En el siglo XI
comenzaron a aparecer por Europa, sobre todo en el Midi francés comunidades
heterodoxas cristianas que ansiaban volver a la iglesia primitiva, más pura, y
alejarse de la corrupta iglesia que existía en ese momento. Aquellas gentes que
no tenían un nombre colectivo conocido la historia acabó llamándoles cataros y
albigenses. ¿Por qué? Evidentemente la culpa de ello la tienen sus detractores.
A mediados del siglo XII un abad llamado Evervino de Stanfeld escribió a
Bernardo de Claraval advirtiéndole que en la ciudad de Colonia había aparecido
una colonia de pauperes christiani, o
cristianos pobres. Éstos, además, se llamaban a sí mismos “apostoles”, “pobres
de Cristo”, o simplemente “cristianos”. Pasado el tiempo un canónigo llamado
Eckbert de Shonaü fue el primero en llamarlos “cátaros”. En un principio se
puede pensar que esta palabra es un derivado del griego kataroi (puro) aunque a decir verdad el religioso lo utiliza de
forma peyorativa, pues cree que los cátaros son “brujos adoradores de gatos”,
haciendo referencia a la palabra katte,
es decir, gato en alemán. Esta palabra
caló hondo dentro del mundo eclesiástico, pero no fue más allá de este círculo pues
la palabra cátaro nunca fue utilizada en el Mediodía francés durante la Edad
Media. No fue hasta el siglo XIX cuando el teólogo Charles Schmidt popularizó
este término en su obra Histoire et
doctrine de la secte des cathares ou albigeosis. Obsérvese que el título
del libro alude tanto a cataros como albigenses. También se les llamó así
debido a que el cronista benedictino Geoffroy de Vigeois les impuso el
sobrenombre de albigenses debido a la aparición de una comunidad cátaros en la
localidad de Albi. Con el tiempo ambos nombres se confundirían mutuamente hablándose
unas veces de Cruzada Cátara y otras de Albigense.
lunes, 30 de marzo de 2015
¿QUIÉN ES EL MEJOR GENERAL DE LA HISTORIA?
Cuentan las
crónicas antiguas que tras la batalla de Zama (202 a.C) el general cartaginés Aníbal
tuvo que escapar del cerco romano y exiliarse al otro lado del Mediterráneo. Después
de unos años vagando por distintos reinos, en el verano del año 193 a.C el
destino hizo que se reencontrara de nuevo en Éfeso con su mortal enemigo,
Publio Cornelio Escipión. Pero como ambos eran grandes líderes además de
caballeros en el campo de batalla la entrevista se desarrollo en un ambiente de
cordialidad y entendimiento mutuo. En ella hablaron de distintos temas, sobre
todo militares, y durante ella hubo un momento en que el romano le preguntó al
cartaginés quién creía, en verdad, que era el mejor general de todos los
tiempos. A lo que Aníbal le respondió que Alejandro Magno. En ello estuvieron
los dos de acuerdo. Después Publio Cornelio Escipión le volvió hacer la misma
pregunta pero queriendo saber quién estaba en segundo lugar. Esto lo hizo
pensando que el cartaginés le pondría en el segundo puesto, pero para sorpresa
suya éste le contestó que Pirro, rey de Épiro, por haber mostrado una gran
osadía en el combate. Ante esta respuesta el romano no se quedó contento y
nuevamente le demandó sobre quién estaría en el tercer puesto. Y Aníbal sin
dudarlo le indicó que él mismo ya que estuvo a punto de poner a Roma de
rodillas. Publio ya molesto le dijo entonces que si hubiera vencido entonces en
qué posición se pondría, a lo que el otro, obviamente, le respondió que el
primero. Públio, verdaderamente enfadado, estaba a punto de irse cuando Aníbal cogiéndole
la mano le miró a los ojos y le dijo que se alegraba de haber tenido a un
contendiente tan excepcional, pues podría enorgullecerse de haber estado a
punto de haber vencido a alguien que en el fondo era mejor que Alejandro.
sábado, 28 de marzo de 2015
EL LIBRO DE LA SEMANA...
A finales del
siglo XVIII, cuando dos miembros de la Real Academia Española, el bibliotecario
don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate, recibieron de sus
compañeros el encargo de viajar a París para conseguir de forma casi
clandestina los 28 volúmenes de la Encyclopédie de
D’Alembert y Diderot, que estaba prohibida en España, nadie podía sospechar que
los dos académicos iban a enfrentarse a una peligrosa sucesión de intrigas, a
un viaje de incertidumbres y sobresaltos que los llevaría, por caminos
infestados de bandoleros e incómodas ventas y posadas, desde el Madrid
ilustrado de Carlos III al París de los cafés, los salones, las tertulias
filosóficas, la vida libertina y las agitaciones políticas en vísperas de la
Revolución francesa. Basada en hechos y personajes reales, documentada con
extremo rigor, conmovedora y fascinante en cada página, Hombres buenos narra la heroica
aventura de quienes, orientados por las luces de la Razón, quisieron cambiar el
mundo con libros, cuando el futuro arrinconaba las viejas ideas y el ansia de
libertad hacía tambalearse tronos y mundos establecidos.
Título: Hombres buenos
Autor: Arturo Pérez-Reverte
Texto y editorial: Alfaguara
Páginas: 592
viernes, 27 de marzo de 2015
TÁCITO SE SALVA DE LOS NAZIS
Hacia el año 98
d. C el escritor romano Tácito escribió su obra Germania que trata sobre la vida de algunas tribus germánicas y
como éstas eran gente sencilla y bondadosa que todavía no habían sido
contaminadas por la influencia romana. Pero aunque se considere una obra menor
este manuscrito ha vivido una vida muy intensa. Según parece los nazis
consideraban a la obra de Tácito como una especie de Biblia por lo que cuando
las tropas alemanas se estaban retirando de Italia en 1944, un destacamento de
las SS quiso robar el único manuscrito que existía, el llamado Codex Aesinas Latinus 8, descubierto en
1902 en la biblioteca del palazzo del
conde Aurelio Guglielmi Balleani de Jesi (Ancona). Cuando fueron allí pusieron
patas arriba todas las habitaciones y al no encontrarlo se dedicaron a buscarlo
en otras casas cercanas pertenecientes a la familia Jesi. Lo que no sabían es
que antes de que llegaran al castillo su dueño lo había escondido bajo el pavimento
de la cocina dentro de un baúl. Parecía que la Germania de Tácito se había librado de la destrucción, pero este
hecho estuvo a punto de cambiar cuando años después, en 1966, estuvo a punto de
ser destruido por culpa de unas inundaciones que se produjeron en Florencia.
Desgraciadamente quedó bastante dañado. En la actualidad se conserva en el Museo Nazionale de Roma.
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