Tras un parto
malogrado la reina Isabel de Portugal, esposa del emperador Carlos V, murió el
1 de Mayo de 1539 con tan solo 36 años de edad. Esta muerte causó una gran pena
a su esposo quien organizó una comitiva fúnebre que iría desde Toledo hasta el
sepulcro de Granada donde descansan los restos de sus abuelos los Reyes
Católicos. Para tan penosa misión el emperador designó a Francisco de Borja (1510
– 1572) como responsable de escoltar el cuerpo y de identificarlo al llegar a
su destino final. En Granada la comitiva procedió a abrir el féretro, pero un fuerte
hedor a podredumbre hizo retroceder a los caballeros que había a su alrededor
(cosa normal después de haber andando con el cuerpo de la difunta por media
España y a pleno sol). El arzobispo de la ciudad, con un pañuelo en la nariz,
hizo jurar a los caballeros presentes que en verdad aquella era la emperatriz
Isabel, cosa que hicieron, pero hubo que se quedó callado: don Francisco de
Borja. El arzobispo se sorprendió de la actitud del marqués y le instó a que
jurara poniendo su mano sobre el puño de su espada. A pesar de esto, Francisco,
tras ver el cuerpo abotargado y corrupto de su querida emperatriz, digo con
gran solemnidad que desde ese mismo momento hacía voto de no volver a servir a
ningún señor que se pudiera morir. Tiempo después, tras el fallecimiento de su
esposa, Francisco de Borja renunció a su título y a sus heredades e ingreso en
la Compañía de Jesús.