sábado, 1 de abril de 2017

LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO - Fernando Fernán Gómez




Sabe Dios cuando habrá otro verano

Dos niños juegan en un solitario descampado de Madrid barrido por el viento. Como todos los chavales de la época quieren ser soldados valientes, igual que Gary Cooper en Tres Lanceros Bengalíes. Uno de ellos, al que familiarmente su familia y amigos llaman Luisito, se queda parado un momento tras haber matado a un imaginario afgano, y con cierta preocupación le pregunta a su compañero de armas: ¿Te imaginas que aquí hubiera una guerra de verdad? Entonces el otro, con sonrisa socarrona, no creyendo que le pregunte semejante cosa, le contesta: Pero ¿dónde te crees que estás? ¿En Abisinia? ¡Aquí que va a haber una guerra! Luisito asiente y como la nube que temporalmente tapa el sol, su ánimo vuelve a reflotar y prosigue jugando. El verano promete ser largo, muy largo, y nadie en aquel mundo moderno, en aquella España democrática del 36, cree que aquellas horrendas matanzas de años pretéritos se puedan producir en un país que parece haber exiliado al fantasma de la guerra. Aunque en verdad, Luisito tiene razón en algo, aquellas vacaciones de 1936 van a ser muy largas y movidas. Un verano que va a durar en total tres años.

Este remedo de comienzo tiene ciertas similitudes con el inicio del libro que paso a continuación a reseñar. Se trata de la inmortal obra de teatro del ya difunto Fernando Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano, la cual narra como nadie las vivencias de una familia de clase media en Madrid a lo largo de los tres años que durará nuestra sangrienta Guerra Civil (1936 -1939). Se estrenó en el Teatro Español el 24 de Abril de 1982 y ya, desde ese mismo momento se convirtió en lectura obligada para cualquier persona interesada en acercarse a aquellos años y comprobar de primera mano las vivencias y sensaciones de aquellos españoles que se quedaron atrapados sin querer en un mundo donde hermanos contra hermanos se mataban entre sí. El foco de la obra teatral se centra exclusivamente en el Madrid del comienzo de la guerra hasta unos cuanto meses después de acabada esta y en el que el bando vencedor pasa a rendir cuenta a los vencidos. Como dice al final uno de sus protagonistas: No ha llegado la Paz, ha llegado la Victoria. Fernando Fernán-Gómez nos habla de una familia española, madrileña por más señas, una familia cualquiera, modélica, de tantas que había, que viven el día a día en su burbuja de quehaceres diarios, sin meterse con nadie y con la única idea de ser felices en un mundo que poco a poco empieza a volverse loco. La unidad familiar la componen Don Luis, el lúcido patriarca que trabaja como directivo en unas bodegas de licores; su esposa Doña Dolores, amante esposa y amante mujer de su hogar; y sus hijos Manolita, la mayor, que quiere combinar su trabajo con su vocación teatral, y Luisito, el soñador hijo pequeño que a pesar de haber suspendido Física (según él por cuestiones políticas) ansía tener una bicicleta para correr los alrededores de Madrid con sus amigos durante aquel verano que promete mil y una aventuras. Ah, y tampoco hemos de olvidar a la sufrida criada, María, la cual de vez en cuando se lleva algún achuchón o pellizco de Luisito al cruzarse en los angostos pasillos del hogar.

Es decir, la típica familia de clase media, sin grandes pretensiones, de cualquier ciudad española del momento.  Pero sin darse cuenta, como ladrón que llega en la noche, las radios estatales anuncian que los militares se han sublevado en el protectorado español de África. Comienza, por tanto, para ellos un tiempo nuevo de zozobras que trastocará su día a día. Uno de los elementos principales de esta obra teatral es que en ningún momento se observan escenas de guerra, trincheras, ataques en el Madrid sitiado por los Nacionales, ni se visualizan  los frentes establecidos allá por Ciudad Universitaria o los Carabancheles, por poner un ejemplo. La evolución de la guerra se vive desde dentro. Todo lo que se produce en ella la podemos ir conociendo por las conversaciones que existen tanto en la unidad familiar como con los vecinos y conocidos. Al principio la guerra se observa y vive como una curiosidad. Al igual que muchos españoles es una novedad y la mayoría la siente como espectador. Luisito y Manolita sienten un despertar al contar lo que ven en las calles: gente ebria de libertad; los múltiples partidos y gritos valientes de milicianos y milicianas… la guerra es un rumor lejano perdido en la lejanía. Pero en cuanto la aviación sublevada deja caer las bombas sobre los tejados de Chamberí la verdadera realidad los ahoga. No es un entretenimiento de veraneo y desde entonces el fantasma de la muerte se instala en sus huesos. El correr por la noches al refugio antiaéreo, la muerte de gente conocida, las purgas en los trabajos, que por ejemplo hace que colectivicen la bodega de don Luis, y sobre todo el hambre se convierten en hecho cotidiano. Todo se raciona, hasta las lentejas y los garbanzos, y muchas veces las cartillas de guerra no alcanzan a sustentar la dieta diaria de la familia. Madrid es el campo de batalla, y el pisito de nuestros protagonistas el centro neurálgico donde se narra su devenir.

