por ello el turista no se
paraba en la bota italiana sino que iba más allá, hacia el oriente y gustaba
de conocer a los que en parte forjaron la cultura latina: los griegos. Así pues
nuestro autor nos hace conocer a través del tour
de Paulo Emilio las maravillas de la Hélade
y después atravesar el Egeo y descansar un rato (pues las piernas a
veces necesitan relajo) entre las ruinas de Troya donde los hijos de la loba buscaban
las raíces del prófugo de Ilión: Eneas. Y aunque parezca increíble éstos podían
proseguir su viaje y alejarse más, en este caso en dirección a Egipto, donde no
solo se extasiaban con la altura increíble de las pirámides ,una de las
maravillas del mundo antiguo (en uno de los capítulos Lillo Redonet también nos
ameniza con las visitas a las otras maravillas de aquel momento), sino que
también alucinaban extasiados ante la mágica voz de los Colosos de Memnón, o se
perdían entre los laberintos de las ciudades de los muertos del Valle de los
Reyes. Todo un espectáculo, sin duda.
Pero no solo el
romano viajaba por conocer maravillas del arte o las curiosidades de las zonas
conquistadas a punta de pilum, sino
que existían otros motivos que los movían del sillón de sus casas del Palatino
o de la humilde silla de alguna ínsula. El ansioso turista podía acudir a otros
lugares cercanos o alejados de Roma motivado por intereses religiosos, aquí
sobre todo nos adentramos en el turismo cristiano en busca de las tumbas de los
mártires y de los lugares de oración; o por su salud en donde no dudaban en
acudir a balnearios o centros de recuperación medio religiosos medio
científicos, como por ejemplos los templos de Asclepio en Grecia u otros
balnearios repartidos por el vasto territorio existente alrededor del Mediterráneo;
e incluso, al igual que sucede hoy en día, por motivos deportivos en donde los fans del deporte no les importaba
aflojar su bolsa en el viaje y presenciar los Juegos Olímpicos o de otro tipo,
o acudir en la propia Roma al anfiteatro o al Coliseo y sentarse y quedarse
roncos apoyando a su deportistas favoritos.
Es de imaginarse
que la mayoría de los viajes que nos ofrece Fernando Lillo Redonet en su obra Hotel Roma se lo podían permitir gentes
acomodadas ya que es de imaginarse que viajar a lo largo del Imperio no era
barato y que bastante tenía ya el romano de a pie con vivir día a día y más si
eran de los que esperaban el reparto de la annona, pero aun así, aunque sea
desde el punto de vista de aquellos más favorecidos es de agradecer que podamos
conocer cuáles eran los lugares favoritos del turismo de entonces y cuáles y
variadas eran las motivaciones para ello (aquí me queda la duda ¿existirían
entonces también alguna especie de agencias de viajes?) Como siempre, y como
sus anteriores obras, ésta está escrita de forma amena, muy didáctica a la par
que entretenida, llena de curiosidades y datos de lo más interesantes y con un
aparato de estudio y confección exhaustivo con el fin de que nos demos cuenta de
que en cuestión de viajes somos romanos, que muchas cosas del turismo actual no
han variado a lo largo de los siglos y que cuando vayamos de un lugar a otro
sepamos que muchas veces allí ya había estado un romano con anterioridad.
Existe una película con Paco Martínez
Soria de protagonista titulada El turismo
es un gran invento (1968), y es verdad pues los hijos de Roma ya lo
apreciaban entonces y gracias al libro que hoy les presento lo podrán comprobar
de principio a fin. Buena lectura y que en su destino estival lo disfruten como
lo he disfrutado yo.