Cuando el 29 de
Septiembre de 1936 Francisco Franco Bahamonde (1892 – 1975) fue elegido Generalísimo
de las Fuerzas de Tierra, Mar y Aire por la Junta de Gobierno en Burgos, es
decir la persona que asumiría el mando de las fuerzas sublevadas, éste, como
les iba diciendo, pensaba que la guerra sería cuestión de unos días y que en
cuanto cayera Madrid se acabaría rápidamente. Y es por eso que en aquellos
momentos pensó que tendría que ir fabricando nuevos billetes que suplantaran a
los de la zona republicana. Para ello se puso en contacto con dos empresas británicas
fabricantes de billetes para que le hicieran el trabajo. Una era la empresa Thomas de la Rue, mientras que la otra
se llamaba Bradbury Wilkilson and Co.
Pero pasados unos días el futuro dictador se llevó una sorpresa al descubrir
que ninguna de las dos le iban hacer el encargo. La primera lo rechazaba alegando
que Franco no era el verdadero gobernante de España, y la segunda, aunque ya
había hecho las planchas para la impresión de los billetes, tuvo que abandonar
el proyecto debido a las presiones del propio gobierno británico que tampoco
reconocía al bando sublevado. Así que finalmente tuvo que ser la Alemania nazi
la que le hiciera los billetes en 1936 y 1938.
Cuando terminó
la guerra, Franco, chasqueado por la negativa de las empresas británicas,
decidió que esta vez le haría los billetes un gobierno amigo, como era el italiano, y por eso encargo a la empresa Coen & Cartevalori su fabricación.
Pero de nuevo Franco se llevó una desilusión pues esta vez los inconvenientes
no los pusieron desde Italia, sino que fueron los propios colaboradores del
dictador los que le recomendaron que no pusiera su efigie en los billetes pues
ante el clima de rechazo que había en el exterior, muchos países no los
aceptarían en las futuras transacciones económicas.