A los pies del
barrio de Montmartre, en el Boulevard de Clichy, se encuentra uno de los iconos
más importantes de la ciudad de París: el Molino Rojo. Desde el mismo momento
en que fue inaugurado a finales del siglo XIX por el tarraconense Josep Oller i
Roca la bohemia parisina la convirtió en uno de los símbolos no solo de aquel
barrio sino de la Belle Époque en especial. Pero ¿por qué se eligió un molino
como seña de identidad y además de color rojo? Para saber este curioso dato
hemos de recordar que hubo un tiempo en que Montmartre no era un barrio más de
París sino una localidad cercana que conservo su independencia hasta 1860, año
en que fue absorbida por la capital. Si actualmente uno acude a esta zona se
dará cuenta de que está en pendiente y es que hace siglos el pueblo de Montmartre era famoso por sus
molinos que sabían aprovechar el viento para fabricar harina o para machacar
ricas uvas o piedras extraídas de las canteras. Pero con la llegada de la
industrialización fueron muchos los molinos que fueron desapareciendo y es por
ello que Oller decidió poner un molino en su establecimiento como homenaje al
pasado molinero del lugar. Se levantó en todo lo alto un molino con forma de
cono truncado en las que cuatro grandes aspas se movían para deleite de los que
concurrían al cabaré y para que fuera más vistoso lo hizo pintar de un rojo
intenso anunciando a todos los viandantes las cosas pícaras y eróticas que podían
ocurrir en el interior del establecimiento. El reclamo tuvo tanto éxito que en
poco tiempo Le Moulin Rouge fue todo
un icono de las noches de París.