sábado, 13 de agosto de 2022

ESPACIO LIBRE DE RUIDOS

 

No sé si todavía existen  carteles (antes los había) en las salas de estudio y lectura de las bibliotecas en los que se ruega a los asistentes que no alcen la voz y se mantengan en silencio por respeto a las demás personas que están allí. Puede parecer que esta norma siempre ha existido pero ¿de dónde viene?  Las bibliotecas de la antigüedad, como por ejemplo las de Alejandría, Roma, Atenas o Cartago, eran espacios bastante ruidosos en los que se leía en voz alta ya que se daba mucha importancia a la entonación del texto. Además era normal que en algunas bibliotecas no hubiera pupitres y que las salas de lectura fueran zonas ajardinadas por donde la gente paseaba y se saludaba de continuo, y también donde se leía en alto para que los demás pudieran disfrutar del texto. La lectura era por tanto un acto social de disfrute volcado hacia los otros, un elemento comunitario a compartir.

Pero con la caída del Imperio Romano; el abandono de las ciudades al comienzo de la Edad Media; y el empoderamiento de la Iglesia Católica, esta norma cambió radicalmente. Los textos y códices encontraron refugio en los monasterios, abadías, palacios y templos, es decir lugares dedicados a la meditación y la contemplación, en donde los miniaturistas, copistas o traductores comenzaron a trabajar en silencio, a la vez que no se permitía ningún ruido que desconcentrara a los monjes que laboraban en las bibliotecas o en el scriptorium. Acuérdese uno de la figura de fray Jorge de Burgos en la novela de Umberto Eco, El nombre de la Rosa, que se enfadaba sobremanera cuando algún monje se reía o hablaba dentro de aquellas santas paredes. Esta costumbre, por tanto de mantener el silencio fue convirtiéndose con el paso de los siglos en norma general y acabó trasladándose a las futuras bibliotecas hasta el día de hoy.