Las bicicletas son para el verano, no es un alegato político de izquierdas o derechas. Es, en cambio, una declaración de intenciones contra la Guerra Civil Española. Las conversaciones nos llevan a imaginar el día a día del sitio de Madrid, y, claro está las conversaciones están hasta cierto punto politizadas ya que los protagonistas y sus allegados solo dejan ciertas pinceladas sobre qué bando es el que les cae más simpático. Don Luis es claramente de ideas republicanas, aunque baqueteado y resignado por las incidencias de la vida. Una mente lúcida que no cae en extremismos, y que alguna vez, cuando era joven, quiso ser escritor para dejar volar su imaginación; Doña Dolores, su esposa, y Doña Antonia, la vecina, son neutrales, más preocupadas por los quehaceres diarios que por el volcán en donde están sentadas, aunque cuando la guerra está a punto de terminar se sienten muy cansadas de todo y les da igual quien gane, aunque sean los Nacionales (a sabiendas de que su marido es contrario a ellos); Doña María Luisa, la “casera” es simpatizante del bando sublevado, y eso se observa no solo en sus comentarios, sino también en la tienda de figuras religiosas que hay en el bajo del edificio; y luego están una pareja de vecinos muy curiosa: Don Simón y Doña Marcela. Son los más mayores de la obra, dos ancianos que han visto mucho pero que al igual que los demás la guerra los ha pillado a trasmano. El primero es, al igual que don Luis, de ideas republicanas, mientras que aunque doña Marcela tenga ideas conservadoras, se aprovecha de la situación de anarquía del momento para divorciarse de su marido. Lusito y Manolita al principio son meros espectadores, pero la guerra los va a ir cambiando poco a poco. A él lo que le importa en un principio es su bici y correr con ella por el Jarama, pero al igual que su hermana los hechos que observan a su alrededor los hace ir madurando poco a poco, llevándolos a la vida adulta a través de un curso acelerado impartido entre bombas y disparos de metralleta.

La acción teatral es rápida, los diálogos claros y chispeantes, reflejando el habla cotidiana de la calle. Incluso en algunas ideas de los personajes Fernán Gómez desliza el habla diaria. Por ejemplo, uno de ellos, un anarquista llamado Anselmo dice claramente, a las bravas: Primero, a crear riqueza; y luego a disfrutarla. Que trabajen las máquinas. Los sindicatos lo van a industrializar todo. La jornada de trabajo, cada vez más corta; y la gente, al campo, al cine o a donde sea, a divertirse con los críos… Con los críos y con las gachís… Pero sin hostias matrimonio ni de familia; ni documentos, ni juez, ni cura. Amor libre, señor, amor libre… Libertad en todo: en el trabajo, en el amor, en el vivir donde te salga de los cojones…  El autor no se anda con remilgos ni estilos elevados. Una prosa clara y unos pensamientos directos para reflejar que los personajes están en un mundo duro en el que podemos encontrarnos todos algún día. En resumen, nos encontramos con una obra epítome dentro de la literatura española contemporánea, que incluso fue llevada al cine por Jaime Chávarri dos años después, y que sigue de manera fidedigna la obra homónima de Fernando Fernán-Gómez (en el que por cierto aparece un jovencito Gabino Diego en su primer papel como actor) Así pues les animo a leer esta obra teatral, o a releerla si alguna vez ya lo han hecho, y volver a sumergirse en un torbellino de emociones, con la Guerra Civil como telón de fondo, que nunca olvidarán.