Desde que el 15
de Abril de 1912 el famoso trasatlántico Titánic
se hundiera en las heladas aguas del Océano Atlántico son numerosísimas las
anécdotas que han rodeado la breve singladura de aquel buque que se creía que
ni Dios podía hundirlo. Entre todas ellas destacan, por ejemplo, las que se
consideran profecías que anunciaban que ese barco iba a acabar en tragedia.
Pasajeros que tuvieron un presentimiento en el último momento y cancelaron su
viaje; personas que desde el propio barco enviaron o escribieron notas a sus
allegados pensando que algo malo les iba a ocurrir; o incluso profecías literarias
que se escribieron años antes y que casi calcan el terrible destino del Titánic. Centrémonos en estas últimas.
Según parece en el año 1886 el periodista inglés W. T. Stead publicó un curioso
relato titulado The sinking of a modern
liner (El hundimiento de un trasatlántico moderno) en el que se narraba
como un gran barco zarpa de Liverpool, hace parada para recoger pasajeros en la
ciudad de Queenstown y mientras navegaba plácidamente hacia Nueva York choca
contra algo en mitad de la noche y
comienza a hundirse amenazando la vida de todo el pasaje. Como es de suponer no
hay suficientes botes salvavidas para todos y por ello el capitán ha de
utilizar su revólver para impedir que los pasajeros de tercera clase se
abalancen histéricamente hacia los pocos botes que hay a bordo. Llama la
atención que años después fue el propio Stead el que murió en el Titánic
engullido por la gélidas aguas del océano.
Y ahora pasamos
a la segunda profecía, que seguramente es la más famosa de todas ellas. Al
igual que el relató de Stead, años antes del hundimiento del Insumergible, en
1898, el escritor Morgan Robertson publicó un libro titulado Futility, or the wreck of the Titan
(Futilidad, o el hundimiento del Titán). El escritor nos habla de un barco
llamado Titán, en el que solo se pueden embarcar las personas más ricas que
existen y que una fría noche de Abril se estrella contra un bloque de hielo
ocasionando que se parta por la mitad y se hunda con todos a bordo. Es curioso
que Robertson no solo clave el mes exacto del hundimiento del Titanic sino que también describa que su trasatlántico tiene las mismas medidas,
peso y capacidad que éste. Una coincidencia asombrosa.