sábado, 28 de abril de 2012

BREVE HISTORIA DE LOS CÁTAROS, de David Barreras y Cristina Durán



Als catars, als martirs del pur amor crestian, 16 Mars 1244
(Epitafio levantado al pie de Montsegur)

Si el curioso viajero hubiera traspasado las fronteras de España por Pirineos y se hubiera adentrado ya en el país galo, en concreto por el Midi francés, empezará a darse cuenta que hacia esa parte se encuentra un gran numero de castillos abandonados entre ruinas y feraces hiedras o lindamente restaurados como reclamo turístico en una curiosa ruta denominada de “los castillos”. Con sorpresa, aquel peregrino cultural se dará cuenta que pisa un territorio con una rica historia y con un significado religioso y místico fuera de todo orden, pues se encuentra en la región del Languedoc donde a partir del primer milenio después de Cristo, y sobre todo hacia finales del siglo XII y mediados del XIII se produjo el ascenso y muerte de uno de los grupos más importantes y misteriosos que han existido en la historia universal: los cátaros. No es solamente un relato mistérico y religioso, sino que también es el relato de una terrible cruzada cristiana que amenazó a toda Europa con entrar en una guerra total entre distintos estados: Francia, la Corona de Aragón, y los Estados Pontificios. Un conflicto de intereses y falsos sentimientos religiosos, que tuvo como chivo expiatorio a una comunidad religiosa, los llamados bons hommes, que naufragaron en las aguas del tiempo pero que quedaron inmortalizados en el devenir histórico.

David Barreras, autor de La Cruzada Albigense y Cristina Duran Gómez, Breve Historia del Imperio Bizantino, grandes especialistas y conocedores de este movimiento nos muestran la epopeya de esta herejía catara y la brutal cruzada derivada de su irrupción medieval en el Sur de Francia. Pero ¿quienes eran estas personas a las que la Iglesia persiguió con tanta saña y odio extremo? Incluso el origen de esta palabra “cátaro” es discutible. Puede provenir del griego “puro, persona pura o limpia” o del mismo latín pero con un significado totalmente distinto y despectivo catus, gato, denominación que aprovechó la misma iglesia para motejarles y hacer creer a la iletrada población que en sus reuniones adoraban en un altar a un felino completando su adoración con un ósculo en el mismo trasero del animal. Lo que si es verdad es que los podemos ver claramente en parejas, enseñando sus doctrinas ya en 1150 por las tierras del Languedoc, con un mensaje muy distinto al que la iglesia estatal enseñaba en ese momento. Además de ser cristianos de pro, los llamados cátaros, o albigenses (por creer que venían de la ciudad de Albi), Tejedores (la mayoría curiosamente tenían como labor ese oficio), o Amigos de Dios, propugnaban un mensaje claro y sencillo que impregnaba de manera natural en las mentes de los castigados siervos. Era un buena nueva de amor, tolerancia y libertad muy refrescante para una época en el que el miedo al infierno y los castigos eclesiales estaban a la orden del día. Las ideas cátaras fueron revolucionarias en su tiempos, pues aglutinando referencias antiguas del zoroastrismo, maniqueísmo, bogomilismo, gnosticimismo o paulicianismo, nos hacían llegar con verbo parco que el universo estaba dividió en dos principios, el bien y el mal, y que el hombre ha de ascender a la pureza mediante los buenos actos para liberar a su alma del mal que encierra su cuerpo material. Dios creó el Universo, pero el mundo no fue creado por él sino por el mismo Diablo, por un Dios perverso que encerró las almas puras dentro de recipientes mortales que solo serán liberados a través de reencarnaciones y bondades. Dentro de los cátaros las personas que más grado de bondad alcanzaron eran llamados Perfectos y se consagraban al bien total mediante la imposición del Consolamentum en donde el Padrenuestro era el corpus central de este grado. Estas ideas, claramente, chocaban con las de la iglesia católica, pues al observar que el catarismo consideraba que todo el poder religioso residía en buena voluntad de la persona, sin intermediario eclesial ninguno, que Cristo era meramente una imagen angelical venida a la Tierra, o que no existía la resurrección de los cuerpos y sí solamente el Juicio Final, hizo que la Santa Sede considerara al catarismo como una herejía a extirpar de raíz. La Iglesia no podía consentir que hubiera otro poder terrenal que invadiera su campo de trabajo, le mostrara al mundo su incompetencia y corrupción e hiciera descender el número de diezmos que cobraban mediante bulas y permisos eclesiales.


He aquí la verdadera raíz de la cruzada albigense. Cruzada de intereses que movió a media Europa y que no solamente fue religiosa sino también social y económica pues ya observamos la creciente tensión entre los caballeros del norte de Francia, más rudos y pobres en sus tierras que sus vecinos sureños, más en consonancia con el amor cortes y con formas más liberales de entender la vida en campos de fértil cultivo. Aunque ya había habido encontronazos anteriores a esta cruzada (quema de cátaros en Orleans en 1002, y en Tours en 1017) la Santa Sede decidió en un principio utilizar la diplomacia antes que la guerra. Por ello vemos que se dan encuentro teologales (1145) entre la iglesia estatal, representados por figuras insignes como San Bernardo o Santo Domingo de Guzmán, y el movimiento cátaro; o el envío de legados papales a tierras del Languedoc para intentar acercar posturas religiosas. Pero en uno de estas entrevistas dos legados pontificios fueron asesinados, uno de ellos Pierre de Castelnau cuando intentaba cruzar el Ródano. He aquí el casus belli que el Papa Inocencio III (1198) buscaba para acabar con el poder que se había gestado en el Sur de Francia y Norte de la Corona de Aragón. En 1209 se reúnen cientos de caballeros en Lyon al mando de Simón de Monfort (muerto de una pedrada en el sitio de Tolosa) para comenzar una de las cruzadas más brutales e interesadas que han existido a lo largo de la Historia. Aunque en un principio Raimundo VI, conde de Tolosa, favoreció el movimiento cátaro, ante la venida de aquella cantidad ingente de caballeros hizo que pidiera perdón al papa cargando la culpa a su familiar Raimon Roger de Trencavel y al Rey de Aragón Pedro II el Católico el cual murió en la Batalla de Muret (1213) esfumándose del todo las esperanzas cátaras. Desde ese momento, la agonía albigense fue creciendo y a través de grandes episodios como el de las llamas de Montsegur y el misterio del Grial de Pierre Roger de Mirepoix, todo fue consumado en hogueras (camp dels cremats) y dolorosas represalias guerreras hasta que a partir de 1244 el catarismo fue extirpado del mundo medieval quedando como una idea y sentimiento encerrado en el corazón de Europa.


Los dos autores de Breve Historia de los Cátaros, abordan cada tema mencionado de manera apasionante mostrándonos a grandes reyes, siniestros inquisidores, cátaros puros e intereses geoestratégicos mediante una escritura inolvidable, sencilla y ejemplar. Una prosa fluida y sencilla que hará que el lector viva de primera mano como fueron aquellos terribles años y cuales fueron las enseñanzas de unas personas que querían vivir la religión de una manera más práctica y didáctica, fiel a principio cristiano original, frente a una religión estatal enquistada en sus propios riquezas y olvidos cristianos.