Si el viajero es
curioso es recomendable que cuando acuda a la Basílica de San Pedro, además de
visitar todas las maravillas que hay en ella, no olvide dirigir sus pasos hacia
el altar de San Jerónimo en donde encontrará a sus pies una urna de cristal en
donde podrá ver el cuerpo momificado de Juan XXIII. Es toda una experiencia ver
su figura serena vestida con una sotana blanca, una muceta roja de armiño, y
una máscara de cera que refleja todavía en la muerte la dulzura del llamado
“Papa Bueno”. Durante cierto tiempo algunas fuentes de la curia vaticana quisieron
asegurar que el buen estado de su cuerpo se debe tal vez a un hecho milagroso,
pero en verdad la incorruptibilidad del cuerpo del Pontífice se debe a un acto
más terrenal. Hace unos años se supo que la llamada acción milagrosa se debió a la labor de una sola persona, un médico
llamado Gennaro Goglia, que trabajaba en el hospital Gemelli de Roma y que
había inventado un novedoso líquido para embalsamar cuerpos. Cuando fue llamado
por la Santa Sede se presentó en el Vaticano con un bidón de 10 litros, un tubo y una aguja, y en el acto
se puso al trabajo. Con todos los respetos al difunto hizo un pequeño corte en
la muñeca derecha de Juan XXIII y durante un rato estuvo bombeando líquido
embalsamador hasta que este se agotó. Cuando termino su labor se fue y como
curiosidad decir que no quiso cobrar nada pues se sentía bastante honrado
de haber hecho un trabajo tan importante a la Iglesia. Aunque años
después se sintió algo molesto cuando los restos de Juan XXIII fueron
trasladados desde la gruta vaticana hasta el altar de San Jerónimo y no fue
invitado a la ceremonia.