En 1848 se produjo una de las grandes revoluciones en la historia del transporte en España: la inauguración de la línea férrea Barcelona-Mataró con un tramo de 30 kilómetros de largo. A primera vista la aparición de este invento, que iba a llevar tantas ventajas a la población, tendría que ser una alegría, pero hubo una parte de la ciudadanía la cual vió en este adelanto algo antinatural que iba contra la ley divina y que atentaba contra la vida de las personas. Esta sección de la población empezó a divulgar una leyenda urbana en la que contaba que los mecanismos de los ferrocarriles se lubrificaban continuamente con ¡grasa humana! Según ellos una mano negra perteneciente a las altas élites mandaba por las ciudades y pueblos a hombres con sacos al hombro que en cuanto detectaban que algún niño estaba despistado o perdido lo secuestraban y se los llevaban a laboratorios donde los mataban y les quitaban la grasa ya que era bien sabido (según ellos) que esta sustancia humana es la mejor para tener a punto cualquier maquinaria ya sea desde las ruedas de un molino a los engranajes de una máquina de vapor.
Sin quererlo esta leyenda urbana había vuelto a sacar a la luz la figura del Sacamantecas o del Hombre del Saco, personajes tan típicos del folclore español. Además esta patraña que corría de boca en boca coincidió con una noticia del momento en la se decía que varios niños habían desaparecido misteriosamente en Barcelona y pueblos de los alrededores. El miedo estaba servido, por lo que ante esta situación un grupo de mujeres de la Barceloneta se presentaron en Mataró con la intención de destruir las máquinas del ferrocarril. Los disturbios fueron reprimidos por la autoridad y para que no volvieran a suceder la Compañía de los Caminos de Hierro de Barcelona tuvo que hacer una declaración formal en La Vanguardia desmintiendo toda esta locura de la grasa humana.