jueves, 19 de septiembre de 2024

MAESTROS Y DISCÍPULOS EN LA ANTIGUA GRECIA - Javier Murcia Ortuño

  


Adiestra a los niños, pues no los adiestrarás de hombres. (Menandro)

Quitando los pupitres, las clases masificadas, los centros escolares parecidos más a colmenas y aparca niños que a lugares de aprendizaje o (sobre todo) la falta de respeto a los docentes, el lugar de estudio y la forma de practicarlo no ha cambiado mucho desde la antigüedad. Y es que el estudiar no es algo nuevo ni un castigo sádico que se hayan inventado nuestros padres para divertirse, al revés, nuestros antepasados ya sabían de la importancia de ser una persona cultivada y responsable. Un ejemplo de ello lo tenemos en la propia Grecia en la que sus ciudadanos estaban verdaderamente obsesionados con adquirir conocimientos y gracias a ellos buenos valores para desenvolverse en la vida. Comprendían por tanto que el saber es poder y que éste los haría más refinados y preparados frente lo que les iba a acontecer. Ante este ejemplo que les acabo de poner nos surgen varias preguntas: ¿Cómo era, por tanto, la educación en la antigua Grecia? ¿Quiénes la ejercían y como se comportaban sus alumnos en clase? ¿De qué medios disponían y cuáles eran las etapas por las que pasaba el infante hasta la efebia? Distintos tipos de preguntas, seguramente muchas más se han quedado con el tintero, que gustosamente son respondidas por el profesor y divulgador de cultura griega Javier Murcia Ortuño en su reciente obra: Maestros y discípulos en la antigua Grecia (Alianza editorial, 2024).

El autor nos ofrece un recorrido cronológico de (podríamos llamarla así) la historia de la enseñanza en Grecia desde los tiempos arcaicos, cuasi míticos en muchos momentos, pasando obviamente por el clasicismo hasta la expansión de este tipo de enseñanza desde el helenismo hasta nuestros tiempo, y la forma en que dicha forma de ennoblecer al joven estudiante se ha perpetuado no solo en el mundo romano sino también en el cristianismo y hasta la actualidad. Cuando digo tiempos cuasi míticos es porque Javier Murcia Ortuño retrotrae sus  comienzos hasta los tiempos mitológicos donde Quirón, el centauro más sabio, junto a su familia se dedicó a la enseñanza de los jóvenes héroes que después deslumbrarían al mundo en hazañas tan preclaras como la búsqueda del Vellocino de Oro o la toma de Ilión. Es un ejemplo de cómo desde tiempos oscuros y lejanos ya era importante la enseñanza en Grecia. Podríamos decir que los primeros, reales, enseñantes fueron los aedos que a través de sus recitados musicales en palacios dejaron impronta de las enseñanzas de Homero o Hesiodo en las mentes de los jóvenes que deseaban emular las hazañas de sus héroes preferidos. De ahí el autor pasa a los rapsodas, que recitaban ya sin música, a golpe de bastón, en templos y certámenes democratizando ya más la cultura y el aprendizaje y los coros que son clara muestra de la importancia de enseñar tanto con la danza como con la música a los más jóvenes. Esta forma de aprendizaje, ya más profesional, fijada con profesores y alumnos que acudían a las clases (las cientos de escuelas repartidas por toda Grecia), quedó fijada en la época clásica en donde también destacaron las escuelas filosóficas de Platón y Aristóteles, verdaderos gigantes de la educación, sin olvidar a los sofistas o educadores profesionales.

La paidea, la educación de los niños, no era una herramienta institucionalizada desde el gobierno de la ciudad, ni estaba institucionalizada a excepción de Esparta, aunque más o menos mantenía ciertos niveles de educación. Normalmente el primer escalón solía darse hasta los seis o siete años en que el estudiante, acompañado de su paidogogos iba a la escuela donde además de cultura el severo maestro le enseñaba moral, buen comportamiento, respecto a sus mayores y a emular a los mejores. El siguiente escalón seria una especie de secundaria entre 14 y 18 años en donde un grammatikos de renombrado prestigio, ya pasadas las primeras letra y los recitados memorísticos de Homero y Hesíodo, se adentraba más en la poesía, oratoria, dramaturgia y profundizaba en las obras científicas, astronomía, música y danza. Es decir recibía de estos grammatikos tan prestigiosos y que eran solicitados por medio mundo griego, una enkyklios paidea o educación integral. Y finalmente nos encontramos con la llamada efebia, a los dieciocho años en donde  además de recibir clases militares podía ponerse en manos de grandes oradores, sofistas o retores y recorrer el mundo acudiendo a conferencias (un Erasmus universitario de la época). Las escuelas en su mayoría eran privadas y estaban en sus primeros años regentadas por grammatistes, y aunque hayan pasado los siglos, al igual que hoy en día, estos maestros eran poco valorados, poco cualificados y muchos casos sumidos en la pobreza. E incido en las similitudes, pues, a diferencia de la ausencia de los pupitres, el maestro se sentaba delante de sus alumnos y éstos hacían lo mismo en taburetes con tablillas de cera en las rodillas, ostracas, o papiro los más pudientes, en donde aprendían  las primeras letras, leían en voz alta y memorizaban los eternos versos de Homero, Hesiodo, las enseñanzas de los Siete Sabios o los consabidos preceptos del buen Quirón. También hacían cálculo y le daban importancia a la música con la flauta o la lira, e incluso practicaban gimnasia en la palestra.

Pero Javier Murcia Ortuño, además de estas líneas básicas de aprendizaje, de la misma manera también nos enseña el lado más oscuro de aquel aprendizaje. Los alumnos tenían que madrugar mucho, se helaban de frio aunque fueran acompañado de pedagogos, los niveles de educación eran en mucho casos confusos y el maestro tenía barra libre para ejercer castigos físicos sobre sus alumnos menos aplicados a través, por ejemplo, de zurriagazos o partiendo una vara en el lomo del estudiante díscolo. A esto hay que añadirle, por un lado las inevitables desigualdades de género existente entre niños y niñas en aquellos tiempos, ya que sobre todo en época arcaica y clásica las mujeres tenían vetada dicha educación orientándolas sobre todo al ambiente del gineceo, aunque esto cambió en tiempos helenísticos en el que ya algunas podían acudir junto con sus hermanos a la escuela; y por otro lado, como siempre ha ocurrido en la historia de la Humanidad, dichas desigualdades venían promovidas por el estatus y el dinero que tuviera una familia para poder dar una educación mejor a un niño.

Así pues, les recomiendo Maestros y discípulos en la antigua Grecia, en donde podrán ahondar en más cosas de lo que a vuela pluma les he anunciado en esta humilde reseña, sin olvidar, como siempre ocurre que tenemos entre manos un libro de Javier Murcia Ortuño, que el lector se va a encontrar con un gran trabajo y con un estudio impresionante, en este caso, del campo de la enseñanza en Grecia y todo ello trufado con una cornucopia de anécdotas y curiosidades que hace que este ensayo se lea de manera amena y nos haga no solo conocer como era el tipo de educación que existía entonces sino también a valorar y ponderar el papel de los maestros de aquellos siglos y de los de hoy en día. Todo un homenaje a ellos.

 

Javier Murcia Ortuño, Maestros y discípulos en la antigua Grecia. Madrid, Alianza editorial, 2024, 576 páginas.

También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/maestros-y-discipulos-en-la-antigua-grecia-javier-murcia-ortuno/