“Y sufrieron muchos tormentos en el fondo de sus corazones y en la mar, mientras se esforzaban en salvar la vida y conseguir el retorno de sus compañeras”
(La Odisea, Homero)
Ilat, la esposa de Qasmún el Navegante, agradeció la fortuna de ser ella quien recibiera la terrible noticia. Aquella tarde se había sorteado un Molok en la isla, y, ahora, un enviado abandonaba su hogar tras informarle que Llaiait, su hermosa hija de once meses, debía ser preparada para el sacrificio. Ése era el deseo de la diosa Tanit, la deidad que, como otros dioses de Cartago, requería la entrega y muerte de un niño cartaginés de legítima raza cananea, toda vez que sus fieles buscaban asegurarse la bondad y protección divina.
Aprovechando que nadie más lo sabía, Ilat decidió romper con la tradición: cogería a su hija y emprendería la huida. Tras tomar la decisión de una fuga casi suicida, la joven madre abandonará el puerto de Ibosim, sola y como única patrona de los remos de un myoparo. Pero aquel mismo día, su sino se uniría al de ocho prisioneras griegas que, saltando desesperadas desde una pentecóntera focense capturada por las galeras cartaginesas, se embarcarían con la fugitiva en busca de la libertad.
Acaba de dar inicio la odisea de las Náuforas, valientes mujeres que, desafiando las inclemencias del océano, harían frente a la persecución de los marineros ibicencos, a los múltiples peligros de las costas ibéricas y al misterio de navegar con la mirada fija en un único destino… la libertad.
Texto: Círculo de Lectores