Corría el año
1800 y en la ciudad de Venecia se iba a coronar a Barnaba Niccolò Maria Luigi
Chiaramonti como nuevo papa, con el nombre de Pío VII. Pero cuando los
cardenales fueron a buscar una tiara
papal para la ceremonia se dieron cuenta de que no disponían de ninguna. Esto
se debía a que dos años antes el antecesor del nuevo papa, Pío VI, había tenido que huir de Roma cuando las
tropas francesas habían invadido el Vaticano arramplando con todos los tesoros
que había en la Santa Sede, incluidas todas las tiaras que habían
encontrado. Por lo tanto Pío VII mandó
construir de manera provisional una nueva tiara, pero esta vez de papel maché
pintada de color oro y adornada con joyas que habían donado las buenas damas de
la ciudad. Llama la atención que aunque tiempo después se volvieran a realizar
tiaras de verdad, los siguientes papas prefirieran lucir la tiara falsa en las
sus coronaciones debido a lo liviana que era. Pero fue el papa Gregorio XVI
quien considerando esta costumbre como algo degradante mandó que las
coronaciones se realizaran de manera definitiva con una tiara auténtica aunque
fabricada con materiales más ligeros.