Es indiscutible
que los mayores logros culturales del papa Julio II (1443 – 1513) fueron el
haber comenzado a reconstruir la Basílica de San Pedro y ordenar que Miguel
Ángel pintara el enorme techo de la Capilla Sixtina. Este pontífice, más
conocido como el Papa Guerrero, pues luchó incansablemente por unir los Estados
Pontificios, deseaba que la iglesia donde descansaban los restos de San Pedro
fuera el mayor templo de la cristiandad, y por eso no dudó en financiar dicha
obra con todos los medios que tuviera a su alcance, aunque estos fueran un
tanto turbios como por ejemplo vender indulgencias papales a diestro y
siniestro o cobrar impuestos a religiosos por tener barraganas o a los nobles
para que pudieran acceder al tálamo de una doncella.
Salvados estos
escollos financieros el papa Julio decidió encargar las obras al arquitecto
Donato d´Angelo Bramante (1444 – 1514) por lo que lo citó un día para que le
enseñara el proyecto. Cuenta la tradición que Bramante, no se sabe muy bien el
motivo, decidió también llevarse a su hijo de 12 años para que conociera al
Papa. Al llegar a San Pedro le entregaron los planos a un cardenal y mientras
el Santo Padre los estudiaba les hicieron esperar en una habitación contigua.
Pasado un rato les comunicaron que el Papa deseaba que acudieran a su presencia,
y cuando éstos lo hicieron, Julio II les
anunció que el proyecto le había satisfecho. Acto seguido se acercó a un baúl y
ordenó al hijo de Bramante que metiera la mano y se quedase con todas las
monedas de oro que pudiera coger. El pequeño, después de evaluar la decisión,
dijo que su padre la había enseñado a no coger dinero que no fuera el suyo, y
que prefería que su Santidad lo hiciera por él. Y así se hizo. Cuando ya
estuvieron en la calle Bramante preguntó a su hijo porque no había cogido él el
dinero, a lo que éste le respondió con un guiño cómplice: “El Papa tiene la
mano más grande que la mía, y por eso ahora tenemos más dinero”.