A través de la Historia de la Lengua Española sabemos que el latín no fue único e impermeable a la influencia de otras lenguas existentes en las zonas ocupadas de Hispania. Pues bien antes de la llegada de los romanos había muchas lenguas dependiendo del territorio y las razas que vivieran en ella, y una era la íbera que en la zona Bética tenía unas fuertes influencias de las lenguas tartésico-turdetanas. Es por ello que el latín de la Bética fuera muy peculiar y en algún caso hasta pudiera llevar a equívocos. Nos cuenta el historiador Espartiano una anécdota suya, (recogida siglos después por don Rafael Lapesa), diciéndonos que cuando una vez fue a Roma a declarar sus cuentas como cuestor, se puso delante de los magistrados a declamar un discurso para defender sus gestiones anuales. Espartiano creía que lo estaba haciendo de manera magistral, como lo había ensayado en casa, pero se fue dando cuenta de que los magistrados ponían caras raras y se miraban unos a otros con cara de asombro. Hasta que uno no lo pudo soportar más y se puso a reír a carcajada limpia, empujando con ello la hilaridad de los demás senadores, tanta que hasta algunos se cayeron de sus insignes asientos. Nuestro protagonista no daba crédito a lo que veía ¿qué estaba haciendo mal? Pero él imperturbable no cedió y siguió con su letanía, más alta que antes. Uno de los senadores, agarrándose la barriga se acercó como pudo a él y poniéndole una mano en el hombro le instó, entre lágrimas, que parara si no quería acabar con todos los allí presentes. Espartiano, ya furioso, preguntó que qué les pasaba, y el senador, ya sentándose de culo porque no podía soportar más las carcajadas le dijo que había soltado todo su discurso en el latín regional que se hablaba en las calles de la Bética. Según nos dice el lingüista Rafael Lapesa, éste sería el primer ejemplo documentado de la utilización del andaluz en la historia