Actualmente
existen numerosas campañas médicas que luchan contra el alcoholismo dirigidas tanto
a adultos como a jóvenes con el fin de que la bebida no arruine sus vidas. Pues
bien, opino que estas campañas también deberían haber existido siglos atrás para
evitar que mucha gente cayera victima de tan pernicioso vicio. Aunque hubo un
caso en la Edad Media en el que una persona, en este caso un rey, murió debido
al alcohol pero no por el abuso que hiciera de él sino por otra cosa muy
distinta, como podrán leer a continuación. Cuentan las crónicas que al rey de
Navarra Carlos II el malo (1332-1387)
cuando era pequeño se le vaticinó que moriría por culpa del alcohol y, es más,
que lo haría precisamente en el palacio de San Pedro o del Obispo en Pamplona.
Obviamente el monarca, sabiendo esta profecía, nunca probó bebida alguna a
excepción del agua. Pero se dio el caso de que una vez Carlos II empezó a tener
unos dolores musculares y como los galenos que había en la corte no sabían
aliviarle los dolores mandó llamar a un alquimista famoso de la época
llamado Arnau de Villanova, el cual
creía firmemente que las bebidas alcohólicas, sobre todo el coñac, no solo
curaban a los enfermos sino que además los hacía rejuvenecer. En cuanto llegó a
la corte este galeno valenciano mandó que se acondicionara una habitación y que
el rey fuera llevado allí. Arnau cogió unas sabanas y las impregno con coñac o algún
otro aguardiente y comenzó a fajar al rey hasta que éste quedó bien prieto.
Mediante esta operación Arnau pretendía que el alcohol de la sabana penetrara
bien en las carnes del rey y obrara su milagro, pero hubo un momento en que el
alquimista se giró a coger algo de instrumental y sin querer golpeó con el codo
una lámpara que había encima de la cama con tan mala suerte que esta luz cayó
sobre las sabanas empapadas de alcohol con lo que en un santiamén Carlos II se
abrasó vivo. Así fue como pasó a mejor vida sin siquiera haber probado jamás una
bebida espirituosa.