domingo, 4 de febrero de 2024

EL TERROR ROJO - Wenceslao Fernández Flórez

 

La casa era entonces para nosotros una prisión. La calle, el lugar por donde iba y venía la Muerte, con su mono de miliciano.

Empecemos esta reseña con una nota gastronómica. Cocer agua es muy sencillo. En un recipiente, ya sea olla o cazuela, se coge un tanto de agua y se pone al fuego. Si uno es natural curioso, se puede quedar a ver como evoluciona dicha fórmula. Primero verá que durante cierto tiempo no pasa nada, todo es muy aburrido. Después, de improviso, una burbujitas empiezan a salir del fondo hacia arriba hasta que éstas se hacen más y más gordas, se agitan impacientes y revuelven la tranquilidad que había en el recipiente. Pero si no lo tapamos con cuidado al final esta agua se desborda y acaba encharcando la cocina. Pues en la historia de las revoluciones (y ya pasamos al tema histórico que es de lo que va este libro) pasa lo mismo. En los primeros momentos de los estallidos sociales todo es anarquía y todo está sin control (el agua que se desborda de la olla, recuerden). La gente se disgrega en mil luchas hasta que el gobierno de turno, el nuevo si dicho alzamiento tuvo éxito o el antiguo si fue lo contrario, consigue dominar la situación, aplacar los ánimos y encauzar los hechos. En la España de 1936, tras el alzamiento del ejército en África, y los fallidos intentos de revolución en algunos lugares del país, como el Cuartel de la Montaña en Madrid, nuestra piel de toro se partió en dos dando como resultado una cruenta guerra civil en la que en los primeros meses, en las retaguardias, ya fueran nacionales como republicanas, se produjeron auténticos momentos de terror en los que los ajustes de cuentas, las viejas cuentas pendientes, estuvieron al orden del día. Los oportunistas y los maleantes se hicieron temporalmente dueños de la situación. Nada les podía detener dando comienzo la cacería a aquellos que no pensaban como ellos, del que tenías alguna ofensa larvada en el corazón o del que tenía muchos dinero y posesiones que arrebatar. Muchas personas perseguidas fueron testigos de estos terribles desmanes siendo uno de ellos el propio escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez (1885 – 1964) al cual también se le intentó dar caza durante unos meses en el Madrid republicano, dando fiel reflejo de la situación en su libro El terror rojo (publicado primero en Portugal en 1938 con el título O Terror Vermelho).

Más allá de sus obras literarias más conocidas como por ejemplo El bosque animado (en versión cinematográfica quién no se acuerda de aquel Alfredo Landa siendo el temible bandido Fendetestas o la siniestra procesión de la Santa Compaña), Volvoreta o El malvado carabel, entre otras, Wenceslao Fernández Flórez también era una persona interesada en la política de su tiempo, como lo demuestran sus “Acotaciones de oyente” o crónicas parlamentarias aparecidas en distintos periódicos del momento. Y aunque era de personalidad conservadora no tenia ambages en atizar la estulticia patriótica partiera desde el lado republicano, el falangista o el monárquico, lo que en verdad le valió granjearse enemigos de un lado y de otro cogiendo papeletas para ser encañonado por un pelotón de fusilamiento. Al producirse el estallido de la Guerra Civil, en aquel caluroso verano del 36, todo el orden establecido saltó por los aires. Bandadas de milicianos de retaguardia y malhechores oportunistas que se hacían pasar por defensores de la Republica, pero que no pisaban un frente de guerra ni de lejos, decidieron aplicar su propia ley y perseguir con saña a cualquier persona con tufo de enemigo del orden establecido y de paso saldar viejas cuentas y arramblar cualquier bien ajeno. Cientos de personas, ya fueran de derechas, monárquicas o simples burgueses que alguna vez se hubieran significado con el movimiento alzado (lo del anuncio de la Quinta Columna emitido por el general Mola tampoco ayudó mucho), fueron encerradas en checas o simplemente paseadas al amanecer a una tapia del cementerio o del parque más próximo. Una de aquellas personas a las que se sometió a una cacería implacable fue al protagonista del libro que les traigo ante ustedes. Wenceslao Fernández Flórez, como ya les he indicado anteriormente, era carne de fusilamiento y en este caso, al estar en Madrid cuando se produjo el alzamiento (la curiosa suerte geográfica) fue perseguido con orden de busca y captura, para luego matarle, desde el primer momento. Tuvo que salir de su casa y pasar un auténtico rosario de paradas en distintos lugares, siempre con el miedo en el cuerpo, hasta que consiguió salir de España un año después. Estuvo alojado y escondido en casas de amigos, de simpatizantes de su obra, en legaciones internacionales como la de Argentina y Holanda, y finalmente en Valencia en una villa hasta que consiguió salir en coche por el Pirineo hasta Francia.

Y toda esa auténtica odisea aderezada con las visiones de terror que nos muestra en su ir y venir por ese Madrid gobernado en un primer momento por la anarquía más pura y las ansias de sangre de una parte de la ciudadanía a la que inconscientemente se la armó desde el principio y que muchos en vez de ir a luchar a los frentes del Oeste o a Somosierra decidían considerar a la capital de España como su coto particular de caza y latrocinio. Siempre desde el punto de vista del autor de esta autobiografía (es decir del perseguido, no nos podemos olvidar de ello) Wenceslao, que las vivió en sus carnes desde que tuvo que salir escopetado de su casa, nos muestra cómo eran los arbitrarios paseos mañaneros o nocturnos, como la masa se regocijaba con los cuerpos de los fusilados (a veces mujeres y niños), las torturas en las checas, el robo en las casas, las expropiaciones de propiedades privadas, las humillaciones que los ciudadanos vivían en las calles por matones de milicianos armados de pistolón, cazadora de cremallera y barra libre, la estulticia de los gobernantes que miraban para otro lado, y los sentimientos de miedo y sus experiencias de pesadilla que sufrían los que estaban escondidos en las casas o estaban prisioneros en las legaciones anhelando escapar de aquel cerco de muerte y horror. El ambiente que nos presenta Wenceslao Fernández Flórez es tan siniestro y opresivo como el infierno de Dante, de un lugar en el que el ser humano, ya sea la idea política que sea, abandone toda esperanza de vivir.

Pero aun así, a pesar de ello, el autor de El bosque animado también nos recrea de manera soberbia como era el Madrid de aquel tiempo e incluso añade, fiel a su estilo literario, ciertas notas de humor (ya es difícil con respecto al tema) y ciertas curiosidades como lo que le gustaba a aquellos patrullas milicianas ansiosas de sangre: el dinero, el poder, el no pagar en las tiendas de suministros mientras el pueblo se moría de hambre, el comer gratis en los restaurantes con solo poner el pistolón en la mesa, o su amor por los coches rápidos, las carreras y el gasto de gasolina cuando, más que nunca, ésta se necesitada para llevar a los verdaderos luchadores por la República al frente. El estilo de esta autobiografía  es directo y a la vez muy literario, artístico y preciso al describirnos un triste periodo de nuestra historia, libro que a la vez inspiro a su siguiente novela Una isla en el mar rojo. A mí, por lo menos, ha sido una lectura que me ha impresionado bastante, algunos capítulos y sensaciones te erizan los pelos y te ponen el alma en vilo al describirnos de manera perfecta las sensaciones que tiene el topo que está escondido, el sentir como se acercan los pasos de tus asesinos, el sonido del ascensor en la noche y rezar para que no se pare en tu puerta, el ver con tus propios ojos como arrastran a una persona por la calle y presenciar la vileza e impunidad de aquellas patrullas milicianas… y si el lector se encoge ante tamaño terror es que el nivel literario, por tanto, de este libro es soberbio. Os lo recomiendo.

Wenceslao Fernández Flórez. El terror rojo (1938). Madrid, Ediciones 98, 2022; 188 pp.; trad. del portugués de Jesús Alfonso Blázquez González