En tiempos de
Felipe II llegó a Madrid un grupo de feriantes portugueses quienes traían
consigo una atracción nunca vistos por estos lugares: una abada o rinoceronte.
Nada más llegar a la capital del reino montaron una gran carpa en la zona conocida
como Eras del Priorato de San Martín (actual calle Preciados, Plaza del Carmen
y Gran Vía) para que todo el mundo pudiera ver a tan magnífico animal. Es de
imaginarse la sensación que causó entre los madrileños pero hubo uno de ellos
que se pasó de gracioso y que por su culpa causó un buen número de desgracias.
Un chiquillo quiso engañar al rinoceronte y en vez de darle un pedazo de pan le
metió en la boca una brasa ardiendo provocando, obviamente, que el animal atrapara
al pilluelo entre sus fauces y lo matara.
Cuando el prior
de San Martín se enteró del suceso mandó expulsar a los feriantes, pero ya
fuera por la negligencia de los portugueses al trasladar el animal, o porque
éste estuviera todavía enrabietado, se escapó de la jaula y comenzó a sembrar
el pánico por toda la ciudad. Unos creyeron haberlo visto en el Postigo de San
Martín (Plaza de Callao) mientras que los demás en cuanto veían la sombra de un
perro o un gato proyectada en una pared corrían asustadas para esconderse en
sus casas. La verdad fue que pasado los primeros momentos de confusión el grupo
de feriantes junto con algunos oficiales de la Santa Hermandad lograron cercar
al rinoceronte en la zona de Vicálvaro y tras una ardua lucha acabaron con su
vida. Pasado el tiempo la misma zona de las Eras del Priorato de San Martín comenzó
a urbanizarse y donde los feriantes portugueses habían montado la famosa carpa
se creó la llamada calle Abada, en donde se puede ver hoy en día en una placa
al magnífico mamífero que quiso escapar de Madrid.