En la corte
española, en concreto en la Casa Borbón, existe una historia bastante
truculenta entorno a un anillo que supuestamente estaba maldito y que algunos creen
llevó a la tumba a varios miembros de la familia real. Todo empezó cuando
Alfonso XII se enamoró de una aristócrata italiana llamada Virginia Oldoini, condesa
de Castiglione, más conocida como la “Perla de Italia”, quien a su vez había
sido tiempo atrás amante de Napoleón III. Mucha gente pensaba que con el tiempo
se iba a casar con ella pero éste, en vez de ello, matrimonió con su prima María
Mercedes de Orleans. Parece ser que este casamiento sentó bastante mal a la aristócrata
italiana quien de manera inocente acabó regalando a la feliz pareja un anillo
con un gran ópalo cuajadito de oscuras maldiciones. Al rey español le pareció
un presente de lo más bonito y decidió que lo portara su joven esposa. Sea o no
de resultas de este regalo a los cinco meses María Mercedes fallecía (1878) convirtiéndose
de la noche a la mañana en la primera víctima del ópalo maldito. Después
Alfonso XII no sabiendo que hacer con el anillo se lo regaló a la otrora reina María
Cristina de Borbón-Dos Sicilias la cual murió dos meses después, en Agosto del
mismo año. Suma y sigue. Ya van dos.
Aunque aquí no
se acaba el rosario de muertes porque a la cuñada del rey, María-Cristina Francisca de Orleáns le gustó
tanto el anillo que quiso quedárselo, y como no sabía lo que hacía ese gesto
tan caprichoso la llevó a la tumba: muere de tuberculosis en Abril de 1879.
El rey no se daba cuenta de lo que tenía entre manos y pasado el tiempo el
anillo de oro cae en la inocente María Pilar, hermana del monarca, quien como
es natural murió en Agosto de una enfermedad repentina a la vez que extraña. Pero
como todas las maldiciones alguna vez tienen que terminar ésta lo hizo llevándose
por delante la vida del propio Alfonso XII (1885). Su segunda esposa María
Cristina de Habsburgo rápidamente quiso deshacerse del anillo ofreciéndoselo a Nuestra
Señora de la Almudena. Aunque antes de depositarlo junto a la patrona de Madrid
pidió que lo exorcizaran rociándolo con una buena cantidad de agua bendita y alguna
que otra bendición. Llama la atención que pasados unos días de haberlo donado a
la iglesia el ópalo desapareció y nunca más volvió a saberse de él.