sábado, 24 de junio de 2017

LOS DIENTES DE WATERLOO



A lo largo de la Historia siempre ha existido un interés por la odontología y el cuidado de los dientes, ya sea con fines médicos como estéticos. Pero llama la atención como en el siglo XVIII y parte del XIX este interés se convirtió en toda una moda entre los más ricos de Inglaterra. Según parece eran muchos los burgueses que demandaban piezas dentales para arreglarse la boca ya que gran parte de ellos las tenían en mal estado con los dientes picados y ennegrecidos debido muchas veces por el abuso del azúcar y por los nuevos tratamientos blanqueadores que al estar compuestos de un fuerte acido desgastaban el esmalte y provocaban caries y suciedad en los dientes. Es decir que quien no sufría fuertes dolores de muelas le faltaba alguna pieza y en un mundo como aquel en el que la apariencia lo era todo la demanda de dentaduras postizas era un verdadero negocio. ¿De dónde salían los cientos de dientes que el mercado necesitaba? Pues de varios sitios. O bien se los quitaban a los condenados a muerte tras ser ejecutados en la horca, o eran “donados” por los más pobres con el fin de conseguir alguna moneda o un mendrugo de pan; o incluso eran obtenidos de los mismos cementerios donde eran arrancados por los resureccionistas (o profanadores de tumbas) en la oscuridad de la noche.

También se podían hacer de otros materiales como por ejemplo el marfil, pero aun así el mercado no llegaba a saciarse del todo por lo que el comienzo de las llamadas Guerras Napoleónicas (1803 – 1815) fue toda una bendición para los mercaderes de este producto. ¿Qué mejor sitio para obtener piezas para fabricar una dentadura postiza que en un campo de batalla en donde habían caído miles de soldados en lo mejor de su vida? Incluso se ponían anuncios en los periódicos en los que se compraban a tanto dientes traídos desde el mismísimo continente europeo. Todo valía con tal de asegurar un buen suministro. Y el gran pelotazo económico llegó precisamente en el combate final de aquella contienda: La Batalla de Waterloo (18 de Junio de 1815). Allí murieron alrededor de 50.000 jóvenes. Tras la batalla los ejércitos en liza se retiraron de aquel lugar de muerte, y después de que éstos se marcharan llegó de nuevo otro tipo de ejército: los saqueadores de cadáveres. Hubo quienes cogían los restos personales de los muertos en combate además de las armas, y en cambio otros, conocidos como bodysnatchers, tenían una única misión, la de arrancar uno a uno los dientes de los soldados para hacerlos llegar posteriormente a Albión. Aquello fue un auténtico maná para los comerciantes de piezas dentales pues no era lo mismo vender un diente de un cadáver que podía producir enfermedades que uno extraído de un forzudo soldado caído en Waterloo. Obviamente el precio de este último era más elevado. El problema vino cuando el mercado se saturó ya que eran muchos los dientes “extraídos” en el continente que se tenían que quedar en los almacenes a la espera de que fueran utilizados. Aun así los dientes de Waterloo eran sinónimo de calidad y se tiene constancia de que siguieron utilizándose hasta 1851. La aparición de las piezas hechas de porcelana y la fabricación de dentaduras postizas de vulcanita provocaron que la industria de dientes humanos cayera en picado convirtiéndose hoy en día en una mera anécdota bastante truculenta de tiempos pasados.

lunes, 19 de junio de 2017

UNA HABITACIÓN MEDIA CON LIMPIO



Desde que a mediados del siglo XVI Madrid se convirtiera en capital de España, el número de habitantes comenzó a crecer. La gente llegaba de todas partes de la Península y muchos, mientras buscaban un alojamiento definitivo, se conformaban con acudir a las posadas a dormir y comer. El problema es que en aquellos años, aunque había aumentado la población, no había pasado lo mismo con los alojamientos antes mencionados y debido a ello era normal que las pocas habitaciones que hubiera se tuvieran que compartir entre los viajeros. Así pues fue corriente en aquellos años que empezara a sonar en las posadas la expresión “Media con limpio” que venía a decir que el viajero deseaba media cama (habitación compartida) pero sobre todo que el compañero que le tocara en suertes fuera extremadamente limpio, o lo que es lo mismo que no tuviera piojos, liendres, pulgas, que no oliera mal y que en resumidas cuentas estuviera lo suficientemente aseado para que el tufo que desprendiera no fuera insoportable y pudiera dejarle dormir.

domingo, 18 de junio de 2017

EL REY ABSTEMIO QUE MURIÓ POR CULPA DEL ALCOHOL



Actualmente existen numerosas campañas médicas que luchan contra el alcoholismo dirigidas tanto a adultos como a jóvenes con el fin de que la bebida no arruine sus vidas. Pues bien, opino que estas campañas también deberían haber existido siglos atrás para evitar que mucha gente cayera victima de tan pernicioso vicio. Aunque hubo un caso en la Edad Media en el que una persona, en este caso un rey, murió debido al alcohol pero no por el abuso que hiciera de él sino por otra cosa muy distinta, como podrán leer a continuación. Cuentan las crónicas que al rey de Navarra Carlos II el malo (1332-1387) cuando era pequeño se le vaticinó que moriría por culpa del alcohol y, es más, que lo haría precisamente en el palacio de San Pedro o del Obispo en Pamplona. Obviamente el monarca, sabiendo esta profecía, nunca probó bebida alguna a excepción del agua. Pero se dio el caso de que una vez Carlos II empezó a tener unos dolores musculares y como los galenos que había en la corte no sabían aliviarle los dolores mandó llamar a un alquimista famoso de la época llamado  Arnau de Villanova, el cual creía firmemente que las bebidas alcohólicas, sobre todo el coñac, no solo curaban a los enfermos sino que además los hacía rejuvenecer. En cuanto llegó a la corte este galeno valenciano mandó que se acondicionara una habitación y que el rey fuera llevado allí. Arnau cogió unas sabanas y las impregno con coñac o algún otro aguardiente y comenzó a fajar al rey hasta que éste quedó bien prieto. Mediante esta operación Arnau pretendía que el alcohol de la sabana penetrara bien en las carnes del rey y obrara su milagro, pero hubo un momento en que el alquimista se giró a coger algo de instrumental y sin querer golpeó con el codo una lámpara que había encima de la cama con tan mala suerte que esta luz cayó sobre las sabanas empapadas de alcohol con lo que en un santiamén Carlos II se abrasó vivo. Así fue como pasó a mejor vida sin siquiera haber probado jamás una bebida espirituosa.

sábado, 17 de junio de 2017

LA X DEL MIÉRCOLES



Es norma general que en cualquier calendario español cuando se abrevian los días de la semana se le ponga una X al miércoles para no confundirlo con el martes. Es decir que ponemos L M X J V S D en vez de L M M J V S D para evitar confusiones. Pero ¿por qué una X? La respuesta hay que buscarla en la Edad Media, precisamente en el rey Alfonso X el Sabio. Este monarca, entre otras cosas, fue un gran impulsor de las letras castellanas y también gustaba de participar en los trabajos que se hacían en la Escuela de Traductores de Toledo. Según parece el rey y sus colaboradores judíos y árabes utilizaban muchas abreviaturas en sus traducciones y es por eso que en honor suyo se pone una X al Miércoles.

miércoles, 14 de junio de 2017

EL ÓPALO MALDITO



En la corte española, en concreto en la Casa Borbón, existe una historia bastante truculenta entorno a un anillo que supuestamente estaba maldito y que algunos creen llevó a la tumba a varios miembros de la familia real. Todo empezó cuando Alfonso XII se enamoró de una aristócrata italiana llamada Virginia Oldoini, condesa de Castiglione, más conocida como la “Perla de Italia”, quien a su vez había sido tiempo atrás amante de Napoleón III. Mucha gente pensaba que con el tiempo se iba a casar con ella pero éste, en vez de ello, matrimonió con su prima María Mercedes de Orleans. Parece ser que este casamiento sentó bastante mal a la aristócrata italiana quien de manera inocente acabó regalando a la feliz pareja un anillo con un gran ópalo cuajadito de oscuras maldiciones. Al rey español le pareció un presente de lo más bonito y decidió que lo portara su joven esposa. Sea o no de resultas de este regalo a los cinco meses María Mercedes fallecía (1878) convirtiéndose de la noche a la mañana en la primera víctima del ópalo maldito. Después Alfonso XII no sabiendo que hacer con el anillo se lo regaló a la otrora reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias la cual murió dos meses después, en Agosto del mismo año. Suma y sigue. Ya van dos.

Aunque aquí no se acaba el rosario de muertes porque a la cuñada del rey, María-Cristina Francisca de Orleáns le gustó tanto el anillo que quiso quedárselo, y como no sabía lo que hacía ese gesto tan caprichoso la llevó a la tumba: muere de tuberculosis en Abril de 1879. El rey no se daba cuenta de lo que tenía entre manos y pasado el tiempo el anillo de oro cae en la inocente  María Pilar, hermana del monarca, quien como es natural murió en Agosto de una enfermedad repentina a la vez que extraña. Pero como todas las maldiciones alguna vez tienen que terminar ésta lo hizo llevándose por delante la vida del propio Alfonso XII (1885). Su segunda esposa María Cristina de Habsburgo rápidamente quiso deshacerse del anillo ofreciéndoselo a Nuestra Señora de la Almudena. Aunque antes de depositarlo junto a la patrona de Madrid pidió que lo exorcizaran rociándolo con una buena cantidad de agua bendita y alguna que otra bendición. Llama la atención que pasados unos días de haberlo donado a la iglesia el ópalo desapareció y nunca más volvió a saberse de él.