En el año 409 de
nuestra Era el pueblo de los Vándalos penetró en la Península Ibérica. La
ausencia de poder propició que los saqueos y asesinatos fueran muy comunes y
que los hispanorromanos vivieran continuamente en un estado de terror. El
rastro de muerte se cebó sobre todo con la iglesia católica ya que los vándalos
eran fanáticos del arrianismo (una corriente herética del cristianismo) y
debido a ello despojaban y expulsaban a las comunidades católicas de sus
propiedades, eso los que más suerte tenían, o directamente los mataban. Y esto
último es lo que le pasó al obispo San Agustín en el 430 durante el sitio que
sufrió la ciudad de Hipona a manos de los vándalos de Genserico. La muerte de
uno de los padres de la Iglesia fue una de las mayores afrentas que soportaron
los católicos y es por eso que incluso el papa de Roma llegó a demonizarlos. Este
rencor se mantuvo durante siglos y, por ejemplo, cuando se produjo la
Revolución Francesa (1789) el obispo de
Blois, Henri Grégoire, se quejó de los saqueos que sufrían las propiedades de
la Iglesia durante la época del Terror motejando estos actos de vandalismo. E incluso se llegó a
utilizar este adjetivo como sinónimo de destrucción al referirse al periodo de
desamortizaciones que sufrió la iglesia durante las revoluciones liberales del
siglo XIX. De ahí pasó al lenguaje popular al referirse a los actos salvajes o
destructivos que pueden causar un individuo o un colectivo de personas contra
alguien o contra alguna propiedad pública o privada.