Que te caiga granizo en la cabeza molesta bastante, parece que alguien te ha dado un pequeño capirotazo, pues ahora imagínense que lo que se posa en su testa no es una bolita de hielo sino toda un ave rechoncha a velocidad tremenda. Esta experiencia la debieron de vivir una gran cantidad de madrileños que un 07 de Septiembre de 1907 hubieran decidido pasear por los alrededores del Palacio Real.
Aquel día una fuerte tormenta cayó en la capital, algo muy común en días de tiempo cambiante después de un tórrido verano, pero lo que no es normal es que cerca de Palacio empezaran a caer cientos de codornices sin parar. Muchos madrileños creyeron que el maná volvía a venir del cielo abalanzándose con estómagos rugientes sobre las desgraciadas aves que aunque algo lastimadas por la tremenda caída todavía podían servir para hacer un buen asado o escabeche. En cambio otros no se alegraron de la lluvia de codornices sino que pensaron que se trataba de algún castigo divino. Lo que si es cierto es que en aquellos momentos, ni ahora tampoco, nadie supo el por qué de aquella alocada meteorología. Lo más seguro es que una gran grupo de codornices fueran atrapadas, en tierra o en pleno vuelo por un torbellino y transportadas por el éter hasta Madrid, dejando caer allí su emplumada mercancía.
Este fenómeno no es anormal y se ha dado en numerosas culturas a lo largo de la historia. Por ejemplo unos años antes del asunto que nos ocupa, en 1880, también se produjo otra lluvia de codornices, al igual que en Bilbao. En 2007 cayeron gran copia de ranas pequeñas en el pueblo alicantino de El Rebolledo, y en 2008 en el Taperal de Benigamín el susto fue general cuando ranas y peces decidieron caer a la tierra.
Como verán el cielo es muy caprichoso…