En Roma, era normal encontrar un buen número de prostitutas en cualquier esquina de la ciudad de día o de noche, en cualquier barrio, sobre todo la Subura, agrupadas especialmente cerca de las termas o el Circo, e incluso a lo largo de las ventas o posadas de las vías romanas. Las había de todo tipo, jóvenes, delgadas, entradas en carnes, o viciosas amateur que solo lo hacían por el placer de probarlo. Pero sobre todas ellas reinaba una clase especial muy apreciada en las casas de los patricios más disolutos... se las conocía como las puellae gaditanae (las jóvenes gaditanas, es decir de Cádiz) Éstas eran auténticas maestras del amor y profesionales de los más recónditos secretos del placer. Solían trabajar en grupos, y eran contratadas a domicilio a través de un representante o proxeneta.
En la Roma imperial se hicieron imprescindibles en las fiestas más alocadas, aunque no eran bien vistas por los intelectuales y gente de orden a las que nunca invitaban por decoro. Marcial, por ejemplo, nos dice: “El dueño de la casa no te leerá ningún manoseado manuscrito ni bailarinas de la licenciosa Gades exhibirán ante tus ojos sus atractivas caderas en posturas tan libres como excitantes”. E incluso el jovial Juvenal también nos advierte que “Quizá esperes que alguna gaditana salga a provocarte con sus lascivas canciones, pero mi humilde casa no tolera ni se paga de semejantes frivolidades”.
A pesar de ser tan hermosas y famosas no sabemos mucho de ellas sino a través de fuentes indirectas, por ejemplo solo sabemos el nombre de una de ellas: Telethusa.
Se dice que sus canciones eran tan provocativas que hacían incluso sonrojar a las meretrices más promiscuas, y que sabían satisfacer cualquier deseo oculto de un hombre, aunque fuera totalmente prohibido y alocado.