Una de las
imágenes más típicas y tópicas que tenemos de la Edad Media es la de un
aguerrido caballero que antes de irse a luchar contra los infieles coloca a su
esposa el famoso cinturón de castidad para evitar que mientras él estaba fuera
unos cuantos años guerreando su esposa no le fuera infiel con algún pícaro
trovador que se haya quedado en palacio. Pues bien, aunque esta imagen la hayamos
visto muchas veces en películas o leído en alguna novela les recomiendo que la
vayan desterrando de su mente pues todo lo que concierne a lo del cinturón de
castidad se queda solamente en eso, en un simple mito creado en su mayoría en
la época del Romanticismo. Fue por aquellos años que hubo una especie de boom por todo lo relacionado con los
castillos, caballeros andantes, espadas refulgentes, y frágiles damas en
apuros. Y todo ello aderezado con elementos inventados que han llegado hasta
nuestros días. Como por ejemplo lo del cinturón de castidad.
Este supuesto
cinturón se representa como una especia de braga metálica que se ataba a la cintura
mediante un candado dejando solamente dos aberturas, una por delante para que
la sufrida damisela pudiera expulsar la orina o la menstruación, y otra postrera
por donde evacuar aguas mayores. Y evidentemente dichos agujeros eran lo
suficientemente estrechos para que ningún miembro de varón pudiera asaltar el
mayor tesoro del marido (ustedes ya me entienden). Como se puede ver ya la
imagen de este aparato es bastante problemático por varias razones. Por un lado
tenemos la incomodidad que conlleva portar dicho armatoste durante años en el
castillo o durante los meses que tuvieran que estar con su marido en un
campamento militar. Y por otro lado tenemos las razones sanitarias, ya que
cualquier líquido que se expulse por los agujeros provocaría con el tiempo
infecciones, ulceras, llagas, escoceduras, y un buen número de enfermedades.
Muchos de estos cinturones
fueron creados en el siglo XIX para satisfacer a un público ávido de tener en
sus manos un fragmento de historia medieval, y de paso utilizarlo con la
intención de evitar que muchas jóvenes de alta alcurnia se masturbaran o fueran
objeto de acoso y derribo por parte de jóvenes decimonónicos. La gran mayoría son
falsos, por lo que podemos afirmar que lo más cercano que existe en la historia
es una especie de pantalones de hierro que utilizaban las mujeres florentinas
(ellas portaban su propia llave) para mantener intacta su virtud.