
En varias
películas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, sobre todo las centradas en
entorno a los bombardeos del Blitz
londinense (1940-1941), es común ver episodios que nos hablan del envío de la
población civil a las afueras de Londres, al campo, para que de esta manera
pudieran escaparan del terror que la aviación alemana estaba infligiendo sobre
el país. Pero en ninguna de ellas, por lo menos en las que yo he visionado,
repito, se ven a las mascotas siendo evacuadas junto con sus dueños. Como si éstas
no existieran (gracias a Dios que en la actualidad ya se consideran igualmente
víctimas de guerra tanto a los humanos como a los animales). Aun así, aunque a
mediados del siglo XX no se contabilizaran como victimas colaterales, el amor
de la población hacia sus animales seguía siendo real. Y es por ello que la
tragedia que se cernió sobre las mascotas durante los bombardeos en el Reino
Unido es uno de los episodios más tristes, al igual que desconocido, que se
produjo durante aquel conflicto bélico.
Nada más
estallar la Segunda Guerra Mundial, en 1939, se creó un organismo llamado
NARPAC (National Air Raid Precautions Animals Commitee) la cual se ocupaba de
la protección de las mascotas durante el conflicto armado que se estaba
acercando a las islas británicas. La NARPAC era una extensión, una rama de otra
organización fundada dos años antes, conocida como ARP, que se ocupaba de la
protección de los civiles a través de voluntarios quienes se encargaban de
sincronizarse con la policía y los bomberos para conducir ambulancias, ir
vigilando que las luces de las casas estuvieran apagadas por la noche para no
dar pistas a los bombarderos enemigos, conducir a la gente a los refugios, o
salvar a las personas que quedaban atrapadas bajo los escombros, entre otras
tareas. En el verano del 39 la NARPAC comenzó a divulgar un folleto titulado Consejo
para propietarios de animales en el que, previendo lo que podía ocurrir en
un futuro, recomendaba a la población que llevara a sus mascotas al campo o que
si esto no era posible sacrificarlo para evitar desgracias futuras. Este
panfleto incluso venía con una foto de una pistola de matarife. El texto del
folleto decía así:
«If you
cannot place them in the care of neighbours, it really is kindest to have them
destroyed»; o sea, «Si no puede dejarlos al cuidado de de los vecinos
[rurales], realmente es más benevolente sacrificarlos.»
Entonces llegó
lo que nadie quería que ocurriera. El día 1 de Septiembre Alemania inauguraba
aquel terrible conflicto armado invadiendo Polonia y dos días después el terror
se empadronó en Inglaterra. Las consultas de los veterinarios se llenaron de
personas que, preocupados, consultaban qué podían hacer con sus animales de
compañía. Allí o bien les recomendaban llevárselos consigo fuera de Londres o
bien seguir las recomendaciones del folleto de la NARPAC y que, sintiéndolo
mucho, los sacrificaran con una pistola de matarife de un único proyectil y que
podían realizar dicho “sacrificio” en su propia casa. Una auténtica burrada (y
que me perdonen los burros porque no tienen ninguna culpa de las malas acciones
de los humanos).Y a pesar de que muchas asociaciones y otras tantas personas se
negaron a llevar a cabo tal medida ya fuera quedándose con sus propios
animales, compartiendo su propia comida o llevándoselos al campo (los que
podían) se calcula que murieron en total entre 500.000 y 750.000 animales. Esto
causó, obviamente, una gran tristeza entre la población y no solo entre los
dueños de los animales que ante el miedo habían decidido por compasión acabar con la vida de su
mascota sino también en la gente que veía merodear perdidos a los animales
entre las ruinas de la ciudad o que leía de continuo esquelas en los periódicos
recordando la figura de alguna mascota querida muerta. Entre la histeria
colectiva que se instaló y los malos consejos que dio el gobierno en esos
momentos críticos murieron cientos de miles de animales, se optima que más del
doble que de británicos durante todo el conflicto, sin darse cuenta que en
muchos casos éstos podían ayudar a las personas en distintos cometidos durante
la guerra como por ejemplo los perros que podían salvar a personas atrapadas
entre las ruinas provocadas por los bombardeos (así lo hizo uno llamado Spot
que estuvo 12 horas escarbando hasta que halló los cuerpos de su familia) o subiendo la moral haciendo de compañía o
distrayendo a la gente, como hizo el gorrión Clarence que iba con su dueña a
los refugios y hacia que éste cantara y diera piruetas para regocijo de niños y
mayores.
Fuentes:
The Great Cat and Dog Massacre: The Real Story of World War Two's
Unknown Tragedy (Animal Lives), Hilda Kean, University of Chicago Press, 2017