Hace ya muchos
años el cantante Pepe Blanco nos deleitaba con esta oda a la gastronomía
popular al decirnos aquello de: Cocidito
madrileño, repicando en la buhardilla, que me huele a yerbabuena y verbena en
Las Vistillas… Y es que sin duda alguna el cocido es uno de los platos más
típicos de la cocina española sea cual sea su variante geográfica. Pero
¿sabíais que el origen de este plato tan famoso hay que buscarlo entre los
fogones de la gastronomía judía? Durante la Edad Media este pueblo milenario
cocinaba un plato llamado adafina
(nombre que proviene del árabe dafinah,
que significa “tesoro escondido”), que consistía en una gran olla de barro en
la que se cocían lentamente sobre las brasas garbanzos, algunas veces
acompañadas de judías, vegetales y carne. Este plato se preparaba la noche del
Viernes al Sábado y de esta manera los judíos ya no tenían necesidad de cocinar
al día siguiente ya que, hay que recordarlo, este pueblo tiene prohibido hacer actividades
físicas durante el Sábado Sagrado o Sabbat.
Ni siquiera encender la cocina. Así pues ese día ya tenían preparada la comida
la cual se comía en tres veces: primero se servía la sopa o caldo; después se consumían
las verduras; y finalmente se deleitaban con la carne. La tradición de la
adafina aparecía incluso reflejada en la literatura de la época, como por
ejemplo en la Crónica de los Reyes
Católicos, de Andrés Bernáldez, o en el Libro
de Buen Amor del eminente Arcipreste de Hita.
El consumo de la
adafina estaba tan arraigado en el pueblo judío que después de su expulsión
(1492), los conversos que se habían quedado en España siguieron preparando este
plato. Recordemos el dicho asturiano que nos dice lo siguiente: Cocido de garbanzos, guiso de marranos
(no hay que olvidar que a los judíos se les motejaba de esta guisa) Pero esta
vez, para demostrar a los demás, sobre todo a los inquisidores, su adhesión a
la religión católica decidieron incorporar un nuevo ingrediente a la olla: la
carne de cerdo. Incluso cuenta la tradición que a veces el Inquisidor General
Tomas de Torquemada gustaba de introducirse en las casas y cocinas de los judíos
conversos a observar que comían, deleitándose al ver no solo manteca y un jamón
a la puerta de casa, sino también una buena loncha de tocino repicando entre
garbanzos y judías.