sábado, 30 de julio de 2022

¿QUÉ FUE EL GRAN HEDOR?

 

Es normal que cuando aprieta el calor durante la época estival, en las grandes ciudades, debido sobre todo a la ausencia de lluvias o a la falta de riego de las calles, afloren los malos olores de los orines o de los residuos que indiscriminadamente arrojan sus ciudadanos. Hay veces que al pasar por algunos lugares hay que taparse las narices porque la pestilencia es inaguantable. Pues bien, este malestar tan grande se multiplicó en demasía a mediados del siglo XIX, precisamente en 1858, en Londres, cuando se produjo lo que coloquialmente se ha conocido como El Gran Hedor (Great Stink, o Big Stink).

La ciudad del Támesis a lo largo del siglo XIX se convirtió en la ciudad más poblada de la tierra. A principios de siglo había alrededor de unos tres millones de personas y debido a la continua emigración que se estaba produciendo desde el campo a la ciudad ésta estaba superpoblándose a ojos vista. Y es evidente que donde hay mucha gente haya muchos desperdicios. En las casas más humildes éstos eran echados en pozos negros y como en algunos casos costaba mucho vaciarlos acababan desbordados filtrándose su hediondez a los desagües de las calles y de ahí directos al rio Támesis. De igual manera pasaba en los hogares de las personas adineradas que comenzaban a tener inodoros propios los cuales arrojaban su carga al mismo sitio.

Además en estas nuevas instalaciones de la clase media y alta ya empezaban a tener agua corriente bombeada directamente desde el Támesis. Así que paradójicamente el agua que bebían contenía una gran cantidad de bacterias provocando que una gran cantidad de la población enfermara y muriera de cólera.  Como muchas de las personas que contraían esta enfermedad eran de la clase acomodada en un principio se pensó que se transmitía por el aire que venía desde los barrios bajos por lo que se ordenó que se vaciaran ipso facto al rio todo el contenido de los pozos negros. Aquella resolución fue peor que la enfermedad pues en breve se iba a confirmar que había sido un error mayúsculo.

Y lo fue debido a que en 1858 el verano llegó a Londres con bastante fuerza alcanzándose elevadas temperaturas lo que produjo que la miseria que se había arrojado al Támesis durante años y años fuera pudriéndose y arrojando sus miasmas al interior de la ciudad. Era tan grande el olor que por ejemplo mucha gente no se atrevía a salir de sus hogares, a cerrar las puertas y ventanas, e incluso a modificar las costumbres existentes. Algunos, los que pudieron, huyeron al campo hasta que pasara esta calamidad. En la Cámara de los Comunes para no morir envenenados por el mal olor tuvieron que rociar sus cortinas con cloruro de calcio. Incluso la corte dejó de recibir a las embajadas o a los políticos. Acercarse a rio era un suicidio pues sus aguas eran casi negras, estaban estancadas y llenas de animales muertos flotando boca arriba. Las barcas quedaban atrapadas entre toneladas de desperdicios y estaba prohibido bañarse. Se dice que hasta aumentaron los suicidios de gente que se tiraba al Támesis.

Pero como reza el dicho donde hay una crisis hay una oportunidad, una solución. Pues gracias al llamado Gran Hedor las autoridades londinenses tomaron cartas en el asunto y decidieron crear un nuevo sistema de alcantarillado de la mano del ingeniero Joseph Bazalgette quien realizó el primer sistema de saneamiento de la ciudad mejorando, por tanto, la vida de sus ciudadanos y haciendo que bajara el nivel de enfermos de cólera. Algo bueno tendría que tener el haber sufrido ese horrible olor.

jueves, 21 de julio de 2022

CORSARIOS DEL NILO - Steven Saylor

 

El reluciente sarcófago, construido en oro macizo, tenía incrustaciones de piedras preciosas, destacando entre ellas aquella resplandeciente gema verde llamada esmeralda que se extraía de las montañas del sur de Egipto. El sarcófago brillaba bajo el parpadeo de las lámparas, un objeto de sobrecogedor esplendor y valor incalculable…

Lo bueno que tiene la Historia Universal es que a veces parece un gran parque temático de aventuras sin fin. Cada época nos sorprende, no existiendo ninguna igual aunque los parámetros iniciales sean parecidos: traiciones, glorias militares, asesinatos, bondades sin límite… Pero existe un periodo en el que todos estos elementos confluyeron de manera precisa, encajando sus hitos en un inmenso puzle histórico. Se trata de la crisis y posterior caída de la República Romana, iniciada en la época de Sila y finalizada con la muerte de Julio Cesar en el 44 a.C y posterior alzamiento de aquel Imperio de mármol fundado por el sobrino adoptivo del anterior, Octaviano, más conocido por Augusto. Muchos han sido los ensayistas que nos han introducido en aquel mundo, y sobre todo novelistas que igualmente nos han acercado el brillo de aquellos desfiles victoriosos, purgas sangrientas, conquistas gloriosas o amores épicos. Se me vienen a la cabeza, por citar algunos, la epopeya escrita por la fallecida Collen McCullough Señores de Roma, el díptico cesariano de Rex Warner, las cartas imposibles de Thorton Wilder en sus Idus de Marzo, o los shakesperianos discursos pronunciados en la maravillosa obra teatral Julio Cesar...”pero Bruto es un hombre honesto…”

Novelas inmortales que nos retrotraen a otro tiempo, pero que muchas veces adolecen de un grave problema. Y es que al pasar nuestros ojos por sus líneas y montar en la máquina del tiempo de nuestra imaginación solemos contemplar algunas veces no a meros hombres mortales sino a dioses de piedra inmaculada. Es decir muchos escritores no descienden al nivel de los ciudadanos de aquel tiempo. El verdadero nervio y ansia de la Historia Universal. Es por ello que agradecemos que a la terna de obras anteriormente mencionadas se le una también las escritas por Steven Saylor, sobre todo las relacionadas con el ciclo Roma Sub Rosa, que narra, a través de las peripecias del detective Gordiano, alias “El Sabueso”, la caída de la Republica Romana desde Sila (80 a. C) hasta el asesinato de Julio Cesar en el 44 a. C. El autor ya lleva muchos años publicando sus libros con un tempo cronológico preciso para cada acontecimiento histórico de entonces. Para quien no lo sepa Gordiano es un hombre ya mayorcito, ancho de hombros, recio, poco elegante que suele llevar los casos más comprometidos de altos dignatarios romanos, como por ejemplo Cicerón. Aunque a veces esos casos le lleven a vivir algunas otras aventuras en que la intriga y el peligro están a la orden del día. Vivir en la Palatino o en un barrio humilde de Roma (aunque una vez estuvo una temporada morando en un chalecito a las afueras) le permite conocer los entresijos de la vida mundana que hay a su alrededor. Gracias a ello Steven Saylor puede no solo mostrarnos el mundo del patriciado sino también adentrarse en las callejuelas más sórdidas de la Subura, conocer como sobrevivían el romano de a pie día a día, o introducirnos en las peligrosas tabernas de una encrucijada del Aventino. El estilo detectivesco de Gordiano y su familia, que a veces le acompaña en sus casos, no es pedante ni relamido, ni tampoco grosero en plan cine negro, sino más bien intermedio utilizando sobre todo lo que uno de los personajes de Mundodisco llamaría “cabezología” o sentido común. Por tanto en esta serie de libros comenzado por Sangre Romana, el realismo es impresionante, pudiendo ver los hitos históricos como por ejemplo la ya mencionada dictadura de Sila; la revuelta de los esclavos de Espartaco; el consulado de Cicerón y la conjuración de Catilina; el juicio contra  Celio Rufo, y las intrigas de Clodia y Catulo; el asesinato de Clodio y el juicio de Milón; o las guerras civiles entre Pompeyo y Cesar, posterior dictadura de éste último, e incluso su asesinato. A la vez que los personajes novelados como Gordiano y su familia van envejeciendo, pareciendo algunas veces que nos encontramos ante una crónica vívida de la crisis republicana.

Esta saga de novelas ha vendido a lo largo de los años cientos de ejemplares, pero con el tiempo el propio autor se ha cansado de vivir en la espesa sociedad romana. Así pues decidió dar un giro nuevo a su escritura y  hacer una nueva saga, más bien diría precuela, centrando su foco en las aventuras que viviera el joven Gordiano antes del 80 a. C. Steven Saylor las ha comenzado en el 93 a. C cuando cumple éste diecisiete años y decide hacer junto a su amigo el poeta Antípatro de Sidon un tour por el oriente del Mediterráneo. Se trata de la anterior novela Las Siete Maravillas. Ahora la editorial La Esfera de los Libros publica la segunda parte de esta precuela romana con Corsarios del Nilo en donde Gordiano, que ya está prometido con su esclava Bethesda (*Atención spoiler: en la posterior serie original de Roma sub Rosa, ya forman familia) se enfrenta a una dura prueba en donde no solo peligrará su vida sino también el amor que siente por su amada. Nos encontramos en el año 88 d. C y por todo el oriente se recrudece la guerra entre Roma y el rey Mitrídates del Ponto. En estos años, entre el 89 y el 88 es cuando este rey, hecho a prueba de venenos, obtiene sus mayores victorias en el Egeo y Asia Menor. El mundo romano en aquella zona se tambalea. En concreto en el 88 Mitrídates conquista la isla de Cos, obtiene el tesoro egipcio que había depositado en la isla y de paso secuestra al hijo del rey Ptolomeo que en esos momentos gobierna aquel don del Nilo conocido como Egipto. Y es precisamente en esos momentos en que ambos Ptolomeos, IX y X, cuando Bethesda, que está pasando unos días tranquilos con su amado Gordiano en Alejandría, es secuestrada y no porque la consideren un rehén importante sino porque es confundida con la esposa de un rico comerciante alejandrino. Para recuperarla nuestro protagonista ha de adentrarse en el mundo de aquellos piratas y mercenarios del Nilo y mediante su única arma, la inteligencia, sonsacar a sus captores para averiguar dónde está su amada esclava y rescatarla antes de que los captores pierdan interés por ella y la maten. Una carrera contrarreloj que hará que el lector no pierda detalle en ningún momento.

Como es normal Steven Saylor plasma en esta nueva novela, un buen número de datos históricos de primer orden, como las revueltas producidas por el conflicto sucesorio ptolomeaicos (menuda familia esta de los Ptolomeos); el robo del sarcófago de Alejandro Magno, que según parece era todo de oro y posteriormente fue fundido según nos informa Estrabón; o el entorno de las guerras provocadas por Mitrídates. Y a la vez el autor trufa toda su obra con todo tipo de detalles sobre la vida cotidiana en Alejandría, la composición de la ciudad, como eran sus barrios, las costumbres egipcias no solo en la ciudad sino también a lo largo del Nilo… un mundo apasionante al alcance de los lectores que deseen disfrutar de un thriller histórico de primer orden. En cuanto a lenguaje Steven Saylor, nunca fue un escritor de estilo alambicado, al contrario, el lector que se adentra en esta novela y en las otras de la serie observa que es sencillo, directo a la vez que entretenido. Sigue, por tanto, la máxima del clásico Horacio y del especial Keating: Enseñar deleitando.  Así pues lo único que me queda decirles es que se animen a leer Corsarios  del Nilo, que como dice el autor es una novela del Mundo Antiguo, que seguramente les cautivara y les animara a conocer a este peculiar detective romano. Se lo aseguro.

Y por cierto, antes de terminar… ¿sabían por que la saga de las novelas de Steven Saylor tiene el sobrenombre de Sub Rosa? Déjenme que les despida con esta curiosidad: según parece en el antiguo Egipto la rosa era uno de los emblemas del dios Horus, y por tanto una de sus advocaciones era ser el dios de los secretos. Así pues era norma y costumbre que se pusiera el símbolo de una rosa presidiendo todas las asambleas que se producían señalando que todo lo que se dijera allí era alto secreto. Es por ello que podemos traducir Roma sub rosa como “Roma bajo el secreto” o “Roma Secreta”, indicando que se nos va hablar de la otra Roma, aquella que muy pocas veces sale en los libros de Historia y que en verdad era el pulso vibrante de la Ciudad Eterna.

¿No les recuerda un poco de esto al Nombre de la Rosa?

También podeis leer mi reseña en la página de Hislibris:  https://www.hislibris.com/corsarios-del-nilo-steven-saylor/

domingo, 17 de julio de 2022

EL ORIGEN DE LA PALABRA “MOMIA”

 

En inglés el término naming significa crear nombres para marcas o productos los cuales al final, si se tiene el éxito que se le presupone, nos debe de quedar marcado a fuego en nuestro imaginario. E incluso puede pasar que el nombre elegido pueda pasar a la eternidad desbancando al elemento inicial del cual procede. Este es el caso de la palabra momia que irremediablemente está ligado al betún, sí ese producto grumoso, blando y oscuro que se utiliza sobre todo hoy en día para lustrar zapatos, pero que en la antigua Persia no servía para tal fin. El betún, que entonces se llamaba mummia, era un producto natural que provenía de sus áridas llanuras y que se utilizaba sobre todo con fines medicinales. Eruditos como Dioscorides o el árabe Avicena acabaron alabando sus peculiaridades. Se creía que el betún curaba casi todo y debido a ello acabó exportándose por todo el Occidente lo que propició una demanda excesiva ocasionando que los pozos donde se generaba acabaran secándose. Así que los magnates del betún previendo lo que iba a ocurrir volvieron sus ojos hacia Egipto donde había millones de momias egipcias (sah era el nombre original de aquellos cuerpos amortajados) a la espera de que algún comerciante avispado las desenterrara y renaciera el boyante negocio del betún.

¿Pero que tenían que ver aquellos muertos egipcios con ese “producto milagroso”? Pues por qué dichas momias tenían un color oscuro, muy parecido al betún, debido sobre todo al paso del tiempo y a los aceites y resinas que se habían utilizado en el proceso de momificación. El paso de los siglos hizo que aquellas vendas y aquellos cuerpos apergaminados fueran tomando una consistencia y un color que favorecía su semejanza a aquel destilado del petróleo. Así pues, como por entonces no había control sobre los cuerpos momificados como lo hay hoy en día , se empezaron a desenterrar toneladas de momias a diestro y siniestro vendiéndolas al mejor postor, para pulverizarlas hasta que solo quedara de ellas unas diminutas partículas. Muy pronto el mercado occidental se fue saturando de este nuevo producto llamado “polvos orientales” o “polvo de mummia” (de ahí el nombre de momia para referirse a los egipcios muertos y vendados) el cual servía tanto para un roto como para un descosido. Por ejemplo se vendía en todas las boticas asegurando, de igual forma que en la antigüedad, que curaba cualquier dolencia ya fuera esnifándola o diluyéndola en un vaso de agua (muchos creyendo esta falacia acabaron envenenados); también como oscurecedor de los colores en las pinturas; e incluso troceando las vendas para venderlas como papel de estraza. Era tal el disparate y la obsesión que había en torno a las momias que con el boom de la egiptología, a mediados del siglo XIX en la Inglaterra victoriana se hicieron espectáculos de desvendajes en muchas fiestas y eventos. Primero se conseguía en el mercado negro una momia, lo cual entonces era fácil, y después se exhibía en alguna reunión. Allí un supuesto experto cortaba las vendas, las desenrollaba y a la vez iba exhibiendo ante los ojos atónitos de los invitados las joyas o amuletos que iban apareciendo. Después, cuando se acababa el espectáculo la gente del servicio recogían los trozos sobrantes y los tiraban a la basura. Era tal el dislate que incluso muchas de las momias que abarrotaban el mercado se utilizaron como combustible sustituto del carbón en los ferrocarriles.

sábado, 16 de julio de 2022

EL VIENTO QUE SALVÓ A LOS JAPONESES

 

Cuando oímos la palabra kamikaze lo primero que se nos viene a la cabeza es la imagen de un aviador japonés de la Segunda Guerra Mundial, que con su avión zero se precipita de forma suicida contra un portaaviones norteamericano con la idea de empotrarse y causar las mayores pérdidas materiales y humanas al enemigo en busca de una gloria efímera, como el pétalo de un cerezo en flor. Pero para saber cuál el origen de esta palabra tan mítica hemos de retrotraer la memoria mucho más allá de los cielos del Océano Pacífico, hasta el siglo XIII. A mediados de aquel siglo el nieto de Genghis Kan, Kublai Kan ya había conquistado Mongolia y gran parte de China, en la que fundaría la dinastía Yuan. Así que muy pronto puso sus ojos en otros territorios como Corea y Japón a las que quería convertir en vasallos suyos.

Por tanto envió una carta a Japón, que en esos momentos estaba gobernado por el sogunato Kamakura, conminándoles a que le rindieran tributo, pero el gobierno nipón ni sus samuráis hicieron caso a la amenazante misiva. Esta omisión provocó las iras mongolas y como consecuencia en 1274 envió de inmediato, como castigo, una flota compuesta de 15.000 soldados mongoles y otros 8.000 coreanos con la idea de aplacar la altivez japonesa. Esta poderosa escuadra desembarcó en la bahía de Hakata (Kyushu) y se encontró que tenía enfrente a unos 6.000 samuráis a los cuales infligió una severa derrota ya que los éstos no estaban acostumbrados a la forma de luchar de las hordas mongolas. Por la noche, la fuerza invasora, temerosa de que los samuráis los atacaran por sorpresa, decidió que sus soldados descansaran dentro de los barcos. Y he aquí que en aquellas horas se produjo un inesperado desenlace pues el tiempo fue cambiando poco a poco y rápidamente se organizó una terrible tormenta, casi un tifón, que acabó destrozando a gran parte de la flota invasora. Los pocos soldados mongoles y coreanos que llegaron a las costas medio ahogados fueron apresados y o bien fueron ejecutados ipso facto o tomados como prisioneros y esclavizados.

Kublai Kan tuvo que volver a China a lamerse las heridas pero con el tiempo renacieron sus ansias de conquista. Otra vez volvió a enviar un mensajero al gobierno japonés pero esta vez en un acto de desafío, envalentonados por la anterior victoria, decidieron decapitar al emisario. Así que en 1281 se volvió a enviar otra escuadra mucho más grande que la anterior compuesta de 30.000 mongoles, 10.000 coreanos, 110.000 chinos, embarcados en nada más ni nada menos que en 4.400 barcos. La flota más grande jamás vista. Pero los japoneses, viendo lo que se le venía encima también contaban con más samuráis y más embarcaciones pequeñas con las que hacer frente al enemigo. Aunque de poco les pudo valer ya que la superioridad del nieto de Genghis Kan era abrumadora y los japoneses fueron cediendo terreno poco a poco. Parecía que la victoria mongola ahora sí era factible, pero cuando la tenía al alcance de la mano se produjo otro nuevo milagro ya que apareció de pronto un nuevo tifón que volvió a destrozar la flota invasora  dejando a los soldados enemigos indefensos en tierra para que los defensores samuráis pudieran acabar con ellos fácilmente.

Esta derrota tan humillante por parte del todo poderoso imperio mongol, supuso la primera victoria japonesa ante un enemigo invasor y consolidó un fuerte sentimiento de unidad patriótica y orgullo nacional además de sentir que era una nación investida por la gracia de los dioses. De ahí que a esos tifones tan oportunos, que habían salvado a Japón de convertirse en un simple vasallo mongol, se les conociera como Kamikaze: Viento Divino. Este término se popularizó muy pronto y no fue utilizado hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la guerra en el Pacífico empezó a ser contraria al gobierno nipón. De nuevo el país necesitaba que los dioses les enviara un viento divino y algún alto mando creyó encontrar la solución creando una unidad aérea llamada Shinpu tokubetsu kogeki tai (“Unidad especial de ataque Shinpu”, pues la palabra shinpu significa “viento divino”), destinada a realizar ataques suicidas y estrellar sus aviones contra los barcos enemigos. Llama la atención que una lectura incorrecta del termino shinpu por parte de los traductores americanos hiciera que éste se leyera como kamikaze, palabra que en Japón no se utiliza con este sentido.

sábado, 9 de julio de 2022

GUÍA DEL MADRID DE CELIA EN LA REVOLUCIÓN - María Jesús Fraga

 

“(...) Por las noches oímos la radio y las pobres viejas rezan el rosario. Al fin doña María, la más viejecita, que es la que dice los misterios, enjareta una ingenua oración:
-Señor, que no se mate a nadie más, que se estropeen todos los aviones y no puedan volar, y se moje la pólvora, y tengan todos juicio y no sean brutos. Amén”

Celia en la revolución, cap. XIII (Elena Fortún)

Mucho antes de Harry Potter, Manolito Gafotas, de Los Cinco o los Hollister, por querer resaltar algunas historias juveniles, había una niña, de bucles dorados llamada Celia que hizo las delicias de nuestros padres y abuelos. Las historias de esta niña pizpireta y muy curiosa, escritas por la Encarnación Aragoneses de Urquijo, más conocida por su seudónimo, Elena Fortún (1886 – 1952), se hicieron muy  populares y pobló de bellas imágenes la imaginación de cientos de españoles durante varias generaciones, sobre todo desde 1928 hasta los años 60 del siglo XX. En un principio todo comenzó con un cuento titulado Celia sueña en la noche de reyes y tuvo tanto éxito que el editor y gran amigo de nuestra autora, Manuel Aguilar, decidiera continuar  las vivencias de esta niña y publica Celia lo que dice (1929). A partir de ahí le siguieron un buen número de historias… hasta que poco a poco aquella niña se fue haciendo mayor y fue viendo con otros ojos más maduros lo que le rodeaba. La inocencia se fue trocando en algunos momentos en tristeza al percibir como su mundo dorado se iba encaminando poco a poco hasta el desastre de la contienda civil. Fue entonces como apareció de forma milagrosa la última obra de la saga de Celia: Celia en la revolución (1987). Una novela que hoy en día sigue sorprendiendo no solo a los amantes de la saga de Celia, sino también aquellos lectores e historiadores interesados en la época de la Guerra Civil Española y en concreto el Madrid asediado durante la contienda.

He señalado en el anterior párrafo que la obra Celia en la revolución surgió de forma milagrosa, y así fue pues anduvo escondida durante muchos años, nada menos que 35 desde la muerte de la autora.  Elena Fortún la escribió después de acabada la guerra, animada de nuevo por Manuel Aguilar el cual pidió a la autora que escribiera una nueva historia sobre como Celia fue testigo de cómo los españoles sufrieron las penurias y la sinrazón de una guerra entre hermanos. Y así lo hizo desplegando el punto de vista de su creación en tres focos: Madrid, Valencia y Barcelona, hasta el exilio siguiendo una senda paralela a la de su creadora, Elena Fortún. Obra, por tanto, de carácter biográfico y de gran valor literario e histórico. Es por ello que no hace mucho, justo este año 2022, la autora María Jesús Fraga y Juan Millares, como ilustrador, sacaran a la luz el libro Guía del Madrid de Celia en la Revolución (Ediciones Ulises / Editorial Renacimiento) en el que centran su mirada en las vivencias de Celia /Elena Fortún en el Madrid sitiado por las tropas rebeldes desde 1936 hasta 1939.

El libro está dividido en los distintos distritos en que Celia se mueve y dándonos pinceladas de cómo se vivía en aquel Madrid atormentado por los bombardeos, ataques de los facciosos, el hambre o los fusilamientos y dislates propios de un mundo enloquecido de sangre y miseria por doquier. La otrora niña de inocencia prístina nos lleva cual Virgilio dantesco, ejemplificado a través de párrafos extraídos de la obra antes mencionada, Celia en la revolución, por una verdadera guía del hambre de los distritos de Madrid y de los destrozos que causan las bombas en los diferentes puntos neurálgicos de la capital. Acá vemos tiendas de alimentación cerradas a cal y canto porque no tienen suministros, allá lugares donde son paseados aquellos sospechosos de conducta contra el régimen republicano, aquí gente viviendo en la calle o delatándose mutuamente para salvar el pellejo, y allí solidaridad y misericordia que también abundó bastante en aquel Madrid, en aquel rompeolas donde se estrellaron las armas reaccionarias. Nos encontramos con una guía precisa y muy bien documentada que bien servirá a aquellos que por primera vez se acerquen a lo que fue y como era Madrid al comienzo y al final de la guerra y cuáles eran los lugares emblemáticos de esa capital sufriente. En verdad un buen (y dramático) epílogo de las vivencias de Elena Fortún a través de su vástago literario que nos lleva a ver de primera mano cómo era la retaguardia de aquel bastión del No Pasarán. Le recomiendo que le echen un vistazo y aunque sean expertos en la materia también les animo igualmente para que paseen por el Madrid asediado a través de un nuevo punto de vista de una de las maestras de la literatura española contemporánea, que por desgracia estuvo algo olvidada y que hoy, gracias a Dios, poco a poco vuelve a recordarse.