Hoy les voy a hablar de un hombre que pasó de estar subido a un mástil con el dedo y el brazo enhiesto señalando un histórico horizonte, a ser un corsario contra su propio país. Les presento a una persona que muchos de nosotros conoce y que era un icono en las clases de historia en el colegio: Rodrigo de Triana.
Era oriundo de varios lugares (Triana, Coria del Río, e incluso Lepe en donde curiosamente aparece en su escudo), y en 1492 se embarcó en una expedición hacia Occidente atravesando el Mar Tenebroso, al lado del futuro Almirante de la Mar Oceana Cristóbal Colón. Los días pasaban y no se avistaba tierra, el nerviosismo crecía entre la tripulación y el conductor de aquellas naves empezaba a creer que su idea original se venía abajo. Desesperado dijo a los marineros que daría 10.000 maravedíes a quien avistara algo más allá de la línea del horizonte. Días después y de milagro, se oyó desde lo más alto… ¡¡¡Tierra!!! Un marinero llamado Rodrigo había avistado el comienzo de una de las mayores gestas de la historia.
Esta es la narración que todos conocemos, pero aquí empieza el tocamiento de narices que llevó a este humilde marinero a convertirse en un pirata y corsario a las ordenes musulmanas. Para empezar nunca cobró esa cantidad de dinero pues Colón adujo que antes de que el vigía viera tierra, él la había visto antes. Y claro en un juicio, sin pruebas materiales, palabra contra palabra, el tener divisa de gran Almirante pesó más a los jueces. Después vino el asunto de su padre. Me explico: Rodrigo de Triana en realidad se llamaba Juan Rodríguez Bermejo y era hijo de un morisco converso, Vicente Bermejo. Pues para más tocamiento de gónadas, mientras navegaba hacia una muy posible muerte aquel glorioso 1492 su padre estaba siendo pasado, vuelta a vuelta, a la parrilla por la Inquisición. Como verán este buen hombre estaba a punto de estallar.
Antes de pasar de la Cruz a la Media Luna, se le vio navegando en 1525 en la expedición de Garci Jofre de Loaisa hacia las islas Molucas. Pero las injusticias diarias, el hambre, el ajusticiamiento de sus familiares más queridos, y el duro trabajo a bordo de los galeones, hicieron que su mente dijera ¡basta! y decidiera pagar las crueldades a su querida España con la misma moneda. Si su tierra le ofrecía la espada él la combatiría con el alfanje. Se refugió en el Norte de África, se convirtió al Islam y acabó sus días a las órdenes de cualquier persona que quisiera aterrorizar las costas hispanas. De estar subido a un mástil, a empuñar la espada en la misma proa del destino vengándose de todas las injusticias sufridas.
Claro esta, esta narración muy pocas personas las conocen, pues no encajaría con la historia idílica del aguerrido y sufrido marinero que un día gritó a los vientos que delante de sus narices se encontraba un nuevo Continente.
Fuente: Rincones de Historia Española, de León Arsenal y Fernando Prado