Aunque hoy el bolígrafo haya desbancado al lápiz como rey de la escritura, siempre podemos encontrar uno por casa y cerca de él el inseparable sacapuntas o afilalápices. Pero ¿de dónde vino la idea de crear este aparato tan pequeño, manejable y práctico? Pues de un español llamado Ignacio Urresti que en 1945 pensó en inventar un accesorio útil para tener siempre afilados los lápices y así evitar que los estudiantes y oficinistas dejaran de cortarse los dedos.
Antes del invento de Ignacio Urresti, en la primera década del siglo XX, los escolares, amanuenses y demás personas que usaran un lápiz como herramienta de trabajo utilizaban un instrumento filoso, cortante como un cuchillo o una navaja para tener la mina de carbón siempre con punta. Incluso existía una hoja de maquinilla de afeitar llamada “El Acero” que afilaba los lapiceros con gran precisión, pero que, desgraciadamente, era un peligro en los colegios pues se producían peligrosos cortes en las manitas con el pertinente derramamiento de sangre. Tiempo después el asunto se fue modernizando y se creó otro instrumento llamado La Herradura, pues tenía forma de ello, que consistía en una lámina afilada de forma transversal y que servía para reducir o cortar la madera y a la vez afilar la mina de carbón.
Es en este momento cuando llegamos a nuestro inventor que piensa en la comodidad y funcionalidad y crea el sacapuntas o afilalápices en una empresa de Eibar (Guipuzcoa) llamada “El Casco”. Como curiosidad indicarles que en este mismo sitio, en 1930, también se creó otro invento muy práctico hoy en día: la grapadora. Estos sacapuntas de sobremesa, cuadrados en su forma y con un peso de alrededor kilo y medio, tenían una manivela que al darle vueltas dejaban al lápiz con un corte perfecto y limpio. Rápidamente fueron demandados en oficinas y colegios españoles, y solicitados en Europa y medio mundo, creándose posteriormente modelos más modernos hasta llegar al sacapuntas pequeño que todos conocemos hoy